Durante años hemos sabido que convivimos con bacterias, virus y hongos en el intestino y la boca. Ahora se suma un invitado nuevo y desconcertante. Un equipo internacional ha descrito unos pequeños círculos de material genético llamados obeliscos que aparecen en microbiomas humanos de todo el mundo y que no se parecen ni a virus, ni a bacterias, ni a viroides tal y como los clasifica hoy la biología.
Antes de que salten las alarmas conviene dejar algo claro. No hay ninguna evidencia de que los obeliscos estén causando enfermedades en personas. Lo que sí muestran los datos es que han colonizado parte de nuestras comunidades microbianas y que llevaban ahí años, quizá milenios, sin que nadie los hubiera visto.
Qué han encontrado exactamente dentro del microbioma humano
Los obeliscos son moléculas de ARN en forma de círculo que se pliegan como una varilla muy compacta. Su tamaño ronda las mil “letras” genéticas, lo que los coloca entre los replicadores más pequeños descritos en ecosistemas animales.
A diferencia de los viroides de las plantas, que no codifican proteínas, muchos obeliscos incluyen regiones con instrucciones para fabricar una nueva familia de proteínas a las que los investigadores han bautizado como “oblinas”. En la literatura se describen por ahora dos variantes, oblina 1 y oblina 2.
Es decir, no son simples bucles pasivos. Son replicadores de ARN muy compactos que parecen llevar su propia “caja de herramientas” mínima, aunque de momento nadie sabe qué hacen esas proteínas dentro de las células que los alojan.
Cómo se han detectado estos nuevos replicadores
El hallazgo llega de la mano de la secuenciación masiva y de algoritmos capaces de rastrear entre miles de millones de fragmentos de ARN. El equipo liderado por Ivan Zheludev y Andrew Fire analizó grandes bases de datos de microbiomas humanos y localizó casi treinta mil obeliscos diferentes.
En números aproximados se detectaron obeliscos en un 7 % de los metatranscriptomas de heces y en la mitad de las muestras orales analizadas. No todas las personas portan los mismos tipos y en algunos casos un mismo obelisco se mantiene en el mismo individuo durante más de 300 días.
En la boca los científicos han podido ir un paso más allá. Allí han visto que una especie bacteriana habitual en la placa dental, Streptococcus sanguinishttps://www.ncbi.nlm.nih.gov/Taxonomy/Browser/wwwtax.cgi?id=388919, alberga una variante concreta conocida como Obelisk S.s. En condiciones de laboratorio la bacteria crece igual con o sin este pasajero de ARN, lo que sugiere que al menos en ese caso el obelisco podría ser neutro para el huésped.
Y no se quedan en el cuerpo humano. Estudios posteriores han encontrado obeliscos o elementos muy similares en aguas oceánicas y en otros nichos microbianos repartidos por los cinco continentes, lo que refuerza la idea de que forman parte de una “materia oscura” microbiana aún sin catalogar.
¿Son realmente una nueva forma de vida?
Aquí entra la parte más delicada. Los obeliscos no encajan bien en las categorías que usamos en los libros de texto. No tienen cápsida de proteínas como los virus. No son viroides clásicos. Infectan bacterias y no células vegetales. Y su secuencia no parece emparentada con ningún otro agente conocido.
El propio equipo los describe como una “clase de ARN diversa” cuyo impacto está aún por determinar. Otros investigadores que estudian los replicadores mínimos y los orígenes de la vida señalan que hallazgos así encajan con la idea de un mundo de ARN poblado por moléculas capaces de copiarse, mutar y competir mucho antes de que existieran células completas.
En ese contexto los obeliscos funcionan casi como fósiles vivientes. No porque vengan del origen de la vida, algo que nadie ha demostrado, sino porque recuerdan que en la frontera entre lo vivo y lo no vivo hay toda una gradación de replicadores que la biología moderna apenas está empezando a mapear.
Qué significa para tu salud y para la biología del futuro
La pregunta lógica es sencilla. ¿Debo preocuparme por tener obeliscos en el intestino o en la boca?
Con los datos disponibles la respuesta honesta es que no. No se ha asociado su presencia con ninguna patología concreta ni con cambios claros en la salud de las personas estudiadas. Son muy abundantes en algunos microbiomas y, sin embargo, los individuos analizados estaban sanos.
Lo que sí es probable es que, a medida que se entiendan mejor, estos replicadores ayuden a explicar aspectos finos de la ecología microbiana. Por ejemplo cómo compiten las bacterias entre sí dentro de la placa dental o del intestino o qué factores favorecen que ciertos elementos genéticos se propaguen dentro de una comunidad y otros no.
También pueden reavivar debates de fondo. Si aceptamos que el cuerpo humano es un ecosistema en miniatura los obeliscos serían un nuevo nivel en esa cadena de vida que va desde nosotros hasta las bacterias y, ahora, hasta estos minúsculos bucles de ARN. Cuanto mejor entendamos esa red más herramientas tendremos para proteger la salud sin alterar de forma irreflexiva un equilibrio que sigue estando lleno de piezas ocultas.
Por ahora el mensaje práctico es de curiosidad y no de alarma. Sabemos que existen, que son frecuentes y que desafían nuestras etiquetas. Lo siguiente será descubrir qué papel juegan exactamente en el gran ecosistema que llevamos dentro. Y ahí sí que la historia no ha hecho más que empezar.
El estudio completo ha sido publicado en la revista «Cell» y está disponible en PubMed.











