Según Wikipedia, Agroecología es una concepción holística y sistémica de las relaciones entre las sociedades humanas, vegetales y animales de un ecosistema, orientada a que la producción agropecuaria esté en armonía con las leyes naturales. Es una evolución que integra las ciencias agrarias y ambientales, pretendiendo llegar al equilibrio dinámico entre producción, productividad y sostenibilidad, empleando técnicas y métodos alternativos encaminados al mejoramiento del ecosistema y el agroecosistema.
Con el fin de lograr armonía y bienestar entre el hombre, su campo social y su entorno, la Agroecología considera que el ser humano y la naturaleza caminan de la mano; bien se sabe que no puede haber agricultura si no hay trabajo de las personas sobre la tierra y los seres humanos no podrían crecer ni desarrollarse si no contaran con los productos de la tierra.
Muy influido por ello, los colectivos y las personas relacionadas con la Agroecología coincidimos en que uno de los
sistemas productivos agrarios más próximo con esta concepción, actualmente se encuentra en lo que se ha venido en
denominar como “Agricultura y Ganadería Ecológicas”.
Por otro lado, el modelo de agricultura dominante, surgido y consolidado a través de las tecnologías implantadas de
la Revolución Verde2 (proceso de desarrollo y expansión de semillas y técnicas agrarias de alta productividad habido en
diferentes países del Tercer Mundo durante los años 60 y comienzos de los 70, bajo el impulso de un plan de la FAO),
incrementó el volumen de la producción de alimentos y la productividad de la tierra por encima del crecimiento de la
población. También aumentó las disponibilidades de alimentos per capita, al mismo tiempo que creó la ilusión de que el
hambre, la desnutrición y la pobreza rural desaparecerían con la difusión de este modelo. No obstante, en los últimos
años este sistema da muestras de cierto agotamiento, para González de Molina, M. (2009a)3, entre otros aspectos,
influenciado porque:
Entre 1950 y 1990 la producción por hectárea de superficie creció a un ritmo anual del 2,1%, en tanto que entre 1992
y 2005 lo ha hecho sólo al 1,3% (FAO)4.
La reducción de las expectativas de crecimiento de la población mundial ha ayudado, sin duda, a que dicha
ralentización no se haya traducido en una disminución menor de las disponibilidades per capita. Con todo, éstas han pasado de los 360 kg/persona/año de 1996 a los 340 de 2006, experimentando una disminución del 5%. Sólo una
parte se destina al consumo directo (152 kg/persona en 2007), dedicándose el resto a otros usos, especialmente a la
elaboración de piensos animales (FAOSTAT, 2008)5.
En la figura 1 puede comprobarse las tendencias en la producción de cereales y como es significativa su disminución
en la cantidad per cápita.Aunque la desaceleración de crecimiento agrario es fruto de muchos factores, dos cobran un especial protagonismo
en su explicación: De una parte, el fuerte crecimiento de la población mundial; de otra, los daños y agresiones
ambientales generados por determinadas actividades agrarias, los cuales están disminuyendo en buena medida la
capacidad productiva de los agroecosistemas. De ahí que la seguridad alimentaria esté íntimamente relacionada con el
medio ambiente y un factor muy influenciado por ello sea la pérdida de rentabilidad.
Según la FAO4, a pesar de que la producción mundial de alimentos, piensos y fibras en el año 2007 fue de 1,5
billones de dólares, los precios percibidos han disminuido desde 1983 en un 50%.
Significar igualmente que el reflejo del continuo deterioro de la relación de intercambio es causa de abandono en los
países desarrollados, así como de hambre, emigración a las ciudades y pobreza en los países en desarrollo (donde las
actividades agrarias son básicas, cerca de la tercera parte de su Producto Interior Bruto). Obviamente, también influye la
situación actual de fuerte oscilación de los precios. Quizás sea necesario recordar a este respecto que, según el Banco
Mundial6, el coste de los alimentos se ha incrementado en un 83% desde el 2005 al 2008, y que los alimentos básicos
son los que más han subido: el trigo lo ha hecho en un 130%, la soja en un 87% y el arroz en un 74%.
