La señal duró milisegundos, pero bastó para abrir una ventana nueva a uno de los enigmas más persistentes de la astrofísica. Una colaboración internacional ha localizado con una precisión inédita el origen de FRB 20250316A (apodada RBFLOAT por sus siglas en inglés) la ráfaga rápida de radio más brillante registrada hasta la fecha, detectada en marzo de 2025 por el radiotelescopio CHIME (en la Columbia Británica canadiense) y una red complementaria de estaciones conocida como Outriggers.
El resultado importa tanto por el “qué” como por el “cómo”. Hasta ahora, los astrónomos habían logrado ubicar con nitidez sobre todo ráfagas repetidoras (fuentes que vuelven a estallar) porque permiten acumular señales y afinar la puntería. RBFLOAT, en cambio, es un evento aislado, y aun así el equipo ha podido reducir su procedencia a una región diminuta dentro de su galaxia anfitriona, NGC 4141, situada a unos 130 millones de años luz.
La clave técnica está en la triangulación por diferencias de tiempo de llegada. CHIME detectó el estallido y, gracias a los Outriggers (estaciones separadas que amplían la “base” efectiva del instrumento), la colaboración reconstruyó el punto del cielo del que provenía la señal con una resolución que baja a decenas de milisegundos de arco. Traducido al vecindario galáctico de NGC 4141, esa precisión equivale a unos 13 pársecs.
Ese “zoom” cambia el tipo de preguntas que se pueden contestar. Localizar una FRB a nivel de galaxia permite asociarla a una anfitriona concreta, pero hacerlo a nivel de barrio galáctico permite cruzar la explosión con el entorno inmediato (formación estelar, población de estrellas masivas, regiones ionizadas o restos de supernovas) y, con ello, tensar las hipótesis sobre su origen físico.
En el caso de RBFLOAT, la localización cae en un brazo espiral y no lejos de actividad estelar, un escenario compatible con progenitores extremos de vida corta. Entre los candidatos habituales están los magnetares (estrellas de neutrones con campos magnéticos descomunales), pero también otros canales energéticos que la comunidad maneja desde hace años para explicar ráfagas que concentran en milisegundos energías desproporcionadas. La propia colaboración subraya que el dato decisivo no es “ponerle nombre” a la fuente todavía, sino delimitar el terreno de juego con mucha más información ambiental que antes.
Hay otro matiz relevante (y menos vistoso que el récord de brillo). Los autores han utilizado la cercanía y la intensidad de esta ráfaga para imponer límites duros a una posibilidad incómoda, que el evento sea en realidad un repetidor que simplemente no hemos vuelto a ver. Con las campañas de seguimiento acumuladas, el trabajo concluye que su ausencia de repetición no encaja con el comportamiento observado en los repetidores mejor estudiados si se asume que deberían emitir estallidos más débiles que también serían detectables.
Dicho de otro modo, RBFLOAT refuerza la idea de que el “zoológico” de las FRB podría estar compuesto por más de una familia física, o bien que algunas fuentes siguen reglas de emisión distintas a las ya conocidas. Y eso es precisamente lo que vuelve estratégico el salto instrumental de CHIME y sus Outriggers, porque permite construir muestras grandes de eventos no repetidores con localizaciones precisas, algo imprescindible para separar patrones reales de casualidades estadísticas.
El estudio se ha publicado en The Astrophysical Journal Letters y forma parte de una línea de trabajos que apunta a una “rutinización” de localizaciones finas en los próximos años, con cientos de detecciones anuales potenciales cuando el sistema opere a pleno rendimiento. Si esa promesa se cumple, el campo pasará de la era de los hallazgos singulares a la era de las comparaciones sistemáticas (qué entornos producen qué ráfagas, con qué frecuencias y con qué firmas multibanda).












