La hipótesis de la que partieron los científicos que llevaron a cabo este experimento era que el tiempo que los niños y adolescentes (entre 10 y 13 años) pasan frente a una pantalla puede estar relacionado con el riesgo cardio metabólico y cardiovascular.
El tiempo de pantalla discrecional, informado por los padres o por niño/adolescente, se evaluó en relación con una puntuación de riesgo cardiometabólico compuesta basada en puntuaciones de circunferencia de cintura, presión arterial sistólica, colesterol de lipoproteínas de alta densidad, triglicéridos y glucosa. Los resultados secundarios incluyeron resistencia a la insulina, inflamación, lipoproteínas y antropometría.
Las pantallas pueden ser nefastas
Pasar muchas horas pegado a pantallas durante la infancia y la adolescencia podría contribuir al desarrollo de problemas metabólicos y cardiovasculares en el futuro. Así lo sugiere un estudio publicado en Journal of the American Heart Association, que ha analizado datos de dos grupos de niños y adolescentes seguidos desde su nacimiento en Dinamarca.
El trabajo concluye que el tiempo de ocio con dispositivos se asocia con un mayor riesgo cardiometabólico desde edades tempranas. Este incluye factores como hipertensión, colesterol elevado, resistencia a la insulina o una mayor circunferencia de cintura.
“Limitar el tiempo de pantalla durante la infancia y la adolescencia podría proteger la salud cardíaca y metabólica a largo plazo”, señala David Horner, investigador del centro COPSAC en la Universidad de Copenhague y líder del trabajo. “Nuestro estudio ofrece pruebas de que esta relación empieza muy pronto y subraya la importancia de tener rutinas diarias equilibradas”.
Según comenta Horner, su interés en esta investigación parte de un enfoque amplio sobre los factores relacionados con el estilo de vida en las primeras etapas de la vida, como la alimentación, el sueño y la actividad física, que pueden influir en la salud a largo plazo.
“Durante mi trabajo clínico con niños, observé cómo las enfermedades cardiometabólicas suelen tener su origen en patrones que se forman durante la infancia. El tiempo frente a la pantalla se destacó como un comportamiento moderno y generalizado que podría influir en la salud, no solo por la inactividad, sino también por otros factores como el estrés o la alteración del sueño”, explica. Y agrega que este estudio: “nos permitió examinar estas relaciones con datos detallados y a largo plazo de dos cohortes de nacimiento danesas bien caracterizadas”.
Mil niños participantes
La investigación se basó en datos de más de 1 000 niños y adolescentes de estas dos cohortes fueron seguidos durante años. El equipo analizó el tiempo de pantalla declarado por los padres o los propios participantes a los 6 y 10 años en un grupo, y a los 18 en el otro. La media diaria aumentó de 2 a 3,2 horas entre los 6 y los 10 años, y se situó en 6,1 horas a los 18 años.
“Es un cambio pequeño por hora, pero cuando el tiempo total alcanza tres, cinco o incluso seis horas al día, como vimos en muchos adolescentes, el efecto se acumula”, advierte. “Multiplicado por toda una población infantil, representa un desplazamiento significativo en el riesgo cardiometabólico que podría mantenerse en la edad adulta”.
El estudio exploró también los mecanismos que podrían explicar esta relación y uno de ellos fue el sueño. Los análisis mostraron que tanto la duración como el horario de descanso influían en el efecto del tiempo de pantalla: quienes dormían menos horas o se acostaban más tarde presentaban un riesgo mayor.
“En la infancia, la duración del sueño no solo moderaba esta relación, sino que también explicaba parte del vínculo: aproximadamente el 12 % de la asociación entre tiempo de pantalla y riesgo cardiometabólico se debía a un sueño más corto”, señala el investigador danés.
El uso de pantallas deja una huella metabólica
Además, el equipo identificó un conjunto específico de metabolitos en sangre que se asociaba con el uso de dispositivos electrónicos, una especie de huella metabólica. “Encontramos un patrón distintivo de metabolitos que se relacionaba de forma consistente con un mayor uso de pantallas tanto en la infancia como en la adolescencia”, indica Horner. “Esto sugiere que este hábito puede dejar un rastro biológico medible, que refleje cambios en el metabolismo incluso antes de que aparezcan síntomas de enfermedad”.
Según el autor, estas huellas podrían convertirse en el futuro en herramientas de alerta temprana en la atención pediátrica para detectar de forma precoz a los niños en riesgo, antes de que se manifiesten factores clínicos más evidentes.
“Estamos utilizando estos datos también para evaluar si hay una asociación entre el tiempo de pantalla y el riesgo cardiovascular futuro: los resultados han mostrado una evolución ascendente en la infancia y una asociación significativa en la adolescencia”, indica.
Las horas de sueño son vitales
En cuanto a las recomendaciones, Horner propone centrarse en el sueño como punto de partida para mejorar los hábitos digitales. “Un enfoque práctico sería proteger la hora de acostarse, adelantar el uso de pantallas a primera hora del día y reservar momentos sin dispositivos, como las comidas, para fomentar el equilibrio”, dice. “Los pequeños cambios consistentes pueden traducirse en beneficios acumulados para la salud”.
Actualmente, el equipo sigue a los niños desde los 10 hasta los 13 años y, a diferencia de los primeros análisis, utiliza datos objetivos obtenidos directamente de sus teléfonos para conocer con mayor precisión sus patrones de uso “Esta perspectiva a largo plazo es esencial para pasar de observar asociaciones a identificar estrategias preventivas eficaces”, apunta Horner.
Aunque se trata de un estudio observacional de estos niños, los resultados se suman a la evidencia creciente de que los comportamientos digitales pueden influir en la salud metabólica. La American Heart Association ya advirtió en 2023 que solo el 29 % de los jóvenes estadounidenses de entre 2 y 19 años tenía una salud cardiometabólica favorable y que el riesgo está aumentando cada vez a edades más tempranas. Este nuevo estudio da pistas sobre uno de los factores que podrían estar detrás de esa tendencia.
Los expertos concluyeron que el tiempo frente a pantallas se asocia positivamente con el riesgo cardiometabólico y cardiovascular. Y que estas asociaciones fueron más fuertes en niños y adolescentes con menor duración del sueño. Estos hallazgos resaltan la importancia de considerar conjuntamente el tiempo frente a pantallas y los patrones de sueño al evaluar dichos factores de riesgo en la primera infancia. ECOticias.com