«Resultó que el mundo era acogedor y fascinante.»
El pasado mes de diciembre la Sociedad Geográfica Española concedió su Premio Internacional a Christina Dodwell por su trabajo en favor de la divulgación geográfica y científica y del entendimiento entre las distintas culturas a través del viaje y la investigación. Según la SGE «hay pocas personas que en pleno siglo XX hayan realizado viajes tan poco convencionales como Christina Dodwell. Y menos aún una mujer en solitario. Viajera intrépida y emprendedora, digna heredera de las exploradoras del siglo XIX, Christina Dodwell ha dedicado más de veinte años a viajar en solitario por todo el mundo, combinando su imaginación y unos métodos poco ortodoxos para viajar con un fino sentido del humor y una inagotable curiosidad por los pueblos y los rincones más remotos del planeta. Ha hecho rafting entre los guerreros de Papúa Nueva Guinea, ascendió a volcanes en Siberia, ha remado en canoa por el río Congo en busca de los pigmeos, encontró un esqueleto de dinosaurio en el Sahara, ha montado a caballo a través de Turquía y África, y recorrió en trineos de remos y perros la península de Kamchatka. También ha viajado por todo Madagascar en una diligencia tirada por caballos y ha viajado en solitario por las regiones más remotas de China. Y esto es sólo una muestra de sus aventuras que pueden conocerse con todo lujo de detalles gracias a sus populares libros de viajes y sus documentales para la BBC. Christina ha demostrado un enorme valor, una mirada abierta a los detalles, una insaciable curiosidad sobre las poblaciones locales y un enorme respeto por sus culturas.»
En los pueblos españoles donde la cultura rural todavía sigue viva, lo primero por lo que se suele preguntar es por la procedencia familiar. Háblenos, por favor, de sus orígenes, de cómo influyeron en su elección de vida y de cuál fue el detonante de sus viajes.
Mis abuelos (británicos) se fueron a vivir a China en los años veinte y allí pasaron aproximadamente dos decenios. Mi abuela se convirtió en una viajera poco convencional que recorría China a caballo durante la era de los antiguos señores de la guerra. Mi madre nació y se crió en China de la que emigró a los doce años. De allí, se trasladó a un colegio en el Reino Unido, el mismo país donde se casó y, después, para su sorpresa, mi padre consiguió un trabajo en el oeste de África. La vida familiar de mi madre quedó dividida entre Inglaterra y el oeste de África. Yo nací allí, por lo que mi familia pensó que era normal que me hiciera exploradora. De hecho, mi madre siempre me decía que no tenía que ser como el resto de la gente.
Al igual que para mi abuela, mi medio de transporte favorito es el caballo; me lleva las alforjas y a mí misma, no me hacen falta carreteras, puedo cruzar ríos, no tiene un motor ruidoso y come hierba, no gasolina.
¿Cuáles son sus objetivos a la hora de emprender un viaje: la aventura, la actividad científica, la experiencia personal, la inspiración literaria, la huida de la rutina…?
Cuando me fui de viaje por primera vez con 24 años, no tenía la intención de convertirme en exploradora. Acababa de comenzar un viaje por tierra en Nigeria y me encontré abandonada con otra chica.
Seguimos el viaje a través de un semidesierto con caballos semisalvajes y la experiencia fue tan extrema que me enganché. Más tarde, ese mismo año, llegamos a un afluente del río Congo, compramos una piragua y nos pusimos a remar río abajo. No sabía que nadie jamás había bajado el Congo. «¿Por qué no me lo contaste?», le dije después a la otra chica. «¡Porque, de todas formas, no me habrías escuchado!», me respondió. Y tenía razón.
Personalmente, me gusta ir a sitios casi desconocidos, perdidos y olvidados. Y me gusta que el viaje siga su curso. Sin una ruta fija, ya que así acabo descubriendo cuál es la dirección más interesante según voy avanzando. No creo en la planificación porque las cosas no suelen suceder tal como se las planifica.
En cuanto a los exploradores modernos, se considera necesario que cuenten con un objetivo para poder justificar el viaje.
¿En un mundo globalizado, donde ya no quedan espacios en blanco en los mapas, se puede hablar todavía del viaje de exploración, de lugares y seres desconocidos que habitan bajo el mismo cielo que nosotros?
Sí, todavía hay tribus en Sudamérica que no han tenido contacto con la civilización, y zonas selváticas desconocidas. Es mejor dejar en paz a esas tribus aisladas, ya que nuestros encuentros les llevan nuevas y peligrosas enfermedades.
