Sin embargo la globalización siempre lo acaba descuadrado todo un poco. Según el ministerio sudafricano de medio ambiente y turismo, el campeonato habrá producido unas emisiones de 2,8 millones de toneladas de CO2. Si la cifra es finalmente correcta eso querrá decir que este mundial habrá multiplicado por 9 las emisiones de la copa del mundo del 2006 que se celebró en Alemania. Ante esta revelación ya han salido voces recordando que Sudáfrica se encuentra en el hemisferio sur y, claro, eso ha obligado a hacer desplazamientos más largos. El caso es que los equipos de Argentina, Chile y Paraguay deberán coger el avión cuando el mundial se celebre en el hemisferio norte y se vuelvan a clasificar.
Este tipo de preocupaciones se extienden cada vez más en el mundo del deporte que, en cierto modo, acaba haciendo de indicador de hasta qué punto los temas ambientales han entrado en el mainstream. Así, por ejemplo, mientras se desarrollaba el campeonato del mundo de fútbol, la BBC informaba de que el mundo de la Fórmula 1 está preocupado por la imagen que transmite, no sólo por el hecho de quemar gasolina por diversión, sino por el gran número de viajes intercontinentales que genera el calendario de competiciones. De momento se está hablando de racionalizar este calendario en el sentido, probablemente, de concentrar más carreras en el tiempo y en diferentes regiones del mundo, aunque no se ha definido aún nada al respecto. La Federación Internacional del Automóvil -la primera autoridad en este deporte- ha empezado a trabajar en la línea de aumentar la eficiencia de los motores para disminuir sustancialmente el consumo en el horizonte 2013. Todo esto está muy bien pero hace pensar en barrer la casa y depositar el polvo bajo la alfombra: la apariencia es magnífica, el problema persiste.
Es difícil discutir este tema con los grandes amantes del deporte entendido como espectáculo. Normalmente te dirán (me han dicho) que hay otros ámbitos donde las cosas se hacen peor. Y quizá no les falte razón: no sé si nunca se ha hecho ningún estudio sobre las necesidades reales que hay detrás de los viajes de negocios. ¿Por qué ahora deberíamos fijarnos en el deporte que tantos buenos ratos nos hace pasar? Y la guinda del argumento: quedémonos quietos, no hagamos absolutamente nada y las emisiones y el consumo de recursos seguro que bajarán. Una Reductio ad absurdum comprensible sobre todo cuando se ha tocado la moral.
No es por la quietud que nos saldremos sino por la reflexión y la acción, y dentro de la primera por la importancia del matiz. Puede que la copa del mundo implique costes pero las ganancias son innegables. No hay que menospreciar la ilusión de las personas ni tampoco el progreso material de Sudáfrica, una nación bastante castigada ya por la historia. Es difícil que ningún análisis coste-beneficio capte esta realidad porque se trata de una balanza donde hay elementos intangibles. En cualquier caso, y en cuanto a las emisiones, la FIFA puede pasar perfectamente el balón a la aviación que aún no ha resuelto el gran reto que tiene delante en el siglo XXI.
En cuanto a la Fórmula 1 el matiz es que la misma finalidad del deporte conlleva emisiones, en sí perjudiciales, y el gasto de un recurso que en pocas décadas será bien escaso, no sólo para el transporte -esta es la parte buena- sino para la industria o la medicina. El fútbol se puede improvisar en la playa o el barrio, para las carreras hay que construir Montmeló, curiosamente a pocos kilómetros de donde el gobierno nos obliga a correr menos con nuestros vehículos para bajar la contaminación.