El consumo responsable, en una sociedad como la nuestra, basada en el consumo, es y será vital para realizar la transición hacia una economía verde. Pero va más allá puesto que, como dice la periodista Brenda Chávez en esta entrevista, “es una herramienta para atajar” no sólo el cambio climático, sino “la desigualdad social e incluso la precarización del mercado laboral”.
La percepción de la ciudadanía europea sobre las consecuencias del cambio climático empieza a ser una realidad. La Comisión Europea recogía, hace menos de una década, opiniones contundentes al respecto: las y los europeos consideraban el cambio climático un problema global serio que estaría solamente por detrás de la pobreza y la gran depresión mundial. Ello no quita que nuestra huella ecológica haya seguido en aumento desde los años noventa, tanto a causa del crecimiento económico como por la situación demográfica. Por eso si, como algunos defienden, Europa quiere liderar la transición hacia una sociedad sostenible, tendrá que tomarse en serio el consumo mismo. La compra irresponsable e incontrolada, el sometimiento al marketing y la obsolescencia programada no ayudan, de ahí que hay que hacer más pedagogía sobre el asunto.
Buenas prácticas
En este sentido, una buena práctica complementa la teoría (y la refuerza). Dentro de las características del consumo responsable -más allá del apoyo al comercio justo, localizado en los países en vías de desarrollo-, habría que tener en cuenta a corporaciones que se mojan a la hora de producir sus bienes y servicios: que no deslocalizan sus fábricas, que controlan o compensan sus emisiones de gases de efecto invernadero, que se preocupan por el bienestar de sus trabajadores y trabajadoras. Que se nutren de energías renovables, como las cooperativas que suministran energía doméstica.
El consumo responsable, en una sociedad como la nuestra, basada en el consumo, es y será vital para realizar la transición hacia una economía verde. Pero va más allá puesto que, como dice la periodista Brenda Chávez en esta entrevista, “es una herramienta para atajar” no sólo el cambio climático, sino “la desigualdad social e incluso la precarización del mercado laboral”.
Tu consumo importa
Autora de “Tu consumo puede cambiar el mundo: el poder de tus elecciones responsables, conscientes y críticas” (Península, 2017), Chávez mantiene que empoderar a empresas cuya responsabilidad social corporativa -que incluye la medioambiental- es cero ni es justo ni se ajusta, además, a la idea de consumo sostenible fijada por la Agenda para el Desarrollo 2030 de la ONU. Puesto que, más allá de lo que el Estado, el sistema político y el poder económico pueda regular, incentivar o imponer, es la persona la consumidora la que tiene la sartén por el mango a la hora de “premiar” a unas u otras empresas. “People have the power”, cantaba Patti Smith.
Por eso mismo, tal y como recomiendan organismos como la Agencia Europea de Medio Ambiente y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), las políticas más efectivas para reducir el impacto ecológico del sector doméstico han de combinar medidas legislativas, de mercado, pero también “informativas y educativas”.
Y es que la información no siempre se encuentra al alcance de las y los consumidores; las empresas juegan un papel importante aquí, dada la demanda de información por parte de gente concienciada que quiere consumir de manera responsable. Así, el reconocimiento a las corporaciones comprometidas con el medio ambiente adquiere gran relevancia: es necesario reconocer el esfuerzo de quienes se preocupan por la contaminación que generan y actúan en consecuencia.