Durante más de un siglo, la cifra de referencia para la temperatura corporal normal se repitió como un mantra 36,6 grados en la cultura popular, 37 en manuales y consultas. La evidencia acumulada en los últimos años matiza esa certeza. Estudios basados en cientos de miles de mediciones concluyen que el promedio de los adultos en países industrializados se ha desplazado ligeramente a la baja. No porque el ser humano se haya “enfriado” de un día para otro, sino porque el contexto biológico y social en el que el cuerpo regula su calor ya no es el del siglo XIX.
La revisión más citada en este debate es un trabajo publicado en eLife en 2020, que compara tres grandes cohortes en Estados Unidos (veteranos de la Guerra Civil con registros desde 1860, la encuesta NHANES de los setenta y una base clínica moderna de Stanford entre 2007 y 2017). Tras ajustar por edad, altura y peso, los autores estiman un descenso sostenido de 0,03 grados Celsius por década de nacimiento. La idea central es relevante porque desplaza el foco del termómetro a la fisiología. La temperatura se interpreta como un indicador indirecto de metabolismo basal y de inflamación de bajo grado.
El trabajo también devuelve a primer plano el origen del estándar. El médico alemán Carl Wunderlich fijó en el siglo XIX el 37 como temperatura “normal” a partir de millones de mediciones (con un rango que ya entonces no era estrecho). Pero aquel mundo convivía con una carga de infecciones crónicas y condiciones de vida que hoy serían excepcionales, desde la tuberculosis a problemas dentales persistentes. Una parte de la “normalidad térmica” de entonces pudo ser, sencillamente, el reflejo de más inflamación sostenida en la población.
A esa explicación se suma un cambio silencioso en el escenario cotidiano. El cuerpo gasta energía para mantener su temperatura cuando el ambiente se aleja de la llamada zona termoneutral. Con hogares mal calefactados y sin refrigeración, la regulación térmica exigía más trabajo metabólico. La generalización de la calefacción y, más tarde, del aire acondicionado, ha ampliado el tiempo que pasamos cerca de ese rango “cómodo”. El resultado plausible es un metabolismo en reposo algo menor y, con él, un promedio térmico ligeramente inferior.
El argumento gana fuerza cuando se observa fuera del ámbito industrializado. Un estudio sobre los tsimane (una población de Bolivia) describió un descenso rápido de la temperatura media en apenas década y media, del orden de medio grado, en un entorno con alta exposición a patógenos pero con cambios en atención sanitaria básica y hábitos de protección frente al frío. Los autores lo interpretan como una pista de que la tendencia no depende solo del aire acondicionado, sino también de la reducción de inflamación crónica por mejoras sanitarias graduales.
La temperatura corporal humana media está bajando
Conviene, sin embargo, poner el titular en su sitio. En la práctica clínica, “temperatura normal” no es una cifra única. La propia MedlinePlus (Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos) recuerda que varía según persona, edad, actividad y momento del día, y que el rango habitual puede ir aproximadamente de 36,1 a 37,2. En otras palabras, 36,4 puede encajar en la normalidad sin necesidad de declarar obsoleto un umbral universal. La pregunta útil para el paciente no es cuál es el promedio global, sino cuál es su línea base y cuánto se desvía cuando aparecen síntomas.
Ese matiz enlaza con la discusión más delicada, la fiebre. El corte de 38 grados se mantiene como referencia operativa en guías y sistemas de vigilancia sanitaria, entre otras razones porque prioriza sensibilidad y comparabilidad entre centros. El problema potencial aparece en el extremo bajo. Si una persona cuya temperatura habitual ronda 36,2 sube a 37,7 puede encontrarse ya con malestar claro sin “dar fiebre” según el criterio clásico. Eso no obliga a reescribir la definición mañana, pero sí refuerza una recomendación antigua que se suele ignorar (interpretar el número junto con el cuadro clínico y, cuando sea posible, con el patrón habitual del paciente).
También hay un elemento técnico que el debate público suele simplificar. No todos los termómetros miden igual, ni todas las localizaciones equivalen. Axila, boca, oído o frente producen lecturas distintas y con errores sistemáticos diferentes. Parte del desfase histórico entre el 37 de Wunderlich y promedios modernos se explica por métodos y aparatos, pero el análisis de eLife sostiene que la caída observada dentro de una misma cohorte a lo largo del tiempo reduce la probabilidad de que todo sea un artefacto de medición.
La conclusión más sobria es que el cuerpo humano no tiene una “temperatura correcta” grabada en piedra, sino un rango funcional que se mueve con la biología y el entorno. Si el promedio se ha desplazado unas décimas, la lectura periodística no es que la fiebre haya dejado de existir, sino que la salud pública, la medicina y la vida bajo techo han cambiado el trabajo térmico cotidiano del organismo. Y, como subrayan los investigadores, el fenómeno aún requiere más análisis para separar con precisión el peso de la inflamación, el ambiente, la composición corporal y los hábitos.











