Esta vez ha sido un volcán. Otras veces han sido acontecimientos climáticos extremos, amenazas terroristas, un embargo de petróleo, una grave enfemedad contagiosa, o unas fugas radioactivas. No hay que ser un catastrofista para darse cuenta de la gran fragilidad de nuestras cadenas internacionales de aprovisionamiento, de nuestras comunicaciones aéreas, del comercio globalizado, y de la misma gobernanza política. El colapso del tráfico aéreo de los últimos días plantea muchas preguntas incómodas que sugieren una clara falta de capacidad de reacción y flexibilidad de nuestras instituciones y de los gobiernos ante los obligados ajustes que han de darse en nuestras rígidas y autoritarias pautas tecnológicas.
Las cenizas de un volcán en el Atlántico han puesto en jaque a algo más que el modelo de transporte de Europa. También se ha puesto de relieve la falta de resilencia y de capacidad de adaptación flexible de unos sistemas tecnológicos que no tienen en cuenta los riesgos naturales y sociales engendrados por las acceleradas formas de vivir de los humanos. Unas infraestructuras altamente técnicas, muy centralizadas y muy globalizadas, tienen grandes dificultades para resistir unos «estornudos» de la naturaleza, que tienen vida propia y singular, y que no están bajo los designios de los humanos, como son las emisiones del volcán de Islandia. Si la naturaleza se manifestara con bastante más fuerza desde la óptica humana, sea por reacciones volcánicas, o sea por el desorden químico o climático, ¿qué nos llegaría a pasar?
Este evento imprevisto de la naturaleza nos ha impuesto una repentina lentitud y parsimonia de la que todo el mundo parece lamentarse, una calma chicha frente al frenesí normal de la «jet set» de los hombres de negocios, los políticos y los turistas, que saltan velozmente de continente en continente. Ahora, de repente y sin quererlo, nos encontramos ante un pequeño y forzoso experimento de «decrecimiento» y de «relocalización». ¿Que pasaría si se dieran dos o tres explosiones volcánicas más? O si ocurriera un gran fallo informático, o una importante fuga radioactiva importante, o una amplia amenaza terrorista, o una aguda crisis energética?
Con las pautas tecnológicas y los hábitos sociales actuales no parece que podamos tener los reflejos culturales ni la sabiduría política necesaria para reaccionar a tiempo, ya que de seguro hemos sobrepasado numerosos límites críticos, aunque desde nuestra gran ignorancia humana apenas seamos capaces de percibirlos o identificarlos. De seguir el rumbo que nuestras sociedades llevan, no parece que seamos capaces de adelantarnos con unas formas de vida alternativas que impliquen una reducción radical de nuestros largos desplazamientos junto a una ralentización y relocalización de nuestra dañina economía. Un elemental «principio de precaución» exigiría tener en cuenta estos previsibles y realistas escenarios de catástrofe para actuar consecuentemente en el presente y frenándolos en lo posible, y evitando con ello la pérdida de todo control sobre posibles acontecimientos generados por las fuerzas de la naturaleza que nos pudieran golpear fuertemente desde el caos y el sufrimiento.
Si no llegaran a sus destinos, ni los políticos, ni los hombres de negocios, ni muchos productos perecederos ¿que haríamos?. Nuestros sistemas políticos y económicos que dependen de las gigantescas distancias y de una gran velocidad en el movimiento masivo de personas y de bienes, se pueden quebrar de improvisto ante un pequeño capricho de la naturaleza. El despertar del volcán ha puesto de relieve la necesidad urgente de una cura de humildad frente a la gran soberbia humana y a su exagerado tecno-optimismo que vive en la ilusión de tenerlo «todo controlado. «La primera reacción de muchos «responsables políticos» europeos en Bruselas, donde trabajo, ha sido de rabia y de incredulidad, han puesto el grito en el cielo: «¡Yo tengo que llegar a mi reunión mañana en Madrid!», «yo tengo que encontrar una solución para salir hoy!»…
En las televisiones se suprime de golpe la imagen de la «gente guapa y poderosa» que habitualmente toma los vuelos en los aeropuertos. La prensa vive como una gran hecatombe el que no salgan los aviones a su hora, algo considerado aún peor que una carretera bloqueada produzca atascos de vehículos. Resulta muy inquietante la imagen difundida de gran parte de los aeropuertos europeos que se encontraban totalmente vacios e inservibles. De repente se redescubren los barcos y los trenes, unos medios de transporte no solo más ecológicos, sino que también nos avisan de algo importante: de la urgencia de reconocer cuanto antes que no es tan imprescindible llegar «más lejos y a más sitios lo más rapidamente posible.»
Escribo estas lineas desde el sur de Francia en medio de un periplo de 24 horas en tren desde Bruselas a Valencia. Hay docenas de personas mayores y jóvenes sentados en los pasillos del vagón durante horas y horas, los revisores han dado por imposible el control de los billetes, y los horarios parece que se han parado en el tiempo. No hay bastantes vagones ni trenes para acoger la gran afluencia de viajeros de todo tipo que intentan llegar a sus casas. Sin embargo, la verdad es que yo estoy disfrutando de unos maravillosos beneficios colaterales que me ofrece el viaje: sentir la exuberancia de la primavera que se extiende por el centro del territorio francés con sus hermosos paisajes de lagunas, zonas húmedas y saladares en el sur. Después de los centenares de vuelos que he tomado hacia Bruselas en los últimos años, nunca había apreciado los lentos latidos de la tierra por donde pasaba desde el aire. En realidad, todos los vuelos aéreos son un experimento mental de gran abstracción que nos adormecen vitalmente y nos hacen olvidar lo que ambientalmente supone el coger un avión.
Esta pequeña crisis volcánica nos podría obligar a tomar decisiones personales dotadas de mayor responsabilidad sobre donde estamos y sobre a donde queremos llegar, pero al mismo tiempo, desde el plano social exige un debate político profundo sobre la necesidad de un verdadero «plan de emergencia» para las próximas erupciones volcánicas de todo tipo que se avecinan.
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David Hammerstein