Durante mucho tiempo, la transición hacia energías más limpias fue un desafío para todos. Cada país buscó reducir su dependencia del petróleo mientras intentaba sostener el crecimiento económico. Sin embargo, en los últimos tiempos algo empezó a cambiar. Las cifras, las inversiones y hasta la dirección que se está siguiendo está apuntando a un lugar específico del mapa. Mientras en Occidente se debate cómo acelerar esta transición, en Asia ya hay quién avanza a una velocidad que va a ser difícil de alcanzar para el resto del mundo.
Ya no se discute por quién lidera
Empresarios, analistas y funcionarios de todo el mundo comenzaron a admitirlo en voz alta. Las grandes potencias occidentales ya no marcan el ritmo de las nuevas energías. En sus viajes a Asia, los diferentes representantes de fondos de inversión y empresas tecnológicas reconocen que la industria energética se está reconfigurando. El equilibrio ahora se mueve hacia aquel continente.
Las causas son diversas y poco misteriosas. En principio están los bajos costos de producción, las políticas estatales agresivas, un sistema industrial en crecimiento y la gran capacidad tecnológica que no deja de avanzar. Todo esto es lo que está empujando a un cambio estructural que deja a Europa y a Estados Unidos en una posición más a la defensiva. Detrás de todo esto hay un nombre propio que concentra buena parte del cambio energético.
China, la fábrica de la renovación energética
China hace mucho más que fabricar paneles solares y baterías. El país logró en pocos años un dominio casi total en sectores que definen la nueva economía. Hablamos de energía solar, eólica, baterías, vehículos eléctricos y materiales críticos. Los números empiezan a hablar. En 2024, el 64 % de toda la nueva energía renovable instalada en el mundo salió de China. Solo en ese año, el país añadió 374 000 millones de vatios. En energía solar alcanzó los 887 GW de capacidad, más de la mitad del total mundial.
Actualmente controla más del 80 % de la producción de paneles solares, el 70 % de los vehículos eléctricos y casi el 90 % del procesamiento de litio y otros materiales que son esenciales. En comparación, el esfuerzo europeo parece modesto. Alemania suma 90 GW solares, Francia 21 y Reino Unido solamente 17. China, que hace dos décadas era uno de los países más contaminantes del mundo, logró revertir esta tendencia mientras construía un sistema de energía limpia a grane escala. Con todo esto, logró cambiar por completo las reglas del juego.
Un modelo no tan fácil de imitar
El secreto de este enorme éxito no es solo tener grandes avances tecnológicos, sino el control en toda la cadena de valor. El modelo productivo del país asiático impulsa una competitividad que resulta casi imposible de igualar bajo las normas laborales de occidente. Aunque se trata de una dinámica bastante criticada por sus costos humanos, sigue siendo una de las razones por las cuales China produce mucho más rápido y barato. Algunos expertos advierten que esta supremacía obligará a muchos países a reforzar sus vínculos con el país si quieren mantener el paso hacia la transición energética global.
China no está esperando a nadie, está construyendo su propio futuro. Su dominio en las energías limpias redefine las relaciones de poder, la industria automotriz y hasta políticas de exterior. Mientras Europa y Estados Unidos discuten cómo acelerar su propios planes, en Asia ya están produciendo, exportando y marcando los precios del mercado mundial. El mundo quiere energía limpia y barata. China ya la fabricó y en ese proceso se convirtió además, en la mayor potencia energética del planeta. La pregunta ahora es ¿es posible seguirle el paso a China o nos quedaremos mirando desde atrás?