Aunque en estos incrementos aparece una componente estructural muy acusada, cuando se supere la crisis actual
(deflación), es presumible que volverán a aparecer constantes ya clásicas tales como:
Aumento del consumo en países emergentes (sobre todo de carne).
Incremento del precio del petróleo.
Escasez de tierra (puesta de manifiesto con la expansión del cultivo de agrocombustibles).
Especulación financiera.
Como también apunta González de Molina, M. (2009b)7, la caída de la renta ha provocado un uso más intensivo y
agresivo de los recursos naturales (suelo, agua, biodiversidad,…) y que no es previsible que muchos de los efectos
negativos sobre el medio ambiente se atenúen de manera significativa. La erosión, la mineralización junto a la pérdida
de nutrientes del suelo, las diferentes formas de contaminación, la deforestación, el pastoreo excesivo y/o las prácticas
agrícolas inadecuadas son las principales consecuencias de unos modos de manejo que están provocando la degradación
de un elevado número de tierras de cultivo. Según la Evaluación Mundial de la Degradación del Suelo (PNUMA)8,
entre mediados de la década de los años cuarenta y principios de los noventa se habían degradado 1.970 millones de
hectáreas, cantidad equivalente al 15% de la superficie terrestre no cubierta por la nieve. Unos 500 millones
corresponderían a Asia, especialmente a China; una cantidad similar a África; casi unos 400 millones a América en su
conjunto; en tanto que 157 millones de hectáreas se encontraban degradadas en Europa a consecuencia de la erosión.
También se han visto severamente afectados los recursos hídricos, dado que en todo este proceso aparece una íntima
relación entre el crecimiento de la producción y el regadío. Significar que un importante porcentaje del agua dulce
procedente de las aguas superficiales y subterráneas se destina anualmente a riego. El Instituto de Recursos Mundiales
(World Resources Institute)9 cifra la media para el planeta en un 70%. La superficie irrigada en el mundo pasó de 94
millones de hectáreas en el año 1950 a 271 millones en el 2000. De esta superficie, que representa el 17% del total de
tierras de cultivo, procede más del 40% de la producción mundial de alimentos; no obstante, desde ese año 2000, el
crecimiento se ha vuelto más lento, incrementándose hasta 2003 en sólo 6 millones de hectáreas. En consecuencia, la
agricultura está generando una disminución apreciable de la disponibilidad de agua dulce para consumo humano y para
la propia actividad agrícola: cuantitativa por sobreexplotación y cualitativa por contaminación.
De otra parte, los daños de tipo ecológico ocasionados en el entorno productivo están disminuyendo la capacidad de
los agroecosistemas de generar alimentos y materias primas, así como de ofrecer servicios ambientales. De hecho, el
referido Instituto de Recursos Mundiales ha evaluado que los agricultores dejan de ingresar anualmente 11.000 millones
de dólares por la pérdida de producción que ocasiona la salinización a sus tierras. También ha calculado que la pérdida
acumulada en los rendimientos durante los últimos 50 años como consecuencia de la degradación de los suelos ha sido
del 13% en las tierras de cultivo y del 4% en las de pasto. En este caso y en uno de los mejores escenarios posibles, el
deterioro de la calidad ambiental de los agroecosistemas obligará a costosas inversiones en restauración que
presumiblemente no podrán ser invertidas en la satisfacción de otras necesidades básicas.
Para González de Molina, M. (2009a)3, también se debe tener muy presente las previsiones del crecimiento de la
población que, como puede observarse en la figura nº 2 de no revertir las tendencias actuales, el futuro se presenta
sombrío. No obstante, y aunque el crecimiento demográfico se ha ralentizado, previsiblemente en el año 2020 habrá
alrededor de 1.700 millones de personas más en el planeta a las que será necesario alimentar.
Ante este escenario, parece que se hace necesario un cambio de modelo agrario. Además, también se deben añadir
los efectos previsibles que tendrá el aumento de la renta de algunos países: elevación del consumo de carne y, en
consecuencia, mayor consumo de cereales; e incluso, probablemente, la proliferación de los biocombustibles restará
tierras productivas para uso alimentario.
