En Europa hay diferentes políticas de movilidad que parecen estar cambiando últimamente. Los países buscan reducir las emisiones y empujar hacia una transición que apunte a los automóviles eléctricos. Algunos ofrecen ayuda de forma directa. Otros hacen cambios en la infraestructura. Pero, a pesar de todo esto, hay un país que capta las miradas por un enfoque fuera de lo común. En lugar de premiar a quienes apuestan por el cambio decide castigar a quienes no lo hacen. Esta estrategia alteró por completo el mercado automotriz local.
Cuando el mercado se da vuelta
En este país europeo, el cambio no llegó solo por conciencia ecológica. Lo que realmente modificó el rumbo fue una cuestión económica. Las autoridades aplicaron un sistema de impuestos que transformó los precios. Como resultado las decisiones de los compradores cambiaron completamente.
Esto tuvo una consecuencia clara: los concesionarios empezaron a mostrar una tendencia cada vez más creciente. Comenzaron a vender más coches eléctricos y menos a combustión. Según datos publicados, hoy alrededor del 60% de los vehículos nuevos en este país son eléctricos. Una cifra que pocos imaginaron tiempo atrás. Lo más curioso es que no se trata de un milagro tecnológico ni de subsidios masivos, sino de una fórmula mucho más simple. Quien contamina, paga más. Esta fue la clave para que el mercado cambiara por completo.
El ejemplo que mira toda Europa
El caso más claro de este fenómeno es Dinamarca. En este país el sistema fiscal castiga a los automóviles de combustión con impuestos altísimos. Mientras tanto, los eléctricos tienen importantes reducciones. Esto genera situaciones tan extremas como que un BMW iX1 eléctrico pueda costar menos que un Seat Arona con motor a gasolina. ¿Cómo es posible?
Es debido a que el impuesto de matriculación de un auto a gasolina ronda alrededor de los 15 000 euros. Además los coches eléctricos no están sujetos a impuestos basados en las emisiones de CO2.Las marcas entendieron rápidamente el panorama. Ajustaron su oferta, adaptaron la producción e incentivaron el cambio hacia estos nuevos modelos. Lo que en otros lados podría ser una polémica, en Dinamarca ya es una realidad del día a día.
De una manera algo particular, el país logró posicionarse como uno de los líderes en la movilidad eléctrica. Su estrategia, que se basa en multar a quien contamina en vez de premiar a quien elige la sostenibilidad, logró un cambio en la industria local. Dinamarca deja un mensaje clarísimo: el cambio puede venir de la economía, no únicamente de la conciencia.
Un futuro diferente
El éxito danés no está alejado de los debates. Algunos expertos se preguntan si un sistema tan dependiente de impuestos puede sostenerse a largo plazo. Otros ven en este modelo un ejemplo claro de cómo los gobiernos pueden ayudar a guiar la transición hacia energías más limpias. Aunque hablamos de un enfoque más centrado en la economía que la ecología, queda demostrado que las políticas pueden modificar los hábitos de consumo de los habitantes. Dinamarca no esperó a que la conciencia ambiental sea imponente, simplemente se adelantó cambiando las reglas del juego.
Con esta acción, Dinamarca se convirtió en el país con más porcentaje de automóviles eléctricos. Con una simple decisión fiscal logró una revolución en la industria automotriz. Lo que empezó como una medida para desincentivar los coches de combustión, terminó transformando todo el mercado. Hoy, seis de cada diez coches nuevos son eléctricos. Esto se logró gracias a los impuestos. En un continente que busca reducir las emisiones de carbono sin frenar la economía, este país da el ejemplo de que se puede lograr un cambio. Algunos cuestionan el modelo, pero no pueden ignorar los resultados.