Cada vez tenemos menos hijos, más comodidades, más aparatos y electrodomésticos destinados a hacer nuestra vida más fácil. Pero a pesar de estos avances, estamos haciendo algo mal.
Son muchos los que viven sin tiempo para nada: salen tarde de la oficina, son continuamente reclamados por el móvil, responder 30 mails diarios, reuniones…
Y al llegar a casa, deberes, hijos, cena. Tras acostar a los pequeños todavía habrá cosas que hacer. Muchísimas. Esto no es vida. Desgraciadamente, escenas como estas no son exageradas. Así es la vida cotidiana de muchos hombres y mujeres.
Personas que viven estresadas, crispadas o enfadadas
Cada vez hay más evidencias de que una vida apresurada es altamente nociva para la salud mental. Según la Organización Mundial de la Salud, alrededor de 2,3 millones de personas en nuestro país (un 5,9% de la población) padece trastornos relacionados con la ansiedad y el estrés.
Otras fuentes establecen que este afecta a 1 de cada 3 personas en Europa. ¿Por qué importa este dato? Porque hoy sabemos que uno de los mayores generadores de estrés de la sociedad actual es precisamente la sensación de falta de tiempo.
Pero es que además se ha demostrado que el estrés influye en el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, digestivas, del sistema inmune (infecciones, cáncer…) o en el dolor crónico.
Así que los perjuicios del ritmo de vida tan acelerado que llevamos son muchísimos. Cada vez hay más evidencias de que una vida apresurada es altamente nociva para la salud. Pero también para la gestión de las emociones, pensamientos y para la calidad de vida.
Hoy buscamos placeres rápidos, inmediatos. No hay tiempo para más. Y no solo el ocio, también la convivencia se ha visto afectada. Las relaciones son cada vez más superficiales y se dedica menos tiempo a las personas, la familia, la resolución de conflictos: “Esto es lo que hay”, ”no puedo perder tiempo”, “me encantaría quedar pero estoy muy ocupado”…
¿Conocemos los riesgos?. Las amistades, las relaciones, se forjan sobre todo con la convivencia. Y eso requiere tiempo. También los vínculos con los hijos. Estos no surgen por impronta, sino con las experiencias compartidas. Cuantas más mejor.
No puedo perder más tiempo
La sensación de falta de tiempo es un problema persistente en una sociedad moderna acelerada, en la que a menudo las personas sienten que se ven obligadas a hacerlo todo deprisa y mal, con listas interminables de tareas.
Esta situación puede generar frustración y, en el peor de los casos, tiene consecuencias significativas para el cerebro, la salud y las relaciones. Expertos en sociología y neurociencia explican que, al entender estas perspectivas, podemos tomar medidas para recuperar el control de nuestro tiempo y bienestar.
Según datos recientes del sindicato UGT, el estrés laboral y la presión de tiempo son factores clave en el aumento de las bajas por problemas de salud mental.
En 2023, se registraron más de 600.000 bajas laborales por trastornos mentales en España, un 17 % más que durante el año anterior. Un estudio de la Confederación de Salud Mental de España indica que el 15 % de las bajas más prolongadas se deben al estrés, y que esta es la segunda causa de baja laboral después de los problemas musculoesqueléticos.
El estrés laboral es el más prevalente en España, pero el financiero y el personal también afectan a la salud mental. Un 24,7 % de las personas atendidas en la atención primaria presenta algún problema de salud mental, según el Ministerio de Sanidad. Un 6,7 % de la población padece ansiedad y un 4,1 % depresión, con una prevalencia ligeramente superior en mujeres y personas de bajos ingresos.
¿De verdad estamos tan ocupados o no sabemos gestionar nuestro tiempo?
Un experto, explica nuestra escasez de tiempo a través del concepto de aceleración, del sociólogo alemán Hartmut Rosa. La vida en las sociedades contemporáneas se ha acelerado, lo que significa que la cantidad de acciones por unidad de tiempo ha aumentado.
Aunque los avances tecnológicos prometían ahorrar tiempo, en muchos casos han tenido el efecto contrario.
Aunque la tecnología ha acelerado procesos como la producción, la comunicación y el transporte, el tiempo parece volverse más escaso. Un ejemplo es el correo electrónico, que prometía agilizar la gestión y organización del trabajo, pero que hoy ocupa más tiempo que antes.
La vida cotidiana se ha llenado de trámites y regulaciones: la necesidad de comprar billetes, rellenar formularios y pedir citas en línea consume gran parte del tiempo. La sobrecarga de información impide procesarla adecuadamente.
Cada vez queda menos tiempo para actividades esenciales, como comer, dormir, pasear o conversar, lo que genera frustración e inseguridad. La constante presencia de pantallas y la aceleración del ritmo de vida dan lugar, a una pérdida de «resonancia con el mundo», lo que provoca que la realidad pierda su sentido para las personas.
