Ninguna civilización de la historia ha dependido tanto de la energía como la nuestra.
De este hecho provienen gran parte de los conflictos internacionales (los más recientes, Irak y Libia) y hasta el polémico comentario de Aznar sobre Gadafi de hace pocos meses…
Sin petróleo y energía nuclear nuestra sociedad occidental no funciona.
Sin ellos, los coches se detendrían, las ciudades se apagarían, nos quedaríamos sin tecnología ni comunicación y regresaríamos al medioevo.
La factura por esa energía contaminante la estamos pagando en forma de ‘espada de Damocles’ que se cierne sobre nuestras cabezas: el deterioro medioambiental y el peligro de la radioactividad.
Y, como si fuera poco, estamos atravesando una crisis energética global: por un lado, las insurrecciones árabes amenazan las mayores provisiones de hidrocarburos del planeta; por otro, el desastre de Fukushima pone en tela de juicio la conveniencia de la energía nuclear, que hasta ahora avanzaba incontenible.
En EEUU ya hay 102 reactores nucleares, en Francia 76, en Japón, 74. Y si China e India siguen su acelerado ritmo de crecimiento actual habría que instalar 3 centrales nucleares diarias para abastecerlas.
Hoy en día, cuando se han cumplido 25 años de la catástrofe de Chernóbil y 1 año de la de Fukushima , pueden apreciarse en su verdadera dimensión los peligros que entraña esta energía y sus terribles resultados.
Los más perjudicados, como siempre, fueron los niños, la mitad de ellos contaminados cuando estaban todavía en el vientre de sus madres: cáncer de todo tipo, malformaciones y secuelas neurológicas. Incluso en la actualidad, hay un nacimiento por cada tres muertes…
Los científicos opinan que pasarán todavía 300 años hasta que la radioactividad (aún presente en los alimentos que se consumen) sea eliminada de la región. Un veneno tóxico que no se ve, no se huele, no se nota ni se percibe, pero que mata tras una corta exposición al mismo.
Ucrania, que un día fue el granero de Europa, hoy es una tierra maldita…
Sin embargo, los entendidos afirman que sólo hay provisiones de petróleo y uranio para unos 15 años más… Y ya no se sabe dónde ubicar los deshechos radioactivos del planeta, tan mortales como la propia actividad.
En varias ocasiones se intentó (con poco éxito), ‘comprar’ la buena voluntad de algunos gobiernos del Tercer Mundo con el objeto de transportar y enterrar allí las cenizas tóxicas generadas por los países industrializados. Pero ésto no resultó y finalmente se decidió volcarlas en el mar (así las compartimos todos equitativamente).
Finlandia cree haber encontrado la solución.
Entre los bosques bajos de su costa occidental, a unos 100 km de la ciudad de Helsinki, se está excavando, en la roca viva y dura del gneis, un túnel que avanza a razón de 25 metros por semana y que se sumergirá hasta los 400 metros de profundidad.
El lugar se llama Onkalo, que en finés significa ‘oculto’. Y se convertirá en el cementerio de los residuos de las centrales nucleares finlandesas.
Esta obra faraónica es un primer intento por dar una solución definitiva a los peligrosos deshechos atómicos para los próximos 100.000 años, tiempo que se cree permanecerán activos.
En su película documental Into Eternity (2010) el ecologista Michael Madsen cuestiona la existencia eterna de Onkalo y su funcionalidad, a pesar de las buenas intenciones.
Onkalo se terminará en el año 2100, cuando será sellado definitivamente. A partir de esa fecha su existencia deberá ser olvidada durante 3.000 generaciones, tal como lo prescribe un proyecto de ley.
¿Será respetada esta orden? ¿Obedecerán nuestros descendientes las indicaciones de advertencia o las desoirán, quedando así expuestos a la letal radioactividad?
Los materiales que esconde Onkalo (cobre, uranio y plutonio) son muy valiosos.
¿Serán la prudencia y el miedo más fuertes que la codicia y la curiosidad?
Resulta escalofriante pensar en el caramelo envenenado que dejaremos a los humanos del futuro, tal vez multiplicado en otros países que sigan el ejemplo de Finlandia.
¿Nos odiarán por ello las generaciones del mañana? ¿Nos tildarán
de irresponsables y egoístas por haber hipotecado sus vidas por adelantado para pagar nuestros derroches actuales?
Espero que no, que nada de esto llegue a suceder.
La naturaleza nos regala cotidianamente, no sólo su belleza y misterio, sus ricos ecosistemas y recursos, sino también sus tesoros de energía renovable.
El sol (energía solar), el viento (energía eólica), el calor del planeta (energía geotérmica), los mares y océanos (energía mareomotriz), los ríos (energía hidráulica), las olas (energía undimotriz) y la llegada de masas de agua dulce a masas de agua salada (energía azul), entre otras muchas.
Son virtualmente inagotables, unas por la inmensa cantidad de energía que contienen y otras porque son capaces de regenerarse a través de medios naturales. Y, además, son limpias.
La imaginación humana tiene el deber de explorar hasta sus límites todas estas posibilidades, antes de que sea demasiado tarde.