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Según informa la Fundación Descubre, los experimentos, acometidos en ratas, exploran posibilidades para diseñar estrategias terapéuticas del control del dolor y el estrés.
Los ácidos grasos que forman parte de las membranas celulares varían dependiendo de la dieta y pueden modificar la acción de las enzimas que contienen, como las encefalinasas, responsables de degradar o inactivar a las encefalinas para que no actúen cuando no deben. Así, si la enzima está activa habrá menos opiáceos naturales presentes y viceversa.
"Según la fuente lipídica, es decir, las grasas de la dieta, nuestro sistema regulador del dolor y el mecanismo de control de la ingesta puede verse modificado", ha indicado la investigadora de la Universidad de Jaén (UJA) y autora del artículo, Ana Belén Segarra.
Así, los investigadores han comprobado las diferencias en el cerebro de los ratones a los que alimentaron con distintas grasas. Por ejemplo, el cerebro de los que ingirieron aceite de oliva rico tenía mayor contenido de ácidos grasos monoinsaturados. Esta modificación en la composición de las membranas celulares hace que cambie la actividad de las encefalinasas que están alojadas en ellas y, por tanto, la producción de encefalina.
Además, han confirmado que la actividad encefalinasa se relaciona con el nivel de ciertos ácidos grasos. De este modo, la presencia de ácidos grasos omega 3 en el cerebro de los ratones alimentados con aceite de oliva variaba según la acción de la enzima.
Por otro lado, en el grupo de ratones que tomaron aceite de coco incorporan a sus membranas celulares ácidos grasos de tipo saturado, perjudiciales para el desarrollo de ciertas funciones cerebrales. Estas grasas podrían estar también implicadas en la mayor ingesta de estos animales.
Además de la dieta, los investigadores apuntan otros factores que podrían tener una influencia directa en estas sustancias como el ciclo día-noche, el género o el ciclo ovárico.
Conocer cómo funciona la producción de encefalinas de manera natural y la acción o inhibición de encefalinasa puede ayudar a la comunidad científica a encontrar analgésicos más potentes y con menos efectos secundarios.
El dolor no es más que un mecanismo de defensa en los seres vivos para señalar que algo no va bien. Tras la alerta en el organismo se producen unas sustancias que ayudan a reducirlo: las encefalinas.
Pero cuando debe haber dolor, actúan las encefalinasas, unas enzimas que se sitúan en las células cerebrales y se encargan de degradar o inactivar a las encefalinas para que no actúen cuando no deben.
La encefalina es producida de manera natural por el organismo ante situaciones placenteras. El deporte o la música aumentan la liberación de esta sustancia.
Sin embargo, la alteración en los niveles de encefalina es un indicador de problemas neurológicos. El ejemplo más claro es el alzhéimer, enfermedad en la que se sobreexpresa.
Con el objetivo de conocer más detalles en el proceso de producción de las encefalinas, los investigadores plantearon si la dieta podría influir. Concretamente, si el tipo de aceite que se ingiere podría ser un factor favorecedor o perjudicial.
Así, los expertos complementaron las dietas de tres grupos de ocho ratas macho adultas de seis semanas de edad con tres tipos de ácidos grasos con distinto grado de saturación:
Durante el estudio, controlaron el peso y la ingesta de alimentos y, posteriormente, comprobaron la composición de ácidos grasos en las membranas celulares y la actividad de la encefalinasa en la corteza frontal del cerebro.
Al final del período de alimentación de 16 semanas, el peso corporal final fue similar en los tres grupos. Sin embargo, la ingesta de alimento fue significativamente mayor en las ratas tratadas con coco que en los otros dos grupos. Además, las ratas alimentadas con una dieta enriquecida con aceite de coco tenían una actividad de encefalinasa menor que el grupo alimentado con los de oliva y pescado.
Los ácidos grasos poliinsaturados del cerebro y, particularmente, el ácido docosahexaenoico (DHA) mejoran el desarrollo y las funciones cognitivas de los roedores. El déficit de DHA se ha relacionado según indican los expertos, con la alteración del aprendizaje y la memoria, la demencia y los trastornos neurodegenerativos.
Además, su administración en la dieta mejora la adquisición de memoria y mejora algunos síntomas en modelos de ratas con la enfermedad de Alzheimer. Por el contrario, los ácidos grasos saturados como el de coco o el de palma se han relacionado con esta dolencia y con comportamientos similares a la ansiedad.
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