En el mundo de la ciencia, existen momentos de cambio, instantes en que una nueva herramienta o método transforma para siempre las reglas del juego. Son pocas las técnicas que logran trascender su campo de origen para convertirse en un pilar fundamental de la ciencia. Hablamos de las revoluciones silenciosas, una metodología que otorgó a la humanidad una nueva forma de ver. El impacto de un descubrimiento científico en grandes ocasiones se mide por las puertas que se abren luego de este. ¿Qué descubrimiento fue tan importante?
Una nueva forma de observar el mundo
Durante mucho tiempo, la ciencia se esforzó por comprender los elementos del mundo que nos rodea. Sabíamos de la existencia de los átomos y moléculas, pero su organización precisa en estructuras quedaba fuera de nuestro alcance. La gran barrera estaba en la imposibilidad de observar de forma mucho más directa, algo tan pequeño.
Sin embargo, la llegada de nuevos métodos empezó a cambiar las cosas en el mundo científico. El alcance de este descubrimiento es tan amplio que se volvió omnipresente en la investigación moderna. No se limita únicamente a un campo. Su poder es universal. En la medicina, por ejemplo, es esencial para el diseño de fármacos y en la industria se utiliza para desarrollar materiales mucho más resistentes y eficientes. ¿De qué metodología hablamos?
La cristalografía de rayos X
La cristalografía de rayos X es una técnica que ha revolucionado la ciencia. En 1915 William y Lawrence Bragg, un equipo formado por padre e hijo ganaron el Premio Nobel de Física por su trabajo en este método. Este consiste en determinar las estructuras atómicas y moleculares de los cristales mediante el estudio de cómo los rayos X se difractan o desvían cuando interactúan con ellos.
Probablemente, el descubrimiento más increíble facilitado por este método fue la determinación de la estructura del ADN. A principios de la década de 1950, la química del ADN era ya conocida. Pero su forma tridimensional, clave para entender la herencia, continuaba siendo un misterio. La investigadora Rosalind Franklin, obtuvo una imagen de difracción de rayos X de una fibra de ADN, conocida como la «Foto 51».
Este descubrimiento que lleva muchísimos años vigente, marcó un antes y un después en la forma de ver las cosas. La cristalografía de rayos X no es una técnica del pasado. En la actualidad, continúa utilizándose. ¿De qué sirve?
Del laboratorio a Marte: el legado continúa
No solo en el pasado fue cuando brilló esta técnica. En años más recientes, ha sido empleada para la fabricación de fármacos contra el cáncer, baterías de litio y comprender los procesos de degradación de hielo. Además, también fue llevada fuera de la Tierra. En 2012, el rover Curiosity de la Nasa realizó un experimento basado en este método sobre Marte, analizando la arena de este planeta.
Toda técnica poderosa enfrenta límites y competencia. En este caso, uno de los desafíos ha sido que requiere muestras ordenadas. No todas las sustancias o moléculas se pueden cristalizar con facilidad. También existe la posibilidad de que la radiación misma cause daños a las muestras sensibles, provocando distorsiones en los resultados. Frente a esto, han surgido otras técnicas que disputan su territorio como la criomicroscopía electrónica y los métodos basados en inteligencia artificial.
La técnica de la cristalografía de rayos X funcionó como uno de los pilares más silenciosos detrás de descubrimientos fundamentales para la ciencia. Su gran capacidad de hacer visibles las estructuras internas permitió avances esenciales. Estos fueron respaldados por cantidades de Premios Nobel. Aunque tiene ciertos límites, sigue siendo una herramienta que tiene un gran potencial. Tal vez, mirando hacia el futuro, la misión de esta técnica permanece inalterada: continúa iluminando lo desconocido.