No lo notamos al cruzar la calle ni al mirar el horizonte, pero la Península Ibérica se está moviendo y girando. Muy despacio, eso sí. Un nuevo estudio científico muestra que España y Portugal rotan en sentido horario por la presión constante entre las placas de Eurasia y África, que se acercan unos pocos milímetros al año.
Como resume el geólogo Asier Madarieta, de la Universidad del País Vasco, esas placas «se acercan unos pocos milímetros al año» y esa convergencia genera una tensión persistente en el límite entre ambas. A escala humana parece irrelevante. A escala geológica es lo que esculpe montañas, abre cuencas y condiciona dónde se concentran los terremotos.
El trabajo, publicado en la revista Gondwana Research y de acceso abierto, combina algo que hasta ahora casi nunca se había integrado con tanto detalle. Por un lado, unos 1.400 mecanismos focales de terremotos que revelan cómo se rompen las fallas en cada seísmo. Por otro, más de seiscientas estaciones de satélites GNSS que miden con precisión milimétrica cómo se deforma la corteza terrestre desde finales de los años noventa.
¿Qué han descubierto exactamente?
El equipo ha calculado el campo de esfuerzos y el campo de deformación de toda la región entre Azores, el Estrecho de Gibraltar, el mar de Alborán, el Atlas y el Mediterráneo occidental. Después ha dividido ese límite difuso entre África y Eurasia en cuatro grandes sectores Atlántico, Gibraltar, Alborán y Argelino Balear, cada uno con un comportamiento propio.
En el sector atlántico la deformación se concentra mar adentro, al sur y suroeste de Portugal, donde la corteza oceánica africana y la margen suroccidental ibérica se empujan y deslizan de forma oblicua. En la práctica esto significa un entorno compresivo con componentes laterales, coherente con la sismicidad histórica de la zona, incluido el gran terremoto de Lisboa de 1755.
En el sector de Gibraltar la cosa se complica. El estudio confirma que el Arco de Gibraltar, que agrupa las cordilleras Bética y del Rif, funciona como un bloque que se desplaza hacia el oeste respecto a Iberia y África. La mayor parte de la deformación se acumula en los bordes, sobre todo en el Rif y en el mar de Alborán, donde los datos muestran acortamientos y cizallas muy superiores a los del interior peninsular.
Más al este, en el mar de Alborán y la cuenca Argelo Balear, la corteza adelgazada y la corteza oceánica joven absorben buena parte de la convergencia. Es una especie de zona tampón que amortigua parte del empuje directo sobre el sureste peninsular, aunque a cambio concentra esfuerzos que se manifiestan en fallas activas y sismicidad moderada.
Una rotación a cámara ultralenta
La novedad más llamativa para quien vive en España o Portugal llega cuando los autores miran el conjunto de velocidades y calculan la rotación de Iberia. Sus resultados indican una rotación en sentido horario de entre 2 y 4 nanorradianes al año, lo que equivale aproximadamente a 0,1 o 0,2 grados por millón de años.
Dicho en lenguaje cotidiano, si la península fuese la aguja de un reloj tardaría varios millones de años en moverse lo que nuestros ojos distinguirían como un pequeño giro. Nada que vaya a cambiar un mapa escolar en nuestra vida, pero sí suficiente para entender cómo se reparten las tensiones en el borde entre placas.
Esa rotación no es homogénea. Afecta sobre todo al suroeste de Iberia, con las mayores velocidades en el Algarve, el Alentejo y el oeste de Andalucía, y se va apagando hacia el interior y el norte. El propio equipo señala que el patrón de convergencia cambia del Atlántico al Mediterráneo y que «el empuje africano a escala litosférica puede implicar no solo la deformación del margen sino también la rotación del suroeste de Iberia».
Además, la marcha hacia el oeste del Arco de Gibraltar empuja como una cuña contra el suroeste peninsular. Esa combinación de empuje atlántico, microplacas en el Mediterráneo y arco que avanza ayuda a explicar por qué esa esquina de la península es la que más se gira.
Terremotos, Lisboa y por qué importa este mapa
Lo que más preocupa a corto plazo no es el giro en sí, sino dónde se concentra la deformación. El estudio muestra que los mayores valores de acortamiento y cizalla se localizan en tres zonas el Arco de Gibraltar y el mar de Alborán, la cordillera del Tell en el norte de Argelia y el entorno de Lisboa.
En la zona de Lisboa, los autores encuentran tasas de deformación relativamente altas y esfuerzos compatibles con un entorno transpresivo, es decir, con compresión y deslizamiento lateral. Recuerdan que una parte importante de la energía se está acomodando allí y citan incluso un terremoto reciente de magnitud 5,3 en agosto de 2024 en el margen occidental ibérico.
Mientras tanto, grandes áreas del interior peninsular, como las cuencas del Duero, Tajo o Ebro, muestran tasas de deformación muy bajas. Eso no significa riesgo cero, pero sí que las fallas conocidas se mueven de forma tan lenta que es difícil detectarlo incluso con décadas de mediciones.
¿Qué significa para quienes viven en la Península Ibérica?
Para la ciudadanía la conclusión no es motivo de alarma, pero sí de atención. Saber que España y Portugal giran milímetro a milímetro y que la mayor parte del esfuerzo se concentra en ciertos sectores ayuda a planificar mejor. Permite priorizar estudios detallados de fallas marinas en el Golfo de Cádiz, en el mar de Alborán o frente a Lisboa, mejorar normativas sísmicas en zonas concretas y entender por qué algunas regiones son más sensibles que otras.
En el fondo este trabajo convierte la península y su entorno en un laboratorio natural donde se ve cómo interactúan placas, microplacas y arcos orogénicos. Un recordatorio de que el paisaje que hoy damos por fijo es el resultado de movimientos lentos, continuos y silenciosos. Movimientos que no vemos al pasear por la playa de Cádiz o por el paseo marítimo de Cascais, pero que, año tras año, siguen escribiendo la historia geológica de la Península Ibérica.
El estudio científico ha sido publicado en Gondwana Research.