Hay muchísimos espacios en blanco en los mapas, sobre todo en los desiertos. Y los desiertos se encuentran en un estado de continuo cambio y movimiento en la arena y en las dunas. Las grandes tormentas de arena son capaces de desenterrar cosas que llevan mucho tiempo bajo tierra. Una vez encontré un hueso de dinosaurio de dos metros; fue algo muy especial.
Pero si quieres regresar al pasado, ve a Madagascar. Cuando llegues a la calle principal, continua 500 metros hacia el campo y descubrirás que has retrocedido 100 años atrás en el tiempo. Los turistas siguen circuitos establecidos; si vas donde no van los turistas, conoces a gente que no conocen los turistas.
Tibor Sekelj decía: «Allí, donde terminan los caminos, sendas y rastros aislados; donde la palabra muere para dar cabida al susurro misterioso de las selvas y las tierras vírgenes; donde los horizontes se esfuman , sin que nadie sepa cómo ni por qué, allí están los límites del país en el que tan bien me encuentro. Se llama La Aventura». ¿Es posible decir todavía eso?
Sí, la primera vez que vayas completamente solo a la selva tropical de Papúa en Nueva Guinea o a alguna selva de Sudamérica, sírvete de guías locales, sigue hasta que llegues al punto «donde terminan los caminos, sendas y rastros aislados», continúa por «donde la palabra muere para dar cabida al susurro misterioso de las selvas y las tierras vírgenes», las palabras no «morirán» si vas con un grupo. «Donde los horizontes se esfuman», como sucede en la selva donde estás cara a cara con la naturaleza y a menudo disfrutas de las vistas sin que nadie lo sepa, o puede que me preocupe por el cómo o el porqué, «allí están los límites del país en el que tan bien me encuentro. Se llama La Aventura».
Sin embargo, no a mucha gente le gusta hacer tales cosas; hay quienes prefieren tener un plan y un destino
¿Cuál es la diferencia entre un turista, un viajero y un explorador?
Los tres términos hacen referencia a alguien que sale a visitar el mundo. El turista suele quedarse mirando desde fuera. El viajero busca una «inmersión». La palabra «explorador» implica un interés o una curiosidad por descubrir lo que hay más allá; puede que necesite de una cierta intrepidez. Pero también disfruto explorando en general, explorando el mercado local, explorando una ciudad o explorando ideas y conceptos.
Cuando se inventó la navegación vía satélite, murió una era para los exploradores. Yo pertenezco a ese grupo de personas que viajaba antes de que se inventara la navegación o los teléfonos vía satélite y que tenía que servirse de un mapa y una brújula.
Una vez se me olvidó el mapa, me lo dejé en casa encima de la mesa de la cocina cuando me preparaba para recorrer Oriente Medio. No me importó en demasía; cuando viajo, camino hacia adelante, y creo que uno no puede perderse si no tiene un destino específico.
Esos fueron mis viajes más largos.
Mucho antes de la navegación por satélite, en un vuelo en ultraligero cuando nos dirigíamos hacia Tombuctú, tuvimos problemas con el mapa. Los mapas resultan difíciles de leer cuando te enfrentas a un páramo desértico rocoso y arenoso, a cauces secos y sin senderos. Y, en aquellos tiempos, no había forma de saber con qué fuerza el viento golpeaba el costado del avión durante su trayectoria. Sabíamos que si no conseguíamos ver la ciudad de Tombuctú, tendríamos que volar sobre el desierto hasta que localizáramos un pueblo nómada o su campamento, que después tendríamos que aterrizar y preguntar por una dirección hacia la que volar. Tras aterrizar cerca de unos encantadores tuaregs que compartieron su té con nosotros, llegamos a Tombuctú.
El ultraligero de aquella época tampoco tenía sistemas de respaldo. Nunca funcionó nada debidamente y fueron muchos los aterrizajes de emergencia que tuvimos que efectuar. Pero esa es una manera fantástica de explorar desiertos; cada aterrizaje es impredecible. El desierto de Mauritania esconde misterios antiguos: encontramos unas cuevas repletas de escrituras y símbolos que una vez pertenecieron a una comunidad próspera que vivía en un cúmulo de formaciones rocosas aisladas y que no se había visitado nunca ya que no hay carreteras, sólo arena del desierto y montones de minas hace mucho enterradas. Allí fue donde efectué mi primer vuelo en solitario en el desierto.
Pero mi medio de transporte preferido siempre ha sido primero el caballo, y en segundo lugar la piragua. Los caballos cabalgan por donde no discurren las carreteras. El caballo es un transporte de cuatro patas que puede atravesar ríos. Para ello, nadé a la altura de su cabeza y arrastré las alforjas y mis cosas envueltas en plástico; flotaban bien. Las costas tienen muchísimas desembocaduras de ríos, en Zululandia y Transkei; mi caballo y yo remontábamos hasta tres ríos al día. Yo me quedaba esperando si la corriente era demasiado fuerte, pero la marea baja era más peligrosa porque es el momento en que los tiburones van a alimentarse.
