El mundo de la seguridad vial siempre tiene objetos que se vuelven icónicos y nos acompañaron durante décadas. Se trata de elementos que asociamos a la carretera y a los problemas que pueden surgir en ella. Son parte del paisaje y del protocolo que todos aprendimos al sacar la licencia de conducir. Pero con los años, la tecnología avanza y lo que antes era una solución estándar hoy puede ser visto como un riesgo. La idea es que en una situación como tener el coche roto en medio del tráfico, no tengamos que salir a caminar para poner las señales.
La polémica de la «luz conectada»
El debate sobre cómo señalizar un peligro en la ruta lleva años sobre la mesa. La Dirección General de Tráfico (DGT) defendió con fuerza la idea de reemplazar los métodos tradicionales por un sistema más moderno. La lógica es simple. Se trata de evitar que la gente salga del coche. Su propuesta se basa en un dispositivo luminoso que se puede poner en el techo con solo sacar el brazo por la ventanilla.
El problema es que esta decisión se convirtió en un verdadero dolor de cabeza para los conductores. La normativa cambió varias veces. En 2021 se aprobó el cambio, pero no se especificó que la conexión fuera obligatoria. Millones de personas compraron una primera tanda de luces que, en 2023, quedaron obsoletas por un nuevo cambio normativo. Ahora, solo valen las «conectadas» a la plataforma DGT 3.0.
El gran miedo de una vigilancia permanente
Y aquí es donde empieza la verdadera paranoia. La nueva baliza V-16 obligatoria no es una linterna glorificada. Es un aparato tecnológico que lleva un sistema GPS y una tarjeta SIM con conexión pagada por 12 años. Técnicamente, es capaz de transmitir la posición de tu coche. Esto ha disparado las alarmas y las dudas en foros y redes: ¿Podrá la DGT saber dónde estamos en todo momento? ¿Nos van a multar si pasamos rápido por un sitio?
La respuesta corta, según la propia DGT, es no. Y hay varias razones. La principal es que el dispositivo no está diseñado para un rastreo continuo. La baliza solo envía la posición de forma puntual, en el momento exacto en que la enciendes para reportar un accidente. Es un requisito de la homologación que no pueda incorporar funcionalidades adicionales.
El anonimato de la baliza
El segundo motivo, y quizás el más importante, es que la baliza no sabe quién eres. Para que haya una vigilancia real, el vigilante tiene que saber a quién mira. Pero estos aparatos no están asociados a tu identificación, ni a la matrícula de tu coche, ni a tu nombre. Son anónimos. La DGT lo aclara en su web: el sistema solo recoge la posición exacta para evitar siniestros, pero no recoge ni emite información personal. Queda claro que la DGT no te puede multar «a distancia» por velocidad. Pero si te puede multar con 200 euros por no llevar la baliza o por utilizar los viejos triángulos que estarán prohibidos a partir del próximo año.
El 1 de enero de 2026, quien no la lleve, se expone a multa. Pero aunque el debate de la privacidad parece zanjado, el de la seguridad real no lo está en absoluto. Expertos en seguridad vial y asociaciones de la Guardia Civil han puesto el grito en el cielo por otros motivos. Advierten que este dispositivo a la luz del día apenas se ve. Además la batería solo dura 30 minutos por ley. Si la grúa tarda más, quedarás en medio de la carretera sin luz y sin poder usar los triángulos. Es un negocio millonario para un dispositivo que genera muchas dudas.
