El Mediterráneo se ha convertido en un termómetro adelantado del calentamiento oceánico. Los datos del Copernicus Marine Service (gestionado por Mercator Ocean International) apuntan a que junio de 2025 fue el junio más cálido registrado en la cuenca, con una temperatura media superficial de 23,86 grados (y una extensión inédita de olas de calor marinas de alta intensidad) que alcanzó el 62% de su superficie.
El episodio no es un pico aislado, sino la suma de una tendencia y unas condiciones meteorológicas que actúan como acelerador. En el Mediterráneo, un mar casi cerrado y muy presionado por la actividad humana, el exceso de calor se disipa peor que en cuencas abiertas. Cuando el viento amaina durante varios días y se instala un anticiclón persistente, el mar deja de “ventilarse” y la superficie se recalienta con rapidez. Un estudio publicado en Nature Geoscience vincula la formación de muchas de estas olas de calor a dorsales subtropicales persistentes que debilitan los vientos y multiplican la probabilidad de que el fenómeno se dispare.
En tierra, la señal es conocida por los habitantes de la costa (noches más cálidas, bochorno más temprano, brisas más débiles). En el agua, el impacto es menos visible y más determinante. La temperatura elevada durante semanas afecta a la reproducción y la supervivencia de especies sensibles, favorece la expansión de invasoras y añade estrés a hábitats clave como las praderas de posidonia. En paralelo, el sistema productivo que depende del mar (pesca, acuicultura y turismo) queda expuesto a un riesgo que no se resuelve con un parte meteorológico diario, porque la inercia térmica del océano juega a favor del calor acumulado.
El Mediterráneo se calienta además por encima de la media global, según la evaluación científica del MedECC, que describe la región mediterránea como uno de los grandes “puntos calientes” del cambio climático (con un calentamiento aproximado del 20% por encima del promedio mundial). La precisión aquí importa (no es lo mismo la región que el agua) pero ambas dimensiones se retroalimentan en un mismo escenario de riesgos crecientes.
La triple crisis (clima, biodiversidad y contaminación) y el límite de las herramientas
Pierre Bahurel, director general de Mercator Ocean, ha advertido de una “crisis triple” que combina calentamiento, pérdida de biodiversidad y contaminación. El diagnóstico encaja con una realidad bien documentada (más transporte marítimo, presión sobre recursos, llegada de especies no autóctonas y degradación de hábitats) y con una constatación incómoda para las políticas públicas (la mitigación de emisiones es condición necesaria, pero la adaptación y la gestión del riesgo ya son inevitables).
En ese contexto se entiende el impulso al European Digital Twin of the Ocean, la infraestructura europea que integra observaciones (satélite e in situ) con modelos y capacidades de simulación. Su promesa es práctica (probar escenarios, anticipar impactos, afinar decisiones) pero también tiene un límite que conviene no esconder (un gemelo digital no enfría el mar, solo reduce incertidumbre y mejora la respuesta).
La apuesta por datos y predicción coincide, además, con un cambio institucional. Mercator Ocean avanza hacia su transformación en una organización intergubernamental europea, un paso respaldado por varios Estados y presentado como una vía para coordinar servicios digitales oceánicos y reforzar la gobernanza del océano en un momento de presión climática sostenida.
El calentamiento no actúa en el vacío. La FAO, en su último balance regional, señala avances en sostenibilidad pesquera, pero recuerda que el 52% de las poblaciones evaluadas en el Mediterráneo y el mar Negro siguen sobreexplotadas. En un mar más cálido, esa vulnerabilidad se agrava (las especies se desplazan, cambian los ciclos biológicos y aumentan episodios de mortalidad y enfermedad).