Aunque en la actualidad los agroecosistemas producen los suficientes alimentos como para proporcionar a cada
habitante del planeta un total de 2.808 kilocalorías (FAOSTAT, 2008)3; sin embargo, 920 millones de personas sufren
desnutrición crónica y más de 1.200 millones difícilmente alcanzan lo mínimo para vivir. Situación ésta que puede
agravarse si se mantienen las tensiones estructurales que generan escasez de tierras. Las distorsiones del mercado
internacional y los hábitos alimentarios de Occidente tienen bastante que ver con ello. Parece razonable que, ante este
preocupante escenario sea necesario buscar soluciones. Para algunos una de las más cercanas, aparentemente, pasa por
el crecimiento de la superficie cultivada. Pero, como apunta González de Molina, M. (2009a)3, ¿esto es posible?…
Por ejemplo, si se analiza la producción mundial de cereales puede comprobarse que depende en gran medida de las
disponibilidades de tierra y de agua, sin olvidar que se espera un crecimiento mínimo de las tierras cultivadas. Según
datos consultados de FAOSTAT (2008)3, desde el año 1981 la superficie cerealista mundial ha descendido de 732
millones de hectáreas a 699 en el año 2007, lo que supone una disminución de un 4,5 %. En buena parte, ello ha estado
influido por la progresión de la soja y por la degradación de una porción importante de suelo ya no apto para el cultivo.
La superficie de tierra dedicada al cultivo de cereales per capita ha disminuido, pasando de 0,23 a 0,10 hectáreas, y
si se mantienen las tendencias actuales, las previsiones son que esa cifra se reduzca hasta 0,07 hectáreas en el año 2050.
De otra parte, y según datos consultados de FAOSTAT (2008)3, la disponibilidad mundial de tierras de cultivo ha
descendido aproximadamente un 25% a lo largo de las dos últimas décadas, pasando de las 0,32 hectáreas de 1975 a las
0,24 de 2003. En la tabla 1 se ofrecen más datos relacionados con la evolución del uso de la tierra en el planeta.
También hay quienes aportan como solución un aumento de los rendimientos. Pero, ¿esto es posible? …
Para González de Molina, M. (2009b)7, son muchos los indicios que señalan que un incremento de los rendimientos
no se puede mantener durante mucho tiempo al ritmo de décadas pasadas, y algunos de ellos de mucho peso, como por
ejemplo: el estancamiento en el uso de fertilizantes; la disminución del agua dulce para riego (la reducción de la
superficie irrigada per capita ha pasado de 0,047 hectáreas en el 1978 a 0,043 en el año 2003); los efectos de la
reducción de la diversidad biológica; entre otros.
Ante ello, las perspectivas refuerzan la idea de que la competencia por la tierra se va a incrementar en los próximos
años: la demanda de carne crecerá en un 50% al menos hasta 2030 (FAO)2; se pasará de los 14 millones de hectáreas
actuales para agrocombustibles, en torno al 1% de las tierras de labor, a los 35 millones en 2030. A esto hay que añadir
la pérdida de tierras para el cultivo debido a la salinización y a la erosión.
De una manera generalizada, las innovaciones provenientes de la reseñada Revolución Verde, que en las últimas
décadas se han centrado preferentemente en el ahorro de trabajo, difícilmente serán capaces de provocar incrementos
sustantivos de los rendimientos, salvo en los países donde no se han aplicado completamente por falta de poder
adquisitivo.
Según previsiones de la propia FAO2, los problemas de seguridad alimentaria más dramáticos seguirán afrontándose
en África Subsahariana y en Asia Meridional, donde la malnutrición afectará al 11% de la población (637 millones de
personas) en el año 2010. Pero en general serán unos 64 los países que sufran graves problemas de abastecimiento de
alimentos y de seguridad alimentaria, 38 de los cuales no serán ni siquiera capaces de mantener a la mitad de la
población que tendrán que alimentar.
