La industria cárnica es uno de los sectores que más contribuye al cambio climático. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el sector cárnico emite más gases de efecto invernadero que todo el transporte mundial junto (14,5% del total de emisiones).
El mayor desafío al que se enfrenta la especie humana en el siglo XXI es frenar el calentamiento global mitigando la emisión de los principales gases que lo aumentan. La principal acción o medida contra esta amenaza es el joven Acuerdo de París, un pacto firmado por 195 países, con el objetivo primordial de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, y mantener la temperatura media del planeta por debajo de 2 °C sobre los niveles preindustriales. Las acciones necesarias para cumplir los compromisos del acuerdo serán gestionadas de forma autónoma por cada país.
La industria cárnica es uno de los sectores que más contribuye al cambio climático. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el sector cárnico emite más gases de efecto invernadero que todo el transporte mundial junto (14,5% del total de emisiones). Otra publicación más reciente, el Livestock and climate change de Goodland y Anhang, concluye que a nivel mundial el ganado y sus subproductos emiten el 51% del total de gases de efecto invernadero. De momento, Estados Unidos, México, Alemania y Canadá ya han publicado sus estrategias climáticas para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París, y, como era de esperar, no aparecen medidas regulatorias relacionadas con la reducción de las emisiones de la industria cárnica. No se incluyen acciones restrictivas ni educativas asociadas con el actual modelo de alimentación. Ni tampoco se plantea el tránsito hacia dietas más sostenibles y saludables, como han recomendado en reiteradas ocasiones la ONU y la OMS. Es cierto que las recientes propuestas sí que incorporan medidas vinculadas a reducir de forma indirecta los gases producidos por la ganadería, pero no se aborda el problema central del consumo. Algunas de estas acciones son: la reforestación, aforestación e implementación de agroforesterias para secuestrar carbono y recuperar la fertilidad de los suelos, aplicación de nuevas técnicas de cultivo, cambios en las dietas de los animales, empleo de biomasa, o minimizar las pérdidas de carbono por desastres naturales, entre otras.
Cada país aspira a objetivos diferentes en sus estrategias contra el cambio climático de cara al año 2050. Estados Unidos pretende reducir al menos el 80% sus emisiones de gases de efecto invernadero respecto a las del año 2005. México espera disminuir sus emisiones un 50% respecto a las del año 2000. Alemania tiene como objetivo conseguir la neutralidad en sus emisiones. Y Canadá se compromete a reducirlas en un 80% respecto a los niveles del año 2005. Una serie de propósitos que, además de ambiciosos, resultan paradójicos, debido a la inexistencia de acciones para regular una de las principales fuentes emisoras, la industria cárnica. Y más, aún, cuando cada vez aparecen más publicaciones científicas que advierten de la magnitud del problema y de la necesidad de adoptar medidas.
Según una investigación sueca desarrollada por expertos de la Universidad Tecnológica de Chalmers, es necesario reducir el consumo de carne procedente de rumiantes (vacas y corderos) en un 50% o más para hacer frente a las demandas del Acuerdo de París.
Otro estudio, realizado por científicos de la Universidad de Cambridge y publicado en la revista Nature Climate Change, concluye, que como máximo se deberían consumir 170g de carne roja y 5 huevos a la semana para conseguir los objetivos de mitigación de gases de cara al año 2050. Según el autor principal, el Dr. Bojana Bajzelj, «la producción de alimentos es uno de los principales motivos de la pérdida de biodiversidad, y un gran contribuyente del cambio climático y la contaminación, por lo que nuestras decisiones alimentarias importan». En la Oxford Martin School, un grupo de investigadores ha predicho, mediante modelos de simulación informáticos, que si todo el planeta llevase una dieta vegetariana se reduciría en un 63% las emisiones relacionados con la producción de alimentos y un 70% si se siguiese una dieta vegana. «No esperamos que todo el mundo se vuelva vegano», explica el Dr Springmann, que lidera esta investigación, y añade: «Los impactos del sistema de alimentación sobre el cambio climático serán difíciles de abordar y probablemente requieran más que simples cambios tecnológicos. Adoptar dietas más saludables y sostenibles puede ser un gran paso en la dirección correcta». La Organización Mundial de la Salud también apoya la reducción del consumo de carne por cuestiones de salud, y recomienda consumir como máximo 500g semanales de carne roja y no comer carne procesada, ya que aumenta los riesgos de padecer cáncer.