Esta presión del tiempo y la pérdida de sentido tienen como consecuencia un aumento de las bajas laborales por estrés, depresión y otras variantes de malestar en relación con la frustración e insatisfacción con la propia vida y con la incapacidad de hacer frente a todas las exigencias.
Al mismo tiempo, y a pesar de la aparente facilidad para establecer relaciones sociales o contactos a través de la comunicación electrónica, aumenta la sensación de soledad, hasta tal punto que la población afectada puede necesitar apoyo institucional.
La neurociencia desvela alguna cuestiones
La constante presión del tiempo, especialmente cuando se combina con una percepción de falta de control, afecta a tres regiones cerebrales clave: la amígdala, la corteza prefrontal y el hipocampo.
Cuando tenemos esa percepción de falta de control debido a la constante presión del tiempo, se libera cortisol. Ese cortisol está presente en nuestro cuerpo durante más tiempo del que debería, y actúa en el ámbito cerebral.
La amígdala, encargada del procesamiento emocional, se vuelve hiperactiva bajo la presión constante del tiempo, lo que puede desencadenar ansiedad.
Este estado se ve agravado porque el estrés aumenta las excrecencias dendríticas de sus neuronas, que potencian su actividad y elevan el riesgo de respuestas ansiosas.
Por otro lado, el cortisol, hormona liberada durante el estrés, afecta negativamente a otras áreas cerebrales clave. En la corteza prefrontal, fundamental para la toma de decisiones, el razonamiento y la eficiencia cognitiva, su inhibición provoca una disminución en la capacidad de tomar decisiones acertadas y de razonar de forma efectiva. Sin embargo, estos cambios son funcionales y suelen revertirse cuando el estrés desaparece.
En contraste, el hipocampo, esencial para la memoria y el aprendizaje, sufre efectos más duraderos. El estrés crónico atrofia sus neuronas piramidales y reduce su capacidad para consolidar información.
Además, inhibe la neurogénesis, es decir, la formación de nuevas neuronas en esta región, lo que compromete aún más la memoria y la capacidad de aprendizaje.
Así, mientras que la corteza prefrontal puede recuperarse, la amígdala y el hipocampo pueden experimentar cambios más persistentes, con consecuencias significativas para la salud mental y cognitiva.
Estrategias contra el estrés y tomar las riendas de nuestro tiempo
Es necesario un cambio tanto social como individual para abordar este problema. Proponen una transformación en nuestra relación con el mundo a través del libro En defensa de la conversación, de la psicóloga del MIT Sherry Turkle.
La obra destaca la importancia de recuperar la conversación cara a cara frente a los efectos negativos de la comunicación electrónica, como la pérdida de empatía, la dificultad para escuchar, la superficialidad en los diálogos, la distracción, la falta de concentración, el ghosting y la carencia de introspección y creatividad.
Turkle sugiere recuperar el bienestar en la era digital creando espacios libres de tecnología, fomentando la introspección y practicando la unitarea para mejorar la concentración.
También recomienda aplicar la regla de los siete minutos, para profundizar en las conversaciones y fortalecer la comunicación consciente.
Sin embargo, advierten que no existen soluciones mágicas para mejorar la calidad de vida. Actividades como delegar tareas, retirarse a un monasterio, practicar yoga o tomar vacaciones pueden ofrecer alivio temporal, pero no transforman nuestra relación con el mundo.
Lo mismo ocurre con el uso de fármacos o drogas, que solo brindan soluciones superficiales. Para alcanzar una vida plena y recuperar un mundo con sentido, es necesario cambiar nuestra forma de estar en el mundo.
Esto implica abandonar la obsesión por controlar y poseer lo que nos rodea, y aceptar, sin resentimiento, la indisponibilidad de un mundo que nos confronta y desborda, concluye el sociólogo.
Aprender a decir que NO
Aunque no existen soluciones sencillas para abordar la falta de tiempo, hay estrategias y técnicas de gestión que pueden ayudar a recuperar una sensación de control y mejorar el bienestar. Incluso técnicas simples, como elaborar listas, pueden resultar beneficiosas.
El uso de estas herramientas aumenta la percepción de control, y algunos estudios en neurociencia indican que, cuanto mayor es esta percepción, menor es el impacto del cortisol en el sistema nervioso.
Fomentar la resiliencia a través del deporte, el aprendizaje y la actividad social: la práctica de actividad física treinta minutos al día al aire libre; la meditación y la conciencia plena (mindfulness); la terapia cognitivo-conductual para reducir la actividad en la amígdala; un sueño y un descanso adecuados para recuperar el equilibrio emocional; una nutrición sana y unos hábitos saludables (evitar el consumo excesivo de cafeína y azúcar), y el apoyo social en la familia, los amigos o la comunidad, para liberar oxitocina. Y lo más importante: hay que aprender a decir que no.