Usted se ha pasado media vida viajando en solitario a cientos o miles de kilómetros de casa —en plena jungla, montaña o desierto—, ha convivido con pueblos caníbales, ha participado en rituales de iniciación, ha sido mordida por serpientes venenosas, se ha enfrentado a bandidos con malas intenciones, a aguas contaminadas, a peligros desconocidos en cualquier recodo de la selva. El coraje, parece un elemento fundamental para el viaje: ¿se hereda o se puede cultivar?
Para mí, es algo con lo que se nace. Mi madre me enseñó que una aventura rara vez es peligrosa, la mayoría de las veces resulta agradable y son pocas las veces que las cosas salen mal.
Se pueden apaciguar algunas situaciones peligrosas: si me encuentro con un grupo de jóvenes amenazantes, sonrío y les digo que acabo de visitar al jefe del poblado.
A lo largo de los veinte años que llevo viajando, creo que me han atacado unas siete u ocho veces en los últimos cinco años, pero mi vida no ha corrido peligro. Sueles tener tiempo para reaccionar, y algunas veces puedes destensar la situación y canalizarla hacia otras vías más seguras. Me han robado muy pocas veces, ¡y hasta en dos de ellas me las arreglé para recuperar mis cosas! Me estaba acercando al monte Ararat en Turquía a lomos de mi caballo Keyif cuando un grupo de jóvenes me atacó en un lugar muy apartado y se marcharon con parte de mi equipo de campamento y con la cantimplora. Pero como yo iba montada en el caballo y ellos a pie, pude escapar. Entonces fui a denunciarlos al puesto fronterizo militar más próximo y me dijeron: «Genial, estábamos deseando algo de acción; ¡tus cosas estarán de vuelta en 24 horas!». Y así fue.
Pero puede que la situación verdaderamente más peligrosa fuera un paso por un acantilado en las montañas vírgenes que se vino abajo después de cruzarlo, pero sentí alivio, no miedo. Me dio miedo descender los monstruosos rápidos del río en Nueva Guinea, estar empapada y completamente aterrorizada cada día. O puede que fuera peor ser pionera en volar un ultraligero a través del desierto de África occidental, tener dificultades (durante cuatro meses) a 300 metros de altura con un motor defectuoso y tener que efectuar más aterrizajes de emergencia de lo normal. Una se acostumbra al peligro en cierta manera y se vuelve algo más corriente.
Un peligro que puede surgir de la nada es ser encarcelada por ser una espía extranjera. Pasé miedo cuando me arrestaron por espionaje. Cuando la puerta se cierra, puede permanecer así mucho tiempo y, en Irán, recuerdo que estaba bastante preocupada. Me arrestaron tres veces cuando viajaba por Irán y tuve que servirme de estrategias sacadas de mis pruebas de supervivencia para salir de aprietos. Una vez en Etiopía estuve detenida una semana.
Aunque no siempre es tan espantoso. Cuando me detuvieron en Papúa Nueva Guinea, me trataron como un hombre de honor, por lo que me permitieron aprender a tallar madera y escuchar las flautas sagradas. Aprendí mucho durante ese tiempo. Mi mayor preocupación fue que me habían confiscado la piragua, pero una semana después, las mujeres del lugar la volvieron a robar para mí y, para mi sorpresa, me dejaron marchar.
No todo el mundo está preparado para viajar a lugares lejanos y ponerse en contacto con antiguas culturas y con formas de vida muy distintas a la nuestra. ¿Cuáles son las cualidades principales que debe tener un explorador aventurero?
La capacidad para comer cualquier cosa, para reírse de uno mismo y para dormir en lugares incómodos.
También resulta útil aprender un poco del idioma de la zona. He aprendido los fundamentos de varias lenguas, en particular de chino mandarín, ruso, francés, suajili, indonesio, pidgnin melanesio (de Papúa Nueva Guinea), aunque en China dicen que hablo su idioma como un bebé. Y he aprendido lo suficiente de otros idiomas como el turco y el fula para preguntar por ejemplo qué camino lleva a tal sitio o si allí hay agua.
Se dice a menudo que el universo de los exploradores del último siglo ha sido prácticamente masculino: ¿es así?, o ¿es que se ha silenciado la historia de mujeres exploradoras que eran tan valientes como muchos hombres? ¿Es un hombre mejor aventurero o explorador que una mujer por razones físicas o emocionales?
