Estados Unidos se prepara para extender los tentáculos de su poder hasta el espacio. En una maniobra nunca antes vista, la potencia espera tomar revancha de la carrera espacial perdida durante la Guerra Fría, y construir su propio «Chernóbil lunar». Y la NASA, empresa aeroespacial estatal, será la llave para concretar el faraónico proyecto que pone en jaque al resto de las potencias.
EE.UU. conserva grandes ambiciones
El interés por capitalizar el territorio espacial fue una mecha encendida en el período de la Guerra Fría, cuando la Unión Soviética y Estados Unidos protagonizaron una competición tácita para medir el alcance de su poderío y su superioridad tecnológica.
¿Quién es capaz de llegar primero al espacio? Fue el interrogante que propulsó proyectos sin precedentes, que suscitaron inversiones gubernamentales bajo la fe de que grandes innovaciones abrirían las puertas de una nueva era de desarrollo armamentístico.
La vuelta espacial del Sputnik 1, la llegada de Yuri Gagarin al espacio y el lanzamiento del Apolo 11 fueron grandes hitos que definieron la capacidad de ambas naciones para responder por iniciativas nunca antes vistas y convertir en realidad sueños que, hasta entonces, permanecieron en el campo de la ciencia ficción.
Sin embargo, la inquietud por experimentar los límites del potencial del territorio espacial permaneció intacta, y, hasta la fecha, continúa fogoneando lo que algunos llaman la Nueva Carrera Espacial, con actores novedosos como China y empresas privadas como SpaceX, de Elon Musk, y Blue Origin, propiedad de Jeff Bezos.
En estas circunstancias, el gobierno de Norteamérica también se prepara para tomar partido en la puja y, de la mano de la NASA, buscará construir el primer reactor nuclear lunar, con miras a estrenarlo en 2030. Con este artefacto, la potencia occidental espera hacerse de una fuente energética para futuras exploraciones y comenzar la colonización del satélite más famoso.
La NASA acelera la invasión de la Luna
Sean Duffy, administrador y secretario de Transporte de la NASA, confirmó este año el comienzo del proyecto en la Luna, con el respaldo de la administración de Donald Trump. En un plazo de, apenas, cinco años, Estados Unidos espera culminar con el diseño e instalación de un reactor lunar de 100 kilovatios.
«Esto no es un nuevo proyecto. Se ha discutido bajo Trump 1 y bajo (el gobierno de) Biden», reveló el funcionario, además de adelantar que las diferentes gestiones invirtieron fortunas en las investigaciones pertinentes. Aunque, este año, la NASA recibió instrucciones concretas para comenzar con el trabajo «y hacer de esto una realidad».
La iniciativa tendrá lugar en el marco del proyecto Artemis, con el que los estadounidenses esperan también enviar de vuelta 4 astronautas para recorrer la Luna, en una primera misión. Mientras que el segundo objetivo será que permanezcan seis días allí.
Y, aunque según el Tratado del Espacio Exterior, firmado en 1967, nadie puede apropiarse de parcelas lunares, Duffy declaró: «Hay una parte de la luna que todos saben que es la mejor. Tenemos hielo ahí, tenemos luz del Sol ahí, y queremos llegar primero y reclamarla para EE.UU.».
Aunque los planes son ambiciosos y plantean la instalación de un reactor, maquinaria susceptible a condiciones ambientales, lo cierto es que Norteamérica lleva estudiando el tema desde el año 2000, con financiamiento de 200 millones USD en la investigación y el diseño de sistemas de fisión. Por lo cual su experticia en la materia es garantía de un probable éxito.
Se reinicia la carrera espacial
Duffy dejó en claro que la intención de la obra es triunfar sobre China y Rusia, que «han anunciado en al menos tres ocasiones un esfuerzo conjunto para colocar un reactor en la Luna», y asegurar los territorios más valorados bajo potestad yanqui.
Asimismo, China se encuentra realizando pruebas para Lanyue, un módulo de aterrizaje orientado a llevar seres humanos a la Luna. Y, junto a Rusia, espera lanzar en 2030 la Estación Internacional de Investigación Lunar. Intereses similares persiguen Italia con su programa SELENE, y la Agencia Espacial Europea, con Moonlight.
En estas condiciones, el mundo se prepara para afrontar una redefinición geopolítica, en donde se pondrá en juego algo más que los intereses económicos: el futuro de la vida en la Tierra y la sostenibilidad del proyecto de colonizar el espacio.
