Las grandes tormentas no solo agitan la superficie del mar. También reordenan, con retraso y de forma difícil de anticipar, el mecanismo con el que el océano retira carbono de la atmósfera y lo entierra en profundidad. Esa es la principal conclusión de un estudio publicado en Global Biogeochemical Cycles a partir de observaciones directas realizadas durante la campaña EXPORTS en el Atlántico Norte (primavera de 2021), un despliegue internacional diseñado para entender qué ocurre con el carbono fijado por el fitoplancton cuando abandona la capa iluminada.
El hallazgo central introduce un matiz relevante para los modelos climáticos. Cada una de las cuatro tormentas intensas registradas durante el crucero (con vientos por encima de 50 nudos y olas de más de 20 pies) actuó como una batidora que fragmentó la llamada nieve marina (agregados orgánicos que transportan carbono hacia abajo). Al quedar en partículas más pequeñas, el descenso se ralentizó y el flujo de carbono hacia aguas profundas cayó de manera temporal. Pero, una vez amainado el temporal, los instrumentos detectaron un “pulso” de salida de partículas desde la capa superficial alrededor de dos días después.
La explicación apunta a un juego de capas. Las tormentas profundizan la capa de mezcla (la zona superior donde la turbulencia homogeniza el agua) y arrastran partículas a mayores profundidades. Cuando vuelve la calma, esa capa se hace más somera y deja por debajo una reserva de material fragmentado que ya no está sometido a la agitación superficial. En ese entorno más estable, los restos pueden reagregarse en copos mayores y hundirse con mayor rapidez. El trabajo lo presenta como una de las primeras observaciones de campo que conectan directamente turbulencia, agregación y desagregación de partículas y flujo de hundimiento.
El estudio también corrige una pieza clave sobre “quién se come” esa nieve marina en el descenso. Entre 200 y 500 metros, los autores estiman una degradación biológica de las partículas grandes cercana al 12% diario.
Cómo funciona la nieve marina
Al analizar consumos y encuentros, los cálculos del equipo sugieren que los microbios explicarían menos de la mitad del consumo total, lo que desplaza el foco hacia el zooplancton como principal responsable en esa franja de aguas medias. Es un giro relevante porque muchos modelos del sistema terrestre han priorizado a los microbios en esta fase del proceso.
La razón por la que estos detalles importan es de escala planetaria. Según el propio trabajo, el fitoplancton fija cada año entre 55.000 y 60.000 millones de toneladas métricas de carbono y alrededor del 15% se exporta desde la superficie hacia el interior oceánico mediante la “bomba biológica”, donde puede quedar secuestrado desde meses hasta milenios.
Si el temporal introduce un frenazo y un acelerón posterior que los modelos no representan bien, el error acumulado puede ser sustantivo en las proyecciones de carbono oceánico.
EXPORTS (una campaña liderada por la NASA) se concibió precisamente para traducir observaciones satelitales de productividad marina en predicciones sobre el destino del carbono (con barcos e instrumentación autónoma).
La fase del Atlántico Norte se ejecutó en plena salida de la pandemia, con coordinación entre decenas de instituciones y sin casos de COVID-19 en los buques, un esfuerzo que el proyecto subraya como excepcional en términos logísticos.
El siguiente paso es convertir estos “mecanismos” en ecuaciones. Un taller internacional previsto en Glasgow en marzo de 2026 busca acordar una hoja de ruta para incorporar procesos biológicos y físicos como los observados (incluida la interacción de tormentas y nieve marina) en la próxima generación de simulaciones climáticas.












