Muchas veces el problema principal no es llegar tan lejos sino llegar a tiempo. En el norte de España, miles de personas usan a diario trenes que acumulan años, averías y esperas. La promesa de una renovación parecía estar a la vuela de la esquina pero los plazos se corrieron tanto que se transformó en una sensación de resignación a que los servicios seguirán siendo viejos y fallando. La historia viene desde hace varios años. En 2020 se planificó la fabricación de varios trenes para el tramado Asturias y Cantabria pero cinco años después nada de eso es real.
Un servicio que envejeció
En el papel, la modernización tenia todo el sentido. 25 unidades eléctricas y 6 híbridas de ancho métrico con velocidad máxima de 100 km/h y un espacio para llevar las bicicletas. En la práctica, la realidad fue completamente diferente. Entre decisiones técnicas erradas y ajustes posteriores, el calendario se pausó. Y mientras tanto, hay trenes que siguen prestando un servicio hace más de cuatro décadas y el desgaste logístico que eso implica cambia por completo el confort y la disponibilidad.
Las consecuencia es visible en la vida diaria. Los retrasos son recurrentes, hay falta de personal y el mantenimiento es mínimo. Este verano, la oposición en Asturias contabilizó más de 800 incidencias que afectaron a unos 1000 servicios solo entre julio y agosto. Hay además un detalle incómodo. En muchos apeaderos no hay pantallas informativas por lo que los usuarios viajan prácticamente «a ciegas».
El mayor problema, tres horas para 90 kilómetros
El malestar es cada vez mayor entre los pasajeros. La Asociación de Usuarios del Ferrocarril y la Movilidad (Affecom) lo resume en pocas palabras: entre Laurca y Oviedo hay unos 90 kilómetros y se tarda casi tres horas. Los usuarios afirman que se tarda casi el mismo tiempo en viajar a Madrid que en recorrer esos 90 kilómetros. A eso se le suma una planificación que en muchos casos se vuelve imposible entre las frecuencias. El primer tren desde Luarca llega a media tarde y el último de regreso sale demasiado pronto para que el trámite alcance.
Las líneas más complicadas son varias. El problema no es solo la cantidad de paradas sino también las limitaciones de seguridad y señalización que impiden ganar velocidad. El saldo es paradójico. Hoy subirse a estos trenes puede ser gratuito en determinados puestos pero el servicio pierde pasajeros por su falta de fiabilidad.
La renovación parece ser solamente en los papeles
Las fechas de una renovación nunca fueron fijas y parece que se mueven cada vez más. Transporte llegó a reiterar que habría pruebas en 2026 y el servicio comenzaría ese mismo año. Pero hace unos días el presidente de Renfe enfrió las expectativas. En principio estarán en funcionamiento en el 2027. Esto deja en evidencia nuevos retrasos y encendió la crítica de los gobiernos regionales que reprochan la falta de claridad en la comunicación de los plazos. Por el momento, el proyecto solo estará en los papeles y para ver si se realiza realmente un cambio habrá que esperar más de lo que uno querría.
El panorama está claro. Es una flota vieja e insegura. El caso de Asturias y Cantabria se volvió emblemático porque condensa todos los fallos posibles. Hablamos de una planificación que patina, especificaciones mal trasladadas y un calendario que se estira mientras los usuarios siguen esperando en el andén. Cuando un viaje de 90 kilómetros nos lleva casi 3 horas, el tren deja de ser una opción competitiva en el día a día. Salir de este bucle de promesas incumplidas requiere de dos cosas: cumplir el nuevo calendario sin más sorpresas y aplicar medidas de alivio realistas para los usuarios.
