Los manglares son ecosistemas costeros tropicales formados por árboles y arbustos que crecen en zonas donde el mar se encuentra con la tierra, especialmente en las desembocaduras de ríos, bahías y lagunas. Son únicos porque prosperan en aguas salobres y en suelos fangosos o arenosos que se inundan periódicamente con las mareas.
Los manglares cumplen funciones esenciales a la hora de proteger las costas de la erosión, las tormentas y los tsunamis; filtrando contaminantes y sedimentos; actuando a modo de refugio para una gran diversidad de especies marinas o como almacenamiento de amplias cantidades de carbono. Por ello, en la costa colombiana se ha puesto en marcha un programa para restaurar estos ecosistemas y fortalecer a las comunidades que viven en la zona.
La implicación de las comunidades de la costa pacífica de Colombia a la hora de mantener sus manglares
En la remota costa pacífica de Colombia, el pueblo de Cuerval se levanta sobre pilotes por encima de las mareas. Aquí, entre la tierra y el mar, los manglares siembran sus enmarañadas raíces profundamente en el barro y despliegan sus ramas sobre estuarios sinuosos que albergan 128 especies de aves. Para las personas que viven aquí, los manglares son su escudo frente al mar y las tormentas, su fuente de alimento y refugio, y la cuna de la vida marina que les sustenta.
Este ecosistema, vital pero vulnerable, se está debilitando. En los últimos 40 años, Colombia ha perdido el 14 % de sus manglares, lo que equivale a casi 50.000 hectáreas. En el departamento del Cauca, donde se yergue Cuerval, la costa está siendo afectada por la deforestación, la tala ilegal, la minería de oro, la contaminación y la erosión provocada por el cambio climático. Las prácticas insostenibles agravan el daño: el petróleo vertido en el barro para extraer almejas piangua (Anadara tuberculosa) envenena el ecosistema, la pesca invade áreas protegidas y las plantaciones de coco se acercan cada vez más a la orilla.
“Sin su protección, todo nos golpea más fuerte”, cuenta Yolanda Garcés Ortiz, refiriéndose a los manglares. Al recordar una tormenta reciente, añade: “El viento, se me llevó la mitad de la casa. Después, cuando ya salimos, vimos que está la casa toda destapada. Uno no sabe qué hacer. Los cambios climáticos vienen y nosotros no nos damos cuenta. Los manglares son la única protección que tenemos. No tenemos otra.”
Para Garcés, quien ha recolectado almejas piangua toda su vida, los manglares son sinónimo de supervivencia. “Cuando no tengo dinero para alimentar a mis hijos, salgo, recojo piangua, la vendo, y así los alimento y me alimento yo también. Es mi fuente de ingresos. ¡Para nosotras, el manglar es vida!”
Ante estas amenazas, las y los habitantes de Cuerval se unieron al Centro y Red de Tecnología Climática de las Naciones Unidas (CTCN, por su sigla en inglés) y a la Corporación Autónoma Regional del Cauca (CRC) para lanzar Cuerval Sostenible. Esta iniciativa tiene un doble enfoque: restaurar los ecosistemas y fortalecer a las comunidades, con el fin de construir resiliencia y fomentar la paz en una región cada vez más marcada por el estrés climático.
Cuerval Sostenible trabaja con personas adultas y jóvenes, uniendo a las comunidades locales para restaurar los manglares. Juntas, siembran plantones de mangle en zonas degradadas, eliminan plantas invasoras y reabren canales bloqueados para que las mareas y sus aguas puedan regresar. Estos esfuerzos se basan en prácticas ancestrales como rotar las zonas de recolección —cosechando en un área mientras se deja otra en recuperación—, ahora reforzadas con innovaciones modernas como drones, mapeo satelital y monitoreo comunitario.
La tecnología ha brindado a las comunidades una comprensión más precisa de su territorio, mostrando dónde los manglares se están debilitando, dónde ya no fluyen las aguas y dónde la recolección es excesiva. Esta previsión facilita mantener el equilibrio entre el uso y la regeneración, para que los manglares perduren por generaciones.
Al analizar bosques conservados, restaurados y degradados, las y los residentes afirman que están adquiriendo herramientas para actuar con decisión y adaptarse a las variantes mareas del cambio climático. “Estamos sembrando árboles de mangle para que el ecosistema se sostenga, y con el tiempo eso nos permitirá tener más manglares para nuestras hijas, hijos y generaciones futuras”, declara Gilma Marina Angulo, de la Corporación del Cauca. “El proyecto nos está dejando capacidad local instalada que permite que la gente pueda hacer actividades de conservación […] porque nuestra economía depende del manglar”.
El Consejo Comunitario de Cuerval gestiona colectivamente más de 2.700 hectáreas de manglares. La restauración la realizan directamente las personas de la comunidad. Las mujeres, principales recolectoras de piangua, ocupan un lugar central. Sus reglas tradicionales —como recolectar solo piangua madura y dejar las jóvenes para repoblarse— son clave para la sostenibilidad. Al valorar el liderazgo y los conocimientos de las mujeres, el proyecto fortalece tanto sus voces como el futuro de los manglares.
“Nuestras mujeres son muy tímidas, y con el proyecto, son más expresivas”, dice Gilma. “Y eso es muy importante, porque somos las que sostenemos la familia y el hogar y nuestro ecosistema”.
Al recuperar los manglares, el proyecto reduce la competencia y los conflictos que surgen cuando los recursos escasean. Unidas bajo el consejo comunitario, las personas ahora establecen reglas justas y monitorean el bosque de forma colectiva, convirtiéndolo en un bien común en lugar de un terreno disputado. “Con el proyecto, se han dado cuenta de que es un ecosistema súper importante, no solo para nosotras sino para el mundo entero”, afirma Gilma.
Los manglares se encuentran entre los sumideros de carbono más poderosos del planeta, almacenando más carbono por hectárea que muchos bosques terrestres. Protegerlos ayuda a Colombia, que busca restaurar 18.000 hectáreas de ecosistemas para 2030 y así alcanzar sus metas climáticas. Los manglares también enfrían el aire, fijan sedimentos y filtran contaminantes —como la escorrentía cargada de fertilizantes— antes de que lleguen a los arrecifes de coral y praderas marinas. Su impacto va mucho más allá de la costa pacífica colombiana, ya que fortalecen la biodiversidad y la resiliencia climática tanto en tierra como en el mar.
El trabajo en Cuerval está despertando el interés de otros consejos comunitarios a lo largo de la costa pacífica de Colombia. Como dice el pescador Diego Alfredo Vélez Cortés: “Si no hay mangle por estas partes, no hay pescado, no hay el camarón, no hay la piangua ni el cangrejo. Ahora como ya lo están tumbando, ya no es lo mismo el manglar. Todo se desmorona y las familias sufren. Pero con este proyecto, mi familia vivirá más feliz. Es como un tesoro que va a quedarse para ellas”.
Garcés, la recolectora de piangua, afirma que el cambio ya está ocurriendo. “Nosotros estamos en una especie de recuperación de nuestro manglar, de nuestra vida. Por eso es que nosotras queremos proteger nuestro manglar”.