¿Hay demasiado marketing tras los superalimentos? Un superalimento es un producto natural, que tiene un valor nutricional y cualidades protectoras superiores a la mayoría de los alimentos. Contendrá vitaminas, minerales, oligoelementos, enzimas, fibras, aminoácidos, ácidos grasos esenciales y/o antioxidantes en proporciones notables.
Generalmente de origen vegetal, salvo raras excepciones como el salmón, las sardinas o algunos mariscos y los apícolas (polen, propóleo, miel, jalea real). Y cultivados con técnicas de producción ecológica, que ‘a priori’ respetan el medio ambiente, los superalimentos se pueden dividir en varios grupos:
- Semillas y cereales: quinua o quinoa, chía, arroz integral, lino
- Semillas germinadas: soja, alfalfa
- Verduras y setas: col rizada, hongo Reishi, brócoli.
- Oleaginosas: nueces, coco.
- Algas verde-azules: espirulina, klamath, chlorella
- Raíces y especias: jengibre, cúrcuma, ginseng, equinácea, ginkgo biloba
- Bayas y frutas: acai, acerola, arándanos, fresas, granadas, camu-camu
Esta es una lista que no resulta exhaustiva, pero sí ejemplificante. Gracias a la genialidad del marketing, la palabra superalimento se ha transformado en una herramienta utilizada para describir casi cualquier alimento beneficioso para la salud. Aunque no existan estudios científicos a gran escala que demuestren la superioridad de los mismos.
¿Hay demasiado marketing tras los superalimentos?
Desde todos los puntos de venta posible nos bombardean a diario con información acerca de las bondades de determinados superalimentos, de hecho, cada tanto se ‘descubre’ una baya milagrosa que solo se cultiva a miles de kilómetros de distancia y todo el mundo quiere probarla. Esto ya pasó con las Bayas de Goji, que luego se comprobó que no tienen más nutrientes que los arándanos o las cerezas.
Y es que estas pequeñas bombas nutricionales que pueden ser los superalimentos tienen un inconveniente principal: su coste. Todo lo que se necesita es que los ases del marketing descubran un alimento poco conocido, lo conviertan en moda y esta se transforme en tendencia, para que los precios se disparen.
Además, los superalimentos más célebres proceden de sitios remotos, como es el caso de las bayas de acai, que se cosechan a mano y proceden de una palmera que solo crece en la cuenca del Amazonas. La mayoría de los superalimentos se cultivan del otro lado del mundo y además de resultar caros, tienen un alto coste medioambiental vinculado a sus formas de conservación y traslado.
¿Son la única alternativa?
Superalimento no implica superpoder, ya que para tener un buen estado de salud es fundamental llevar una dieta completa, variada y equilibrada, junto con una actividad física regular. Los seres humanos necesitamos una serie de nutrientes básicos imprescindibles. Estos pueden proceder de una raíz cultivada a medio mundo de distancia o del denostado pero supernutritivo brócoli.
Estos superalimentos de efectos virtuosos y costes astronómicos pueden ser reemplazados por productos mucho más baratos y fáciles de encontrar. Las bayas rojas como las grosellas negras o los arándanos son tan ricas (o más) en antioxidantes que el acai. Los beneficios de comer chía nos los pueden dar las lentejas, garbanzos, oleaginosas (nueces, almendras) o el sazonado con aceite de colza, que es el que tiene el mejor equilibrio omega-3/omega-6.
El título de superalimento encierra valores añadidos, tales como el exotismo, la moda o el descubrimiento, a veces, a un precio demasiado elevado. Pero lo peor es que no siempre están imbuidos de una gran transparencia, en cuanto al origen del producto, su forma de cultivo, su incidencia en el medio ambiente o en la mano de obra involucrada. ¿Hay demasiado marketing tras los superalimentos?