Los conflictos entre humanos y vida silvestre, en este caso a los pumas, constituyen uno de los desafíos de conservación más críticos a nivel mundial. Los grandes carnívoros suelen ser el centro de estos conflictos debido a las amenazas, tanto percibidas como reales, que representan para la seguridad del ganado y de las personas.
Determinar las percepciones y actitudes sociales hacia los carnívoros desempeña un papel fundamental en la formulación de políticas de conservación que garanticen la coexistencia sostenible entre humanos y vida silvestre.
Este estudio encontró una discrepancia entre la probabilidad real de presencia de puma y las percepciones de los ganaderos, que se mantuvieron prácticamente sin cambios, lo que sugiere que hay factores sociales subyacentes que impulsan sus percepciones sobre el conflicto entre el puma y el ganado, independientemente de la presencia real del puma y las pérdidas que experimentan. Es decir, que les tiene más miedo por presión social y costumbre, que porque haya más o menos individuos.
El temor a los pumas en Chile
La mayoría de las personas consideran que los pumas son animales majestuosos, pero en la Patagonia chilena también se ven como una amenaza para el ganado. Como los lobos en Europa, los pumas son grandes depredadores que atacan al rebaño y afectan a poblaciones con una economía muy basada en la cría ganadera, pero… ¿Qué parte de este rechazo atiende a una amenaza real y qué parte es una percepción que tienen los ganaderos?
Un estudio liderado por la investigadora del CREAF Esperanza Iranzo y localizado en la Reserva de la Biosfera Torres del Paine (Chile) apunta que, pese a que las poblaciones de puma fluctúan, la percepción de los ganaderos sobre el conflicto siempre es la misma.
De hecho, en este caso concreto, los resultados indican que la población de pumas ha aumentado en la última década y, en cambio, los ganaderos encuestados no piensan que sea un problema mayor. Así pues, el rechazo y malestar hacia este animal se debe más a una percepción social y cultural hacia los grandes depredadores, que a su abundancia real.
Por otra parte, la investigación también apunta a un malestar con la gestión que hace la administración del conflicto y una diferencia social entre las fincas de mayor poder adquisitivo y las de menor, pues las primeras empiezan a vivir del turismo de observación de pumas.
“Tradicionalmente, en Chile, como en otros países, se ha tenido una percepción negativa de los carnívoros por tratarse de una amenaza para la ganadería. Este rechazo se transmite entre generaciones y vecindarios, aunque a nivel personal no se tengan experiencias negativas”, explica la autora. Y añade, que en el estudio “algunos ganaderos que vivían del turismo del puma eran igualmente recelosos”.
Esta investigación se ha publicado en un especial de la revista inglesa People and Nature que explica cómo nos relacionamos las personas con los carnívoros y sus resultados podrían ser extrapolables al contexto europeo. Además del CREAF, han participado un equipo de investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid, la Universidad de Chile y la organización conservacionista Panthera.
Las desigualdades sociales pesan
En la vertiente sociológica, el punto de interés es que a partir del año 2014 se empezaron a desarrollar ‘experiencias turísticas de avistamiento del puma’ en el Parque Nacional de Torres del Paine y sus alrededores, lo que supone una fuente de ingresos para algunas fincas ganaderas de la zona, que ofrecen tours y alojamiento para los interesados en ver y fotografiar este animal. A pesar de este cambio, en que el puma pasa de ser “enemigo” a recurso económico, “se sigue considerando una amenaza para la ganadería y no ha cambiado la percepción de problema”, explica la ecóloga del CREAF.
Además, “este turismo del puma genera una desigualdad social, pues las fincas más grandes son las que más fácilmente pueden aprovechar económicamente el puma, pero las estancias pequeñas no siempre pueden ofrecer servicios turísticos y dependen igualmente de la ganadería, lo que puede desencadenar un nuevo conflicto socio-ecológico”.
Malestar administrativo
Como las piezas de un puzzle
La historia de Torres del Paine es un caso bien curioso y “ejemplar de cómo funcionan las cadenas alimentarias en la naturaleza”, nos explica Esperanza Iranzo. Históricamente, en la Patagonia había numerosas manadas de guanacos, un animal de la familia de los camélidos y cuya domesticación ha dado lugar a las llamas.
El depredador de estos guanacos era el puma y ambas especies estaban en equilibrio en el ecosistema. La rotura de este equilibro llegó a finales del siglo XIX con la colonización europea, pues se introdujo otra presa nueva, la oveja.
A partir de este momento, las ovejas iban in crescendo en población para el provecho humano y los habitantes del lugar cazaban fuertemente a las especies nativas -a los pumas, para evitar el riesgo de ataques, y a los guanacos, para que no se comiera el pasto que estaba destinado a las ovejas.
Así que se desencajaron las relaciones tróficas. Por este motivo, las instituciones chilenas denominaron Parque Nacional a Torres del Paine en 1959 y se prohibió la caza de puma y guanaco, lo que permitió la recuperación de sus poblaciones y su expansión fuera del área protegida. Y aquí empezó el conflicto social.