Un árbol poco conocido fuera de América Latina está empezando a llamar la atención de la ciencia alimentaria por un motivo muy concreto: casi todo en él se aprovecha. Se trata de Hymenaea courbaril, conocido como guapinol o jatobá, una especie nativa desde el sur de México hasta gran parte de la Amazonia y el Caribe.
La noticia no es que exista, sino que equipos de investigación en Colombia y Brasil están poniendo orden en lo que la tradición llevaba siglos usando. El objetivo es claro: convertir su pulpa, semillas, savia y corteza en ingredientes útiles para la industria alimentaria sin abrir la puerta a riesgos para la salud ni a una explotación descontrolada del recurso.
Un fruto duro por fuera y muy interesante por dentro
El jatobá produce vainas grandes y resistentes. Dentro, una pulpa seca y harinosa se puede moler y guardar con facilidad, algo que encaja con una tendencia creciente: ingredientes estables, de origen vegetal y con perfil nutricional mejorado. Una revisión académica ya destacaba que la pulpa presenta “alto contenido de fibra rica en sustancias antioxidantes y con alta capacidad de absorción de agua”.
Esa combinación no es menor. En formulación de alimentos, la fibra ayuda a aumentar saciedad y regularidad intestinal, y la capacidad de retener agua influye en textura y vida útil. Traducido a la vida diaria, podría significar panes, snacks o desayunos con más fibra sin necesidad de cargar la receta con azúcar ni aditivos llamativos.
La pieza clave para la industria está en la semilla
Si hay un “gancho” industrial, está en la goma de la semilla. En el mundo de los alimentos, las gomas vegetales se usan como espesantes y estabilizantes. El caso más conocido en Europa es la goma garrofín o goma de algarrobo (E410) que se utiliza, por ejemplo, para mejorar la cremosidad en helados y evitar que aparezcan cristales de hielo.
Aquí viene lo interesante: en Hymenaea courbaril también se han descrito polisacáridos tipo galactomananos en sus gomas, una familia de compuestos con comportamientos tecnológicos parecidos a los de otras semillas usadas como hidrocoloides.
La oportunidad, si se hace bien, es doble: ampliar el abanico de ingredientes vegetales y, a la vez, impulsar cadenas de valor que recompensen mantener árboles en pie.
Salud, sí, pero con el freno de mano puesto
Los estudios de laboratorio han observado actividad antioxidante y efectos antimicrobianos en extractos de distintas partes del árbol, y eso alimenta la idea de conservantes naturales o ingredientes “funcionales”.
Aun así, conviene separar lo prometedor de lo probado. La propia literatura insiste en que, antes de trasladar estas propiedades a recomendaciones médicas, hacen falta ensayos clínicos más amplios y controlados en humanos.
La clave ecológica está en cómo se obtiene
Aunque globalmente la especie aparece como “Preocupación menor” en evaluaciones de referencia, eso no garantiza que en zonas concretas no haya presión por pérdida de hábitat o sobreexplotación local.
Si el jatobá entra en el mercado como ingrediente de moda, el reto será evitar el patrón de siempre: extraer rápido, pagar poco y degradar el ecosistema. La alternativa pasa por manejo forestal responsable, trazabilidad, recolección compatible con la regeneración del árbol y modelos agroforestales que den ingresos sin convertir el bosque en un campo raso.










