El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha puesto por escrito un objetivo que llevaba meses sobrevolando los debates de Washington y del sector aeroespacial. Astronautas estadounidenses deberán regresar a la superficie de la Luna en 2028 bajo el paraguas del programa Artemis, según una orden ejecutiva publicada por la Casa Blanca. El calendario, además, encadena el siguiente hito, el despliegue de los primeros elementos de un puesto avanzado lunar permanente en 2030.
La clave política del documento es doble. Por un lado, convierte el regreso al satélite en un objetivo de Estado con fecha cerrada, lo que traslada la presión desde la NASA al conjunto de la Administración y a sus contratistas. Por otro, coloca la exploración lunar dentro de una arquitectura más amplia de seguridad y competencia tecnológica, una lógica que la Casa Blanca presenta como respuesta a la carrera con China. Reuters recuerda que Pekín mantiene como horizonte un alunizaje tripulado hacia 2030, un plazo que Washington usa como vara para medir su liderazgo.
Nuevo liderazgo para una NASA en pausa
El texto, titulado Ensuring American Space Superiority, no se limita a repetir un lema. En su apartado de prioridades, la Casa Blanca fija cuatro líneas de actuación. La primera es volver a la Luna en 2028 y preparar el salto a Marte desde una presencia sostenida en el entorno lunar. La segunda es la dimensión de seguridad espacial, con una mirada que incluye el espacio cislunar. La tercera pivota sobre el impulso a la economía espacial comercial. Y la cuarta abre una carpeta con implicaciones técnicas y presupuestarias muy relevantes, el despliegue de reactores nucleares en la Luna y en órbita, con un reactor de superficie “listo para su lanzamiento” en 2030.
El decreto llega, además, con un cambio de mando en la agencia. El Senado confirmó a Jared Isaacman como administrador de la NASA y su toma de posesión se produjo en las mismas horas en las que se difundió la orden ejecutiva, según Reuters. Isaacman, empresario y astronauta privado, asume el cargo con una NASA que afronta a la vez un reto técnico de primer orden y una discusión presupuestaria de fondo.

La parte más frágil del calendario no está en la retórica, sino en la ingeniería. Artemis combina el cohete SLS y la cápsula Orion para el vuelo tripulado, pero el regreso efectivo a la superficie depende del sistema de alunizaje. Ahí entra en juego Starship (SpaceX), seleccionado como módulo de aterrizaje lunar para la fase más crítica. Reuters subraya que el objetivo de 2028 se apoya en que ese desarrollo llegue a tiempo.
En paralelo, el programa mantiene hitos intermedios que sirven de termómetro para medir la viabilidad del plan. La NASA explica en su ficha oficial de misión que Artemis II será el primer vuelo tripulado del binomio SLS Orion y que su función es demostrar capacidades para misiones de espacio profundo. En cobertura reciente, Space.com sitúa ese vuelo “no antes de febrero de 2026” y recuerda que no incluye alunizaje.
El enfoque de la Casa Blanca introduce, en la práctica, una tensión clásica en los grandes programas tecnológicos. Una fecha política tiende a ordenar prioridades, agilizar contrataciones y blindar decisiones. Pero también puede chocar con los ritmos de certificación y seguridad en sistemas tripulados, donde un retraso suele contagiar a la cadena completa. En ese sentido, el decreto funciona como una señal a la industria y al Congreso, porque convierte el regreso a la Luna en una promesa medible en el tramo final del mandato.