Era un universo masculino porque solo unas cuantas mujeres tenían la oportunidad de irse de viaje, y para ello había que romper los esquemas. Esas pocas mujeres que consiguieron hacerlo procedían de entornos internacionales, algunas se convirtieron en grandes exploradoras con muchos libros publicados. Eran bastante competitivas; pero merece la pena leerlas y aprender. En el siglo XVIII hubo una exploradora española excepcional que se fugó para trabajar como marinera.
En general, a las mujeres se les trata con más respeto en un entorno salvaje de lo que se pueda imaginar y a veces resulta beneficioso ser mujer. Como a la mujer no se le considera una amenaza, puede compartir lecho con una familia, ancianos u otras mujeres, así como encajar fácilmente en casi todas las comunidades.
Como solo soy una mujer, la gente me enseña sus costumbres. Las mujeres me las enseñan para no ofender a nadie. Los hombres me muestran los riesgos de la región, por ejemplo cómo cruzar montañas nevadas sin provocar una avalancha.
Suelo vestirme como una mujer, como una profesora de un colegio conservador porque pienso que las profesoras infundan respeto. El único momento en el que me he vestido como un hombre fue en Turquía; iba a caballo y quería fundirme con el paisaje, por lo que me vestí como un campesino y me cubrí el pelo con una gorra. En los pueblos, las mujeres se daban cuenta de que era una mujer y chasqueaban la lengua con gesto de desaprobación hasta que les dejaba ayudarme a vestirme de nuevo como una mujer con el pañuelo tradicional. Por las mañanas, cuando cabalgaba hacia las montañas, hacía una parada a la media hora y me ponía la ropa de hombre.
En los puestos fronterizos a lo largo de la frontera kurda iraní los soldados me miraban el pasaporte, me preguntaban por qué mi pasaporte tenía la foto de una mujer cuando iba vestida como un hombre y cuando me quité la gorra de campesino y mostré mi cabellera rubia, todos los soldados empezaron a aplaudir y a vitorearme.
Mi mayor lección fue descubrir la crudeza del mundo, y que cuanto más me adentro en la naturaleza salvaje, más segura me siento. ¡Para mí la ciudad es un sitio peligroso!
Alexander von Humboldt dijo: «El contorno de las montañas […], la oscuridad del bosque de pinos, el torrente que escapa del centro de las selvas […] cada uno de ellos ha existido[…] en una misteriosa relación con la vida interior del hombre». Cada sujeto construye, según su propia mirada, el paisaje que tiene delante. ¿Cuál es la relación que usted establece con la naturaleza en entornos tan poderosos, como los volcanes, las junglas, los desiertos?
Los puntos culminantes de mis viajes han sido los momentos en los que iba a caballo por las montañas, cuando no tenía un destino específico. Todo tiene sentido para mí cuando lo veo desde arriba. Te sientes tan pequeña e intemporal, como una hormiga en un mapa, y eso me encanta.
Estar de pie en las entrañas de un volcán, dormir en la arena del desierto bajo las estrellas… También tenía una hamaca que a menudo utilicé en algunos lugares maravillosos. Sí, y es que se llega a tener una relación muy estrecha con la tierra, puesto que confías en ella cada día. No siempre es una buena relación, a veces te enfrentas a un ambiente hostil.
A lo largo de sus viajes y en todo este tiempo, ¿ha podido confirmar el aumento de los problemas que la crisis ecológica provoca en los espacios naturales y en los países que ha visitado?
Prueba a pasarte veinte años dirigiendo proyectos en Madagascar que probablemente sea el país con más erosión de todo el mundo…
Decía Hyppolyte Taine que «viajamos para cambiar, no de lugar, sino de ideas», ¿Cuántas de sus certezas previas han debido ser acomodadas a los nuevos conocimientos adquiridos en sus viajes?, ¿cómo ha ido evolucionando su manera de mirar el mundo y a sí misma?
Resultó que el mundo era acogedor y fascinante. Aprendí lo que podía hacer. Mis errores siempre se basaban ―y sigue siendo así― en suposiciones equivocadas. Siempre me digo a mí misma: «No presupongas…»
He aprendido a ser confiada ¡y también a ser más espabilada!
Estoy ocupada cambiando y haciendo otras cosas, muchas de las cuales son todavía pioneras. Dirijo un colegio en Madagascar y la organización Dodwell Trust para ayudar a las gentes del país. Ha sido una aventura maravillosa y ha significado la puesta en marcha de la primera radionovela. También me dedico al cultivo, a la escultura y a la arqueología.
El escritor y viajero Javier Reverte dice que «viajar» y «crear» tienen un objetivo común: detener el tiempo. ¿Sus libros de viaje publicados han sido realizados para detener ese tiempo mágico de la aventura donde ningún día es igual a otro y todos se llenan de sucesos extraordinarios y diferentes, o es más una labor divulgativa y de compromiso, de trasmitir el conocimiento adquirido para que no se pierda?
Escribo diarios y cartas para compartir mis experiencias ya que me gusta la naturaleza en estado puro y los lugares lejanos que el resto no puede visitar, pero siempre me he negado a comprometerme a firmar un contrato por adelantado. Me gusta el vacío del papel que espera a que se escriba algo. No congelas el tiempo, capturas el momento.
Mi medio preferido es la radio, en ella se puede grabar un viaje como un documental de aventuras o escuchar música. Nunca me han gustado las películas porque te dicen lo que tienes que hacer.
¿Quedan aún en el mundo formas de vidas tradicionales? ¿Cuáles son sus principales diferencias frente a nuestras sociedades modernas?
En Madagascar, por ejemplo, muy poca gente tiene ordenador y solo un puñado de colegios cuentan con ordenadores para enseñar a los niños, y hasta los hay que carecen de libros.
Hay unos cuantos aparatos. La mayoría de la gente no tiene una cocina eléctrica o de gas, sino que utilizan un quemador de carbón para cocina. Y es que no pueden permitirse comer todos los días carne y verduras; sólo comen arroz.
Para algunos el más alto grado de respeto a las culturas ajenas y remotas es la mínima intervención, pero para la cultura europea, con su ideal histórico de misión civilizadora para imponer sus intereses y su cosmovisión del mundo (progreso y conocimiento), ¿no es el viaje de exploración otra forma de controlar, al querer clasificar y catalogar esos «otros mundos»? ¿No está siempre, en el fondo, esa voluntad occidental por retraducir y controlar el mundo, por imponer un «orden» ―el del hombre blanco― sobre un supuesto «caos» ―el del hombre primitivo―?
¿Quién tiene derecho a decidir quién tiene acceso a medicinas? No dejé de explorar para fundar la Dodwell Trust en Madagascar; me concentré en explorar Madagascar, lo que incluye pasar cuatro meses recorriendo los rincones más salvajes. Como también fue una aventura poner en marcha la organización benéfica y supervisar el primer proyecto. Había un serial radiofónico en malgache retransmitido por la Radio Nacional de Madagascar e interconectada con 44 estaciones radiofónicas regionales. Ser los pioneros en utilizar las radios de cuerda para crear 1000 grupos de comentaristas supuso otra aventura. El proyecto rebasó todos sus objetivos y al final contaba con más de diez millones de fieles radioyentes.
Mis proyectos se ocupan de las primeras etapas; me esfuerzo para hacer que el trabajo de los demás sea más efectivo. Si mis proyectos pueden ayudar a mejorar los servicios de salud, familia, bienestar, educación, agricultura y medio ambiente, entonces son una forma muy buena de colaborar.
Tras diez años de un trabajo radiofónico de éxito, decidí construir un colegio allí, a fin de poner en marcha un proyecto para profesores voluntarios de inglés y construir una pequeña granja de gusanos de seda y así empezar a poner mi granito de arena para ayudar al medio ambiente por medio de la plantación de árboles todos los años.
Mi último viaje exploración lo hice a caballo el año 2010 en Madagascar cuando buscaba una ruta buena para un itinerario turístico a caballo y escudriñaba el camino para encontrar lugares perdidos y olvidados que hacía la gente que conocí en mis viajes y que había marcado con una «X» en mi viejo mapa. Los lugares incluían unas fuentes termales nuevas y una sepultura sagrada. La primera etapa del camino fue agotadora, repleta de accidentes y percances. Un día pasamos once horas ensillados en el caballo y un perro nos robó la comida. Fue uno de mis peores viajes.
En comparación con esto, después me reagrupé y probé una nueva ruta, el viaje fue perfecto: seis días paseando a caballo y acampando en lagos, volcanes extinguidos y terminando en algunos géiseres. Un operador turístico ecuestre francés y otro británico realizarán este viaje cada año, lo que llevará ingresos a la zona y a los que cuiden de los caballos.
Esta entrevista ha sido traducida del inglés al castellano dentro del proyecto de traducción gratuita de páginas web y textos diversos para ONG y organizaciones sin ánimo de lucro. El proyecto ha sido dirigido por Mondo Agit (antes Mondo Services) y llevado a cabo por los traductores voluntarios Thomas Coleman (preguntas del castellano al inglés) y Sara Martín García (inglés-castellano).