Las acusaciones hacia el bioetanol y el biodiesel no son nuevas, pero el estudio y la metodología empleada para hacer el análisis lo es.
Dice un refrán conocido que ‘a veces el remedio resulta peor que la enfermedad’ y en el caso de los biocombustibles hechos a partir de maíz y soya, un nuevo estudio ha reavivado la polémica pues sugiere que eso es verdad, al menos en Estados Unidos (por la forma
Las acusaciones hacia el bioetanol y el biodiesel no son nuevas, pero el estudio y la metodología empleada para hacer el análisis lo es.
Según el reporte hecho por el Instituto de Energía de la Universidad de Michigan y financiado por Instituto Estadounidense del Petróleo (API), los biocombustibles le harían más daño que beneficio al medio ambiente por las emisiones que provoca al desocupar tierras para plantar materia prima para producirlo, así como las emisiones adicionales cuando se cosechan y las emisiones cuando se ‘quema’ en los vehículos.
Antes se presumía que el dióxido de carbono producido por la quema de biocombustibles era absorbido al 100% por las plantas cultivadas para producirlos gracias a la fotosíntesis (proceso que les permite crecer), pero el propio autor de la nueva investigación John DeCicco explica a Univision que no existe tal neutralización.
“Los biocombustibles aumentan las emisiones de efecto invernadero que contribuyen al calentamiento global en dos vías. Por un lado, el dióxido de carbono (CO2) absorbido de la atmósfera mientras crecen los cultivos no es suficiente para compensar totalmente el CO2 que es emitido cuando se queman los biocombustibles en los vehículos. Además, por otra parte, el CO2 que se emite debido al cambio de uso del suelo o deforestación que ocurre para poner más tierras a la disposición de la producción agrícola para cultivar las plantas para producir combustible es más que sustancial”, declara DeCicco.
El reporte se hizo analizando la base de datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos y demostró que entre el 2005 y el 2013 la producción de biocombustible se intensificó, pero que la absorción de las emisiones de dióxido de carbono de las cosechas solamente compensaba el 37% de las emisiones totales de CO2 emitidos por la quema de los biocombustibles.
Eso significa que propulsar un auto con etanol hecho con base en maíz causa más daño y más contaminación ambiental que hacerlo con gasolina en un periodo de ocho años, afirmó el texto publicado en la revista Climatic Change.
El asiduo debate
Varias son las críticas a esta publicación y a los biocombustibles mismos, entre ellas que el estudio no compara ni profundiza en el impacto ambiental de la extracción petrolera versus la producción agrícola. Además, se desacreditan los resultados del estudio asumiendo que por ser pagado por la propia industria petrolera se obtuvieron resultados que “les convienen”.
El autor ha estado atento a las críticas y aclara que sus hallazgos se aplican sólo al etanol de maíz y el biodiesel de
tal como se produce en los Estados Unidos.
“Sería necesaria una investigación independiente para examinar la producción de biocombustibles en otras regiones, tales como el etanol de caña de azúcar en Brasil y otras partes de América Central o América del Sur”, reconoce.
Y es que existen dos tipos principales de biocombustible utilizados para proporcionar energía a los vehículos: bioetanol y biodiesel. Algunos son de primera generación, es decir, producidos directamente a partir de los cultivos, y una segunda y tercera generación obtenida de materiales reciclados o recursos que no son comestibles. El uso de tierras para producir combustibles y no alimentos es una medida que ha sido muy repudiada en diferentes escenarios de derechos humanos. La segunda propuesta tiene mayor aceptación.
Ante la nueva polémica desatada por la investigación que presidió, John M DeCicco contesta: “Los debates sobre los méritos de los biocombustibles han sido controversiales durante muchos años. Mi trabajo se suma a este debate porque desafía las metodologías y los resultados que han sido favorecidos por los propios productores de biocombustibles y otras organizaciones que tienen un interés en la promoción de los biocombustibles (como el Laboratorio Nacional de Argonne y algunos desarrolladores de biocombustibles académicos). Mi trabajo ha recibido un fuerte repudio verbal. Este tipo de reacción era esperable”.
Y agrega: “Sin embargo, si nos fijamos en las reacciones hasta el momento, no proporcionan ninguna crítica de fondo; se limitan a decir que nuestros resultados son incorrectos porque difieren de los resultados anteriores o atacan a los resultados porque la investigación fue financiada por la API. Todavía tengo que ver una refutación científica reflexiva sobre este estudio o mis investigaciones anteriores que han analizado los supuestos de larga data acerca de los biocombustibles y nos parecieron ser poco sólidos”.
Según el científico, existen otras investigaciones hechas que no están financiadas por API que coinciden en algunas críticas a los biocombustibles hechas por este nuevo reporte.
Conforme el petróleo se encarece y escasea, los combustibles ‘verdes’ se presentan como mejores alternativas, pero su producción también puede mejorarse tanto en la variedad de técnicas como en las opciones de materia prima para fabricarlos. Por ejemplo, ahora cabe hasta un 40% más de plantas de palma por área que hace 30 años y se sabe mejor cómo calendarizar los cultivos para aprovechar “tiempos muertos” con terrenos ociosos o marginales, entre cosechas.
Por ejemplo, Lonnie Ingram, director del Centro de Florida de Sustancias Renovables y Preparados Químicos y Combustibles de la Universidad de Florida desarrolla biocombustibles a partir de desechos agroindustriales y no de cultivos comestibles desde hace casi tres décadas. A esto se le llama etanol celulósico o alcohol de segunda generación y su uso promete reducir hasta el 88% las emisiones de dióxido de carbono respecto de la gasolina.