Para evitar que el dinero de la UE invertido en comprar gas ruso ayude a financiar la guerra de Putin contra Ucrania, Europa hizo un gran esfuerzo para renunciar a ese gas. Sin embargo, no aplicó la misma política con el combustible nuclear. Aproximadamente la mitad del uranio natural importado por la Unión Europea (UE) en 2020 se compró a Rusia, Kazajstán y Uzbekistán.

No es solo la minería, ese año Rusia también tenía el 40 % de la capacidad de conversión de uranio en el mundo (un proceso necesario para su enriquecimiento en material fisible) y con datos de un par de años antes, el 46 % de la capacidad total de enriquecimiento de uranio.

Por tanto, debido a la gran dependencia del combustible nuclear ruso, tiene tan poco sentido estratégico apoyarse en la electricidad generada con gas como en la generada con centrales nucleares.   Aunque el Parlamento Europeo ha pedido explícitamente la inclusión del sector nuclear en las sanciones contra Rusia, la Comisión hace oídos sordos.

Una lección desde Japón

La decisión de abandonar la energía nuclear fue una lección aprendida del desastre de Fukushima en 2011. Alemania cerró inmediatamente los ocho reactores más antiguos y escaló el cierre de los nueve restantes hasta el fin de 2022. Fue un histórico «acuerdo de consenso» negociado una década antes por todos los grupos políticos, y llevado a cabo por un gobierno conservador y, hasta Fukushima, muy pronuclear.

Ecologistas en Acción como organización del el MIA felicita al movimiento antinuclear alemán, que lleva 60 años luchando por el cierre de estas centrales. Ahora su atención se centrará en los largos procesos de desmantelamiento y en el grave y difícil problema de qué hacer con los residuos. En España el Movimiento Ibérico Antinuclear aún tiene que preocuparse por centrales en funcionamiento, pero también vemos muy cerca las siguientes tareas que deja el legado de la electricidad nuclear. No más nuclear en Alemania, ¿España para cuándo?