La contaminación en las grandes ciudades nos transporta siempre a la típica imagen. El humo que sale por los tubos de escape. Parece ser el villano principal. Durante muchos años, la discusión pública sobre cómo solucionarlo se centro en las regulaciones, las tecnologías de los motores o las restricciones para entrar al centro. Pero esta discusión parece haber dejado de lado un factor importante. ¿Contamina lo mismo un coche nuevo que uno viejo? ¿Qué pasa con quienes no pueden cambiar el auto por uno más moderno?
¿El que menos tiene es el que más contamina?
Normalmente, el patrón clásico de la contaminación es claro. Los hogares con más plata generan más emisiones. Consumen más, viajan más, compran más cosas. Pero un nuevo estudio acaba de poner esa idea patas arriba. Al menos en lo que respecta a la calidad del aire que respiramos en la ciudad. La investigación invierte la carga y demuestra que pasa exactamente lo contrario.
La gente con menor capacidad económica, al tener más dificultades para acceder a coches nuevos, híbridos o eléctricos, termina manejando vehículos que son mucho más contaminantes por cada kilómetro que recorren. Esto genera un círculo vicioso de desigualdad ambiental. Las personas con menos recursos terminan contribuyendo, sin quererlo, de forma desproporcionada a la contaminación del aire en sus propios barrios.
La desigualdad sale por el tubo de escape
Un equipo de científicos de la Universidad de Birmingham, en el Reino Unido, le puso cifras exactas a esta injusticia. Analizaron más de 50 000 vehículos en circulación. No les preguntaron a los dueños. Usaron sensores remotos instalados en las calles que medían en tiempo real las emisiones de cada auto que pasaba. Luego, cruzaron esos datos con un sistema que estimaba el precio de ese vehículo.
Los resultados son clarísimos y demuestran una relación directa entre el precio del auto y la cantidad de veneno que larga. Los coches más baratos, especialmente los diésel más antiguos, emiten significativamente más óxidos de nitrógeno (NOx), dióxido de nitrógeno (NO2) y partículas finas (PM) que los vehículos más caros. La tecnología limpia, en la práctica, sigue estando fuera del alcance de la mayoría.
La brecha del diésel
Donde más se nota la diferencia es en los coches diésel. El estudio calculó que por cada 1000 libras (poco más de 1000 euros) adicionales que una persona gasta en un auto diésel, las emisiones de NO2 bajan un 0,4 g por litro. Un coche diésel de 5000 libras emite, de media, 8,8 g/litro de NOx. Uno de 15 000 libras, en cambio, baja a 5,6 g/litro. Es casi un 40% menos.
Esto demuestra algo realmente grave. Incluso entre dos coches que tienen la misma etiqueta ambiental, el más caro suele ser más limpio en la vida real. Esto se debe a que probablemente tenga mejores sistemas de control de emisiones, mejor mantenimiento o simplemente un mejor estado general. El precio, tristemente, funciona como un indicador de cuánto contamina un coche. El problema está en que no todos pueden acceder a esos precios. ¿Cómo se soluciona esto? ¿Tiene realmente una solución?
Este descubrimiento deja a la vista el problema de las políticas urbanas. No alcanza con crear zonas de bajas emisiones si no se tiene en cuenta el factor social. Los investigadores proponen medidas más justas. Un ejemplo de estas sería la fiscalidad progresiva. Que los impuestos se base no solo en la etiqueta del coche, sino en sus emisiones reales y su precio. También sugieren un programa de renovación del parque móvil que estén pensados específicamente para los hogares con menos recursos, La idea es integrar los datos socioeconómicos en la planificación urbana. La transición energética debe ser más justa para lograrla por completo.