Coincidiendo con González de Molina, son estos y otros muchos los indicadores quienes señalan que la
supervivencia en la tierra pasa por un mundo rural más sostenible, dado que el ámbito prioritario de futuro presumiblemente se centrará en la lucha contra el hambre, la pobreza y la degradación ambiental. Los datos así lo
corroboran: alrededor del 50% de los habitantes del planeta viven en áreas rurales (y de ellos, el 85% dependen de la
agricultura), o que en las zonas rurales se concentra el 70% de la pobreza mundial. En consecuencia, previsiblemente,
dos de los grandes retos del futuro para asegurar la supervivencia de todas las personas que habitamos el planeta tierra
estarán muy condicionados por:
Erradicar el hambre y la desnutrición, así como elevar la renta de los agricultores (principalmente en países pobres).
Reducir y, en su caso, eliminar los daños ambientales para mantener y elevar la capacidad productiva de los
ecosistemas.
Obviamente, todo ello requiere cambios significativos en el actual modelo productivo. La pregunta quizás se centre
en ¿cómo se puede conseguir esto?; y la respuesta, entre otra, en dos posibles vías:
1) Promocionar formas más sostenibles de manejo productivo de los agroecosistemas.
2) Elevar la renta de los agricultores de tal manera que disminuya el hambre y la pobreza rural, la presión sobre los
recursos y se mantenga la población en los campos.
Esto último se puede conseguir, como ha recomendado recientemente la FAO2, mediante el pago por los servicios
ambientales que prestan los agricultores y ganaderos. El Estado Español fue pionero en este sentido, pues hubo un
intento de ponerlo en práctica a través de la enmienda que hizo el Parlamentario del partido político de Los Verdes, D.
Francisco Garrido Peña, en la Sección 21 al entonces Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (resumen que se
ofrece en la Tabla 2), como medida de ayuda para contratos territoriales a los productores ecológicos por servicios
medioambientales. Inexplicablemente aún no se ha llevado a la práctica.
Y es ahí donde podría tener mayor cabida la Agroecología, considerada por Labrador, J, (2009)10, como modelo de
gestión de los ecosistemas que busca conciliar producción, conservación y medio ambiente con aspectos sociales,
basándose sus técnicas en la recuperación del conocimiento tradicional sobre el manejo de los recursos. Al mismo
tiempo que permite el mantenimiento de la actividad agraria en zonas de baja productividad y/o en zonas más
vulnerables, compensando métodos naturales.
En relación con ello apuntar que, según SOEL (2008)11 la superficie de agricultura ecológica mundial inscrita en
Organismos de Control ascendía a finales de 2007 a más de 30,5 millones de hectáreas, lo que supone algo menos del
1% de las tierras agrarias. Ésta superficie es manejada por más de 633.000 productores y distribuida en el planeta de la
siguiente forma: Australia/Oceanía 12,4 millones de hectáreas, Europa 7,4 2,5 millones de hectáreas, Latinoamérica 4,9
millones de hectáreas, Asia 3,1 millones de hectáreas, Norteamérica 2,2 millones de hectáreas y África 0,4 millones de
hectáreas. En Europa, sólo en Austria y Suiza la superficie inscrita supera el 10% de la Superficie Agraria Útil y en
países como Italia, Estonia, Finlandia, Portugal, Timor Oriental y la República Checa sobrepasa el 6%. España no llega Por su parte, las ventas de alimentos ecológicos correspondientes al año 2006 alcanzaron un valor de 38.600
millones de dólares. Se espera que alcance los 70.000 millones en el año 2012. Los principales mercados de este tipo de
alimentación se centran en Europa y en los países del Norte de América y Japón.
La superficie de agricultura ecológica certificada como tal en la totalidad del Estado Español se aproxima a las
1.250.000 hectáreas, colocándolo como el primer país productor en la Unión Europea. Todo ello gracias al impulso de
Andalucía (Cala, M. (2009a)12, que sobre datos de finales de 2008 cuenta con 784.000 hectáreas certificadas, lo que
supone el nada despreciable porcentaje del 18% de su Superficie Agraria Útil. En lo referente a los operadores
(agricultores y ganaderos), ascienden a 8.125. Datos todos ellos inimaginables hace tan solo menos de una década,
cuando determinadas personas nos veían a algunos de los defensores y fomentadores de este modelo productivo, en el
mejor de los casos, como “utópicos”.