Los efectos negativos del actual consumo de carne no se limitan únicamente a la emisión de gases de efecto invernadero. También provocan graves perjuicios en diversos ámbitos ambientales y humanos, que las grandes potencias parecen ignorar.
Informes del World Watch Institue, basados en estadísticas de la FAO, datan que la ganadería emplea más del 30% de la superficie de la tierra, en su mayor medida para pastizales y el 70% de los terrenos agrícolas. Provocando la destrucción de hábitats, perdidas en la biodiversidad, y reduciendo el secuestro de carbono que realizan los medios naturales. El estudio también hace referencia a los graves problemas hídricos que supone la actual ingesta de carne. Para producir un 1kg de carne de vaca, se necesitan más de 15.000 litros de agua, para la de cerdo unos 8.000 litros y la de pollo más de 4.000 litros. En total, el 20% del agua consumida en el planeta se emplea para la producción de pienso. Este derroche provoca sequías y contaminación de aguas por el vertido de las heces de los animales en las mismas. Asimismo, el informe revela que en 2011 fueron vendidos para animales de granja en todo el mundo más de 120.000 toneladas de antibióticos, casi cuatro veces más que los que se suministraron a personas. Un uso desmedido que ya está produciendo graves consecuencias sobre la salud de personas y animales, debido a que las bacterias se hacen resistentes al medicamento.
Es innegable que en los últimos años existe una mayor conciencia social y política sobre el cambio climático. Prueba de ello son el aumento del uso de energías renovables como fuente parcialmente limpia de emisiones, o el incremento del reciclaje, cada vez más asimilado por las sociedades como la única forma de garantizar una producción sostenible. Sin embargo, el sector cárnico y sus subproductos están prácticamente olvidados en la lucha contra el calentamiento global, y las recientes estrategias de mitigación de gases no hacen más que ratificar esta evidencia. Según la FAO, entre 2010 y 2020 la ingesta mundial de carne habrá aumentado más de un 28%, el de leche más de un 24% y el de huevos más de un 30%. Cifras alarmantes, que reflejan la indiferencia política y el desconocimiento social respecto al consumo de carne y sus subproductos.
Pese a la pasividad de la mayoría de países a la hora de abordar esta problemática, algunos gobiernos se han desmarcado de la inacción política, y ya han empezado a tomar cartas en el asunto. Dinamarca, pese no haber publicado de momento su estrategia de mitigación de gases vinculantes al Acuerdo de París, ya ha aprobado un impuesto sobre las carnes rojas al considerarlas «indiscutiblemente el tipo de alimento más destructivo contra el planeta». Con esta medida el gobierno pretende reducir el consumo del país y crear conciencia social. El gobierno chino, al verse acorralado por los efectos del cambio climático, se ha propuesto reducir el consumo de carne del país en un 50% de cara a 2030, con la intención de reducir los elevados niveles de gases del país y mejorar la salud de sus habitantes.
Las asociaciones ecologistas también consideran necesario hacer frente a esta problemática. Greenpeace, WWF o Ecologistas en Acción, entre otras, abogan por una reducción mundial de la ingesta de alimentos provenientes de animales para luchar contra el cambio climático. Por otro lado, organizaciones animalistas como Igualdad Animal, PETA o Anima Naturalis… creen que la mejor solución es dejar de comer carne y proteína animal para erradicar definitivamente los efectos ambientales de la industria cárnica, y así evitar el sufrimiento que padecen los animales.
Próximamente, se publicarán el resto planes de acción climática de los países que forman parte del Acuerdo de París, y quedará establecida la hoja de ruta mundial para reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Llegado el momento, podremos saber si el consumo de carne queda definitivamente excluido del marco de acción, o si, en caso contrario, algún gobierno decide quitarse la venda de los ojos y adopta las medidas oportunas para reducirlo.