“Salvo algún desmemoriado, que los hay, el grueso de la población gallega recuerda las duras palabras del actual presidente de la Xunta de Galicia, pronunciadas hace diez años (enero de 2007), contra el gobierno bipartito de entonces (PSdeG y BNG) y referidas al deceso de cuatro personas en un incendio forestal, durante el verano anterior.”
¿Critica contractiva?
La oposición en ese momento la encabezaba el propio Núñez Feijóo y sus dichos se refirieron a un incendio forestal acaecido en agosto del año anterior, que costó la vida a cuatro personas, que fallecieron principalmente intoxicadas por el humo.
En plena campaña preelectoral Núñez Feijóo acusó al Ejecutivo de que, durante su mandato había ardido en ese mes de agosto, tanto terreno como en los 16 agostos del PP, aludiendo a épocas anteriores en las que gobernaba su partido.
En dos semanas y a causa de los 1970 fuegos declarados, ese duro verano en Galicia se quemaron (según datos oficiales de la Xunta) 77 mil hectáreas, aunque el Ministerio de Medio Ambiente, indica que la cantidad de terreno calcinado fue de algo más de 86.000 hectáreas.
Seguramente afectado por las pérdidas humanas y materiales (que las elecciones estuvieran a la vuelta de la esquina debe haber sido una casualidad), el señor Núñez Feijóo se atrevió a vaticinar que con “ellos” (gobernando, se sobreentiende), no habrían muertos en los incendios.
Esperanzas rotas
Obviamente como el señor Núñez Feijóo no parece que tenga poderes sobrenaturales, como para poder dar este tipo de seguridades, todos los que luego acabaron votándole, lo hicieron pensando que se refería a que, si le daban la oportunidad, sería capaz de hacer las cosas de otra forma.
Creerían que se llevaría a cabo una planificación acorde a los tiempos que corren, donde el Cambio Climático le pisa los talones a los poco previsores, lo que se traduciría en una gestión adecuada de los montes y bosques, para evitar, en la medida de lo posible, que se produjeran incendios forestales.
Confiarían en que, si lamentablemente estallasen fuegos (por causas naturales o de la mano de algún descerebrado), las fuerzas que deberían combatirlos estuviesen bien pertrechadas, en cuanto a maquinaria y recursos y contarían con el personal suficiente y necesario, para trabajar de manera eficaz y poder extinguir los focos rápidamente.
Tendrían la certeza de que, habría planes de contingencia, para evacuar de forma adecuada a aquellas personas que viven en pueblos aislados y/o en lugares de difícil acceso, que se proyectarían corredores de desalojo para los animales salvajes y que la gente ya no se vería obligada a dejar atrás a sus animales domésticos, para que fueran pasto de las llamas.
La dura realidad
Actualmente el señor Núñez Feijóo preside la Xunta de Galicia, gracias al voto del soberano (en referencia a la soberanía popular, no a la del monarca). Los gallegos confiaron en sus palabras y la respuesta está a la vista: arde Galicia (el primer recuento es de 35.000 hectáreas quemadas) y ya van 4 muertos.
Hoy muchos se desesperan de dolor ante la pérdida de seres queridos, del trabajo de toda una vida, de la iglesia de su pueblo, de su antiguo colegio, de aquel rincón del bosque que fue testigo de su infancia y del inmenso daño que le hace al corazón gallego, ver su tierra calcinada.
Y mientras tanto, el presidente de la Xunta, habla de terrorismo incendiario organizado y se lamenta de lo crítica que resulta la situación, cuando lo más coherente sería hacer un poco de autocrítica, porque ya no queda nadie más, a quien colgarle los muertos.