Pero, aún quedan quienes se preguntan si ¿la agricultura ecológica podrá alimentar al mundo? la propia FAO ha
respondido afirmativamente. En su informe “Organic Agriculture and Food Security” (2007)13, afirma que la
agricultura ecológica (Orgánica la define en sus informes) puede solventar los problemas de seguridad alimentaria tanto
locales como globales. Al mismo tiempo, rechaza su consideración como una agricultura concebida para los países ricos
y los consumidores con altos niveles de renta; por el contrario, la considera como una forma de manejo agrario que se
practica en 120 países y cubre más de 30,5 millones de hectáreas de tierra cultivada, más de 62 millones de hectáreas
también certificadas y dedicadas a la recolección silvestre. El informe de FAO sugiere, además, que un cambio hacia la
agricultura ecológica puede constituir una forma eficaz de luchar contra el hambre y afrontar con garantías tanto la
mitigación como la adaptación al cambio climático (Cala, M. 2009b)14.
El desafío es especialmente dramático en los países en desarrollo en los que la producción agraria debe crecer un
56% para atender a las necesidades nutricionales de la población que, probablemente, existirá en esos países en el año
2030.
De otra parte, un equipo de científicos dirigido por Catherine Badgley (2007)15 en la Universidad de Ann Arbor
Michigan en los Estados Unidos, basado en una revisión exhaustiva de la evidencia científica acumulada, ha calculado
que la reconversión de la agricultura convencional en agricultura ecológica significaría una oferta de entre 2.641 y
4.381 kilocalorías por persona y día. Asimismo, ha refutado algunas ideas sobre este modelo productivo ecológico, que
puede incrementar la producción en un 56%, ya que proporciona cosechas comparables a las de la agricultura
convencional en los países desarrollados y mucho más altas en los países en desarrollo, allá donde más alimentos se
necesitan y donde la pobreza de los agricultores hace muy difícil el uso de fertilizantes sintéticos y fitosanitarios.
Dicho equipo de investigación, abordando cuestionamientos que se le suelen achacar a la agricultura ecológica (su
capacidad para alimentar el mundo, la dificultad de obtener los fertilizantes orgánicos necesarios para su puesta en
práctica,…) comparó el rendimiento de la agricultura convencional y ecológica en 293 ejemplos, y estimó la ratio de
rendimiento medio (ecológica y no ecológica) de diferentes categorías de alimentos para el mundo desarrollado y en
desarrollo. Con ello, modelaron la oferta global de alimentos que podrían cultivarse en ecológico sobre la base de la
superficie agraria actual en el planeta. Los resultados indican que los métodos ecológicos pueden producir globalmente
alimentos suficientes para mantener la población humana actual, y posiblemente incluso una mayor población, sin
aumentar la base de las tierras agrícolas. También evaluaron el Nitrógeno potencialmente disponible por la fijación de
las leguminosas usadas como cultivos de cobertura empleados como fertilizantes. Los datos de agrosistemas situados en
climas templados y tropicales sugieren que dichas plantas leguminosas fijan mayor cantidad de Nitrógeno que las que
proporcionan los abonos fertilizantes sintéticos usados actualmente en convencional.
El informe concluye que estos resultados indican que la agricultura ecológica tiene el potencial de contribuir
considerablemente a la provisión mundial de alimentos, y a la reducción de los impactos perjudiciales para el medio
ambiente de la agricultura convencional. Estos resultados indican que también hay un amplio margen para incrementar
la producción en las fincas de agricultura ecológica, toda vez que la investigación agraria del último medio siglo se ha
centrado en los métodos convencionales. Si se hicieran esfuerzos comparables en investigación en este modelo
ecológico, éstos conducirán a mejoras sustanciales en rendimientos.Para Gonzálvez V. (2009)16, este estudio pone de manifiesto, una vez más, que la agricultura ecológica es una
alternativa sostenible para la producción de alimentos sanos y que este modelo productivo debe convertirse en el
elemento central de la Política Agraria Comunitaