En las últimas décadas, el mundo observó con atención el estallido del comercio electrónico, que convirtió al internet en una vidriera de exposición y una oportunidad única para que fabricantes posicionen sus productos en todo el globo. Sin embargo, el auge de sitios como Shein y Temu preocupa a la Unión Europea (UE), que planea limitar el consumo de bienes chinos para proteger a las empresas locales.
La explosión del e-commerce y la irrupción de los gigantes chinos
Desde su aparición, internet tuvo una meteórica evolución que permitió a los ciudadanos del mundo y a las grandes empresas aprovechar la velocidad de la conducción de la información y su alcance internacional para llegar a los rincones más aislados.
El surgimiento del e-commerce (o comercio electrónico) revolucionó el sistema económico de diferentes naciones, que tuvieron que reformular sus reglas para adaptarse al fenómeno e intentar blindarse al libre mercado que se instaló a partir de una competencia que comenzó a ser de escala internacional.
En este escenario, una vez más la visionaria China vio aproximarse el estallido de los servicios de compras online y puso a disposición su sofisticada maquinaria de hiperproducción de bienes de imitación que rápidamente maravillaron a las masas de clientes, por ser baratos y estéticos.
Con el lanzamiento de Shein y la irrupción de Temu en el mercado, dos plataformas de compras online disponibles para su descarga en smartphones y cuyos megadescuentos y envíos gratis son irresistibles para la mayoría de los consumidores, el panorama de las empresas europeas se oscureció.
Pues, mientras Shein cerró el 30% de sus ventas globales en Europa entre 2018 y 2022, la Federación de la Industria Textil Europea alertó un desplome de sus ventas entre 2020 y 2024, motivado por la competencia desleal con prendas chinas que, pese a no tener la misma calidad que las casas de moda tradicionales, supieron emular sus diseños y ofrecerlos a un costo mucho menor.
Por esta razón, la Unión Europea acaba de tomar una contundente decisión para poner fin al comercio de productos asiáticos libre de impuestos y devolver el poder a las industrias locales de las naciones que la integran, protegiendo también sus sistemas económicos de la voracidad de China.
La respuesta de Bruselas: fin de la exención aduanera
Si bien la UE no pretende prohibir las compras en Shein, Temu y otras plataformas extranjeras, su objetivo es restringir el ingreso de esos productos con la aplicación de aranceles que sometan a los chinos a una competencia más justa con sus pares europeos.
En concreto, este año el organismo anunció que aplicará impuestos para el ingreso al continente, tras decidir la eliminación de la exención de derechos de aduana a paquetes chicos y de costo menor a 150 euros. Vigente desde 1983, la medida será revocada y, desde el 2026, China y los países que deseen vender en territorio de la UE deberán someterse a las nuevas exigencias de mercado.
Actualmente, los envíos menores a 150 euros se triplicaron entre 2022 y 2024, alcanzando una cifra actual de alrededor de 4600 millones de euros de recaudación. Pero, además de representar un problema para la industria local, lo cierto es que las compras diarias de cajas pequeñas también dificultan la revisión de Aduana y ponen riesgo la seguridad de los países.
Cabe destacar que la maniobra de Europa sigue el ejemplo de Estados Unidos, que dejó sin efecto la medida que liberaba a los paquetes de origen internacional cuyo valor era menor a 800 USD.
El costo ecológico de la hiperproducción
Además de la competencia desigual, la violación de los derechos de propiedad intelectual para fabricar imitaciones y el problema de las invasivas publicidades que inundan la web e incitan a comprar en estas plataformas, China protagoniza un problema mayor: la contaminación ambiental.
Como consecuencia de la excesiva producción, la industria textil china deja, por lo menos, 2,5 mil millones de toneladas de agua, empleada en sus procesos de fabricación, contaminada con colorantes y metales que imposibilitan su reutilización.
Asimismo, el sector textil produce alrededor del 10% del total del CO2 que inunda la atmósfera, y los residuos de prendas que no son vendidas rápidamente «pasan de moda», constituyen auténticos basureros en zonas aisladas, perjudicando el ecosistema y la vida silvestre.
En estas condiciones, es menester replantearse algo más que un castigo de índole comercial a China y exigir la urgente toma de conciencia para frenar el deterioro ambiental que la ultra-fast-fashion y el consumo ilimitado están motorizando. Promover la ecomoda y el reciclaje pueden ser medidas de combate que, aunque parecen menores, son revolucionarias.
