De los tres combustibles fósiles predominantes, dos de ellos han visto bajar su consumo y otro se ha mantenido estable. El petróleo, con una caída del consumo del 2,6% y el gas natural, un 2,1%, han sido víctimas también de la crisis. En cuanto al carbón, su retroceso es de tan solo el 0,05%, una cantidad estadísticamente irrelevante. La contribución a la generación eléctrica de la energía nuclear sigue retrocediendo por tercer año consecutivo, descendiendo su aportación un 1,3%. Como novedad, este año las estadísticas de BP aportan datos de la potencia instalada en energía eólica y solar fotovoltaica, que siguen con espectaculares crecimientos de dos dígitos, del 31 y el 47% respectivamente.
Aunque los datos globales apuntan a un descenso del consumo energético, la situación por países y regiones presenta un panorama diferente. En general, los países industrializados y más ricos son los que han acusado de manera más clara los efectos de la crisis en el consumo. Por ejemplo, los ocho países más ricos, el G8, consumieron un 5,5% menos en 2009 que en 2008. La Unión Europea, en su conjunto, tuvo un descenso similar, del 5,6%, casi el mismo que los países de la OCDE en su conjunto, un 5%.
Sin embargo, la mayoría de los países en pleno desarrollo económico, han seguido aumentando su consumo energético. El consumo en China creció un espectacular 8,7%, mientras que India lo hizo en un 6,6%. Brasil y Rusia, que habitualmente se cuentan entre este grupo de países no aumentaron su consumo, el primero consumió apenas un 0,6% menos, pero Rusia tuvo una fuerte caída, del 6,4%. Muy posiblemente, si estos dos países, especialmente Rusia, hubiesen tenido un comportamiento diferente, las estadísticas globales no hubiesen marcado un descenso, sino un nuevo crecimiento en el consumo energético.
De los datos de consumo energético mundial se pueden sacar diversas conclusiones. La primera es la estrecha relación existente entre el crecimiento del PIB mundial y el consumo de energía primaria. Si bien se ha producido un cierto desacoplamiento relativo entre PIB y energía, ya que en la actualidad es necesario consumir menos energía para crear PIB que hace tres décadas, en términos absolutos, más PIB aún equivale a más consumo energético (y más emisiones de CO2, dado que en el conjunto de la energía primaria los combustibles fósiles siguen siendo más del 80% del total).
En segundo lugar, y esta es una tendencia ciertamente preocupante, el carbón, el combustible fósil más contaminante, pero a la vez el más barato, ha ido aumentando su contribución al conjunto de energías primarias (del 27 al 29% en los últimos seis años). En términos absolutos, entre 2000 y 2006 su consumo creció una media del 4,9% anual, ritmo que se ha atenuado en el periodo desde 2007 a 2009 hasta menos del 1%. Pero debido al retroceso del consumo global, porcentualmente, el carbón supone ahora el 29,4% de la energía primaria consumida en el mundo, un porcentaje que no se había dado desde 1970.
Todo apunta a que sin un cambio significativo en la estructura e intensidad energética del PIB mundial, el consumo energético seguirá creciendo. Y frente al estancamiento de fuentes primarias como el petróleo y al descenso en la contribución de la energía nuclear, el carbón, una energía barata y especialmente accesible para los mayores consumidores (EE.UU, Rusia, China, India son los principales consumidores y además suman el 67,2% de las reservas mundiales de carbón) seguirá teniendo un papel importante en el suministro energético mundial, con nefastas consecuencias para el crecimiento de las emisiones de CO2 y la degradación medioambiental causada por la minería.
Pero ni siquiera el carbón durará para siempre, y el que queda será progresivamente de menor calidad (y por tanto su impacto medioambiental será cada vez mayor). Está claro que la economía mundial necesita desmaterializarse si no quiere verse estrangulada por el agotamiento de los combustibles fósiles. Pero al mismo tiempo, y en la presente y grave situación, el crecimiento económico parece un imperativo, hay que crecer cómo sea. Esta es una dinámica que se encuentra en el corazón de nuestro sistema socioeconómico, basado en el crecimiento continuo, y que si no se resuelve de manera radical y urgente lastrará cualquier intento de desarrollo del bienestar de los habitantes del planeta.