En un sentido amplio, la naturaleza se refiere al conjunto de todo lo existente en el universo, desde los planetas, las montañas y los mares, hasta las plantas, los animales, el clima y los ciclos biológicos que permiten la vida. En un sentido más restringido, suele utilizarse para aludir al entorno terrestre que rodea a los seres humanos y que no depende directamente de su acción: bosques, ríos, desiertos, selvas o ecosistemas marinos.
La naturaleza como origen y sustento de la vida
La naturaleza es el soporte fundamental de la vida. A través de sus procesos, nos provee de agua, aire, suelo fértil y alimentos. Los ciclos naturales —como el del carbono, el nitrógeno o el agua— permiten mantener el equilibrio que hace posible la existencia de millones de especies, incluida la humana. Desde tiempos remotos, las comunidades humanas han dependido de la observación y el respeto de los ritmos naturales para sobrevivir.
Con el desarrollo tecnológico, muchos de estos vínculos directos parecieron diluirse, pero lo cierto es que nuestra existencia sigue siendo completamente dependiente de la salud de los ecosistemas. Sin su equilibrio, no habría oxígeno respirable, ni alimentos, ni recursos energéticos.
Naturaleza y ser humano: una relación a veces no tan idílica
La relación entre la humanidad y la naturaleza ha sido profunda y ambivalente. Por un lado, los seres humanos forman parte de ella, son una especie más que surgió a partir de los mismos procesos evolutivos. Por otro lado, gracias a su capacidad de transformar el entorno, han modificado paisajes, domesticado animales y plantas, y construido ciudades.
El reto contemporáneo radica en que esas transformaciones han llegado a un punto crítico: la sobreexplotación de recursos, la contaminación y el cambio climático amenazan los equilibrios naturales. De ahí que hoy se hable de la necesidad de una nueva conciencia ecológica que reconozca que no estamos separados de la naturaleza, sino que somos parte de ella.
Un aspecto fundamental al pensar qué es la naturaleza es reconocer su diversidad. Existen desiertos áridos y selvas exuberantes, cumbres heladas y mares tropicales. Cada ecosistema funciona de manera distinta, pero todos están interconectados. Esa diversidad también se expresa en la riqueza genética de las especies, que constituye el motor de la evolución y la adaptación.
Y aquí precisamente conviene pensar en qué pasada cuando se pierde biodiversidad. No sólo desaparecen especies; también se erosiona la capacidad de los ecosistemas de proveer servicios esenciales, como polinización, regulación del clima o purificación del agua.
En resumen, la naturaleza no es un recurso inagotable ni un escenario externo; es nuestra casa común, la red que sostiene la vida. Reconocer esto es quizá el paso más importante para garantizar un futuro en el que la humanidad pueda seguir disfrutando de la riqueza, belleza y sabiduría que la naturaleza nos ofrece. ECOticias.com



















