Según un estudio, auspiciado por el Departamento del Medio Ambiente, Comida y Asuntos Rurales de Gran Bretaña, la leche orgánica produce más gases de efecto invernadero, ya que requiere 80% más de tierra para ser producida, lo que ocasiona mayor deforestación.
Y si queremos ir un poco más allá, resulta que la ganadería en general produce un 18% más de dióxido de carbono que el sector del transporte, de acuerdo con la Organización de la Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Así que ni los días de tráfico más intenso son comparables con la cantidad de emisiones que genera la producción de un litro de leche o un bistec.
Si a esto le añadimos los fertilizantes químicos utilizados en la alimentación de los animales y la deforestación, más la fermentación y producción de óxido nitroso del estiércol de las vacas (un contaminante mucho más potente que el dióxido de carbono) y el CO2 liberado durante la elaboración y el transporte de los productos, por cualquier lado que se le vea, el proceso es altamente contaminante.
Idealmente el consumo mundial de carne debería reducirse un 10% para el año 2050, para así frenar un poco las emisiones de gases. Una iniciativa es el «lunes sin carne», un movimiento apoyado por diferentes empresas y actores sociales que se está haciendo tendencia mundial.