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Científicos descubren el origen del ‘escudo’ invisible que envuelve la Tierra: dos estrellas gigantes lo crearon hace 4,4 millones de años

La radiación ultravioleta de estos astros alteró la química de las nubes de gas locales.

Por Adrian Villellas
3 de diciembre de 2025
en Actualidad
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Una investigación publicada en The Astrophysical Journal ha mostrado luz sobre un evento cósmico que tuvo lugar hace 4,4 millones de años y cuyas consecuencias todavía son perceptibles en nuestro vecindario galáctico (es decir, todavía no las podemos apreciar). Dos estrellas azules masivas, mucho más grandes y calientes que el Sol, pasaron a una distancia relativamente corta de nuestro sistema, dejando una huella química en las nubes de gas interestelar que nos rodean. El estudio, que fue llevado a cabo por astrofísicos de la Universidad de Colorado en Boulder, explican que el encuentro no solo alteró la composición del espacio cercano, sino que podría afectar a la protección de la Tierra frente a la radiación cósmica.

Los autores del trabajo identificaron a las responsables como Epsilon y Beta Canis Majoris. Según los modelos matemáticos desarrollados por el equipo, estos astros transitaron a entre 30 y 35 años luz de la Tierra y, aunque pueda parecer una distancia enorme, en las dimensiones que maneja la astronomía se considera un “encuentro cercano”.

Durante su paso, las estrellas inundaron la región con una potente radiación ultravioleta que arrancó los electrones de los átomos de hidrógeno y helio presentes en las nubes locales. De esta forma, se creó un patrón de ionización que había desconcertado a los astrónomos durante décadas y que ahora encuentra una explicación plausible.

Resolviendo un misterio de décadas

Cuando los científicos comenzaron a observar el espacio más allá de nuestro sistema solar con herramientas de precisión como el Telescopio Espacial Hubble, se toparon con una anomalía que no era ni fácil ni sencillo de explicar, pues detectaron que aproximadamente el 20% de los átomos de hidrógeno y el 40% de los átomos de helio en las nubes interestelares locales estaban ionizados. En ese sentido, el helio resultaba “particularmente alta” y carecía de una fuente de energía evidente que la justificara en la actualidad.

Para resolver el enigma, Michael Shull, autor principal del estudio, junto con sus colegas de diversas instituciones estadounidenses, decidieron “rebobinar el reloj cósmico”. Utilizaron simulaciones para rastrear el movimiento de las estrellas y las nubes de gas a lo largo de millones de años. Tal como explicó Shull, el proceso “es como un rompecabezas donde todas las diferentes piezas se están moviendo”. Hay que tener en cuenta que el Sol se desplaza a gran velocidad, las otras estrellas se alejan y las nubes van a la deriva, lo que complica enormemente el cálculo de sus posiciones pasadas.

El análisis reveló que Epsilon y Beta Canis Majoris fueron las fuentes dominantes de esta energía. En aquel momento remoto, estas estrellas habrían brillado con una intensidad formidable. Los investigadores estiman que eran “entre cuatro y seis veces más brillantes que Sirio hoy en día”, lo que las convertía, con mucha diferencia, en los puntos más luminosos del firmamento nocturno de la Tierra prehistórica.

Un escudo protector para la vida

Más allá de la curiosidad astronómica, el hallazgo nos sirve para comprender las condiciones que permiten la vida en nuestro planeta. De esta forma, si las nubes interestelares locales se extienden unos 30 años luz y actúan como una barrera física y magnética, este estudio sugiere que la ionización provocada por este evento antiguo ayudó a dar forma a estas estructuras gaseosas.

El propio Shull explico que este mecanismo de defensa natural es “el hecho de que el Sol esté dentro de este conjunto de nubes que pueden protegernos de esa radiación ionizante puede ser una pieza importante de lo que hace que la Tierra sea habitable hoy”. Así, sin estas nubes, el sistema solar estaría más expuesto a la radiación de alta energía procedente de supernovas y otros fenómenos violentos de la galaxia, lo cual podría haber afectado a la evolución biológica o a la atmósfera terrestre.

Además de las dos estrellas protagonistas, el equipo identificó otras fuentes que contribuyeron al estado actual de nuestro entorno, incluyendo tres enanas blancas y la radiación remanente de la “burbuja caliente local”. Este último es un vacío en el espacio creado por la explosión de entre 10 y 20 supernovas, que funciona de manera similar a soplar burbujas en un vaso de leche, desplazando y calentando el gas circundante.

Las estrellas masivas, como Epsilon y Beta Canis Majoris, se encuentran a más de 400 años luz de distancia y su temperatura alcanzan los 45.000 grados Fahrenheit (que son unos 25.000 grados Celsius). Los astrónomos creen que al agotar su combustible explotarán como supernovas en los próximos millones de años. Aunque nosotros no lo veremos, nuestros futuros habitantes sí que lo verán, siendo este un espectáculo visual impresionante con un brillo tan intenso que podría ser visible incluso a plena luz del día.

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