Hay problemas que duran mucho más tiempo de lo esperado. Entre ellos, se encuentran los residuos radiactivos y ocupan el primer lugar. Son invisibles, tóxicos y seguirán siendo peligrosos durante muchos años más. En Estados Unidos, parte de esta problemática viene desde los tiempos más intensos de la Guerra Fría pero ese pasado parece que vuelve a transformarse. No se trata de relatos de ciencia ficción, hablamos de la primera vez en que se busca una tecnología que sea una respuesta y se puede aplicar para resolver uno de los más grandes problemas ambientales de este siglo.
El desafío de intentar limpiar el pasado
Durante décadas, el sitio de Hanford, Washington en el noreste estadounidense, acumuló millones de litros de residuos radiactivos en 170 tanques subterráneos. Algunos llevan allí desde los años cuarenta y cincuenta, cuando el país producía materiales para sus armas atómicas. Con el tiempo, estos contenedores se empezaron a deteriorar y a filtrar sustancias al suelo y a las napas de los ríos cercanos.
La presión de las organizaciones ambientales, comunidades locales y científicos fue creciendo hasta que en un momento, el Departamento de Energía, decidió invertir en el lugar. El resultado de esto fue la Planta de Tratamiento e Inmovilización de Residuos diseñada y construida por la empresa Bechtel. Este complejo, comenzó a iniciar su funcionamiento y ya procesa cerca de 20 000 litros de desechos por día. Pero, ¿cómo se tratan los residuos radiactivos?
¿Cómo se convierte la radiación en vidrio?
Este proceso, que combina lo más increíble de la ingeniería y química de precisión, es conocido como vitrificación. Los residuos líquidos se mezclan con materiales que forman vidrio y luego se calientan a temperaturas superiores a 1150 grados Celsius en hornos de más de 300 toneladas. Cuando se funden, la mezcla se transforma en una sustancia viscosa que, una vez que se enfría, queda atrapada para siempre en la estructura sólida.
Los bloques resultantes se almacenan en contenedores de acero inoxidable diseñados para durar siglos. De este modo, los materiales radioactivos quedan inmovilizados. No pueden filtrarse, reaccionar ni contaminar el ambiente. En términos más simples, lo que antes era una amenaza ambiental, se vuelve un objeto inerte y seguro. La presidenta del área nuclear de Bechtel afirmó que este logro refleja mucho tiempo de trabajo y una visión compartida sobre los desafíos ambientales que enfrenta el país.
La planta de Hanford es la instalación de tratamiento de residuos radioactivos más grande del mundo y representa un cambio en la forma en que Estados Unidos comienza a gestionar sus desechos nucleares que venían siendo acumulados durante años.
Una tecnología con impacto global
Este avance tiene un significado a nivel internacional. El manejo de estos residuos sigue siendo un tema a tratar en muchos países que utilizan energía atómica. La vitrificación ofrece una salida viable. No elimina el problema completamente, pero si lo controla y reduce enormemente los riesgos. Más allá del ámbito nuclear, esta técnica podría aplicarse para otro tipos de desechos persistentes como los metales pesados o lodos tóxicos. Su capacidad de encapsular sustancias peligrosas y mantenerlas estables durante mucho tiempo puede ser una solución a muchos problemas.
La idea de fabricar «cristales radiactivos» puede sonar alarmante, pero en realidad representa una de las soluciones más inteligentes a un problema que se viene arrastrando hace mucho tiempo. Con la puesta en marcha, Hanford demuestra que la tecnología también puede servir para reparar daños. Quizás aún falten décadas enteras para que los residuos pierdan toda su peligrosidad, pero estos bloques de vidrio son un recordatorio de que el futuro se construye enfrentando las consecuencias del pasado y buscando soluciones que permitan reparar el daño. Es importante tener una visión a largo plazo.
