Durante décadas, la humanidad ha mirado al cielo haciéndose la misma pregunta: “¿Estamos solos?”. Pues es posible que la respuesta la tengamos a 40 años luz de nosotros, concretamente en un mundo llamado TRAPPIST-1e. Este exoplaneta, que tiene un tamaño similar al de la Tierra, hasta hace poco, se temía que la radiación de su estrella hubiera barrido cualquier posibilidad de vida, dejando tras de sí una roca inerte. Ahora, los datos del Telescopio Espacial James Webb han dado un cambio a la historia, sugiriendo que este mundo podría haber conservado su atmosfera.
Una investigación reciente, liderada por Ward Howard de la Universidad de Colorado Boulder, ha analizado el comportamiento de la estrella anfitriona, una enana roja conocida por su temperamento volátil. Lo que han encontrado ha sorprendido a la comunidad astronómica. Aunque la estrella “escupe” llamaradas unas seis veces al día, estas erupciones resultaron ser mucho menos violentas de lo que dictaban los modelos teóricos. De hecho, los haces de electrones detectados son “aproximadamente 10 veces más débiles” que los típicos en estrellas de esta clase. Este dato cambia las reglas del juego, ya que si las llamaradas son suaves, la atmósfera de TRAPPIST-1e podría haber sobrevivido.
Una atmósfera fantasma y la cautela de los expertos
La posibilidad de que exista una atmósfera es la llave maestra para la habitabilidad. Sin ella, no puede haber agua líquida en la superficie, y sin agua, la vida tal y como la conocemos es inviable. Howard explicó a los investigadores que, aunque los planetas más cercanos a la estrella probablemente sean “rocas desnudas y despojadas” por el calor, este debilitamiento de las llamaradas ofrece una oportunidad real para que los planetas más alejados, como el 1e, mantengan su cubierta gaseosa.
Ahora bien, la ciencia no se basa solo en esperanzas, sino en evidencias, y así, las observaciones realizadas a finales de 2023 detectaron indicios de una atmósfera rica en nitrógeno con trazas de metano. Esto descartaría atmósferas tóxicas y densas como las de Venus. Pero, aquí es donde entra la prudencia. Sukrit Ranjan, del Laboratorio Lunar y Planetario de la Universidad de Arizona, advierte que no debemos lanzar las campanas al vuelo. “La tesis básica para TRAPPIST-1e es esta: si tiene una atmósfera, es habitable”, afirma Ranjan, pero matiza rápidamente que “ahora mismo, la pregunta de primer orden debe ser: ¿Existe siquiera una atmósfera?”.
El problema radica en la propia estrella. Al ser una enana roja, es fría y tenue, lo que complica la lectura de los datos. El equipo de Ranjan sugiere que esas señales de metano que tanto nos entusiasman podrían ser simplemente “ruido” proveniente de la estrella y no del planeta. Incluso simularon escenarios donde el planeta se parecería a Titán (la luna de Saturno), pero concluyeron que es un escenario “muy poco probable”.
El futuro de la búsqueda
La incertidumbre es parte del proceso científico. Aunque el James Webb es una maravilla tecnológica, no fue diseñado específicamente para estudiar atmósferas de exoplanetas tan pequeños con este nivel de detalle. Por eso, los astrónomos ya tienen la vista puesta en el futuro inmediato. La misión Pandora de la NASA, cuyo lanzamiento está previsto para 2026, y nuevas técnicas de análisis como el “tránsito dual” (observar dos planetas pasando frente a la estrella al mismo tiempo), ayudarán a separar la señal de la estrella de la del planeta.
Estamos en un momento fascinante de la historia. Pasamos de preguntarnos si existían otros mundos a discutir la composición química de su aire. Como bien apunta el estudio, todavía necesitamos más datos para confirmar si TRAPPIST-1e es un hogar potencial o un espejismo cósmico, pero el simple hecho de que la estrella sea más tranquila de lo esperado mantiene vivo el sueño de encontrar un gemelo de la Tierra.













