La marisma de Doñana podría desaparecer en unos 61 años si se mantiene la tendencia observada desde 2005, según una investigación de la Universidad de Sevilla basada en imágenes del satélite Sentinel 2 y un modelo de aprendizaje automático que detecta agua superficial con alta precisión. El estudio plantea además dos escenarios alternativos, uno más pesimista de 45 años y otro más optimista que se alarga hasta unos 175, en función de cómo evolucionen temperaturas y precipitaciones.
El dato que más duele es el ritmo reciente. El equipo estima que entre 2005 y 2024 se ha perdido en torno a un 15 por ciento de la superficie húmeda media, del volumen de agua y de la profundidad media de la lámina de agua. Y dentro de esa caída, más de un 13 por ciento se concentra a partir de 2010. El investigador Emilio Ramírez Juidias lo resume así, “se registra un aumento de las temperaturas y sobre todo un descenso acuciante en las precipitaciones, ayudado por la extracción ilegal de los recursos hídricos en la zona”.
Doñana no es un humedal cualquiera. Es Patrimonio Mundial y uno de los grandes refugios para aves acuáticas, con marismas, lagunas y dunas que sostienen una biodiversidad difícil de reemplazar. Cuando baja el agua, el problema no se queda en un paisaje más seco, se traduce en menos alimento, menos zonas de cría y menos descanso en las rutas migratorias.
Un algoritmo que distingue agua y vegetación
La investigación se apoya en una idea sencilla de explicar y compleja de ejecutar. Con datos ópticos de Sentinel 2, el algoritmo usa bandas del infrarrojo cercano y del rojo para separar masas de agua de la cobertura vegetal mediante una fórmula calibrada para humedales como Doñana. Después genera mapas actualizados que muestran dónde aparece y dónde se pierde el agua superficial, con resultados validados sobre el terreno. La intención no es solo mirar, sino anticipar y ayudar a decidir.
Ese enfoque encaja con una realidad que organismos y misiones internacionales llevan años señalando. En Doñana pesan varias presiones a la vez, con una hidrología condicionada por la extracción de agua subterránea y por actividades agrícolas y turísticas en el entorno.
Qué tienen que tener en cuenta gestores y ciudadanía
Ramírez Juidias propone empezar por lo básico, “la primera de ellas ha de ser drástica”, y pasa por el cierre definitivo de pozos ilegales y el control efectivo del uso del agua. A partir de ahí llegan cambios que suelen costar más porque implican reordenar el territorio, como avanzar hacia una agricultura menos demandante, extender riegos eficientes, restaurar zonas degradadas con reconexión hidrológica y vegetación autóctona, y reutilizar aguas depuradas para quitar presión al acuífero.
La noticia de fondo es incómoda pero útil. Si ya sabemos medir mejor el agua, también podemos discutir con menos ruido qué decisiones son efectivas y cuáles solo aplazan el problema. En un lugar con el valor de Doñana, la tecnología no sustituye a la gestión, pero puede dejar sin excusas a la inacción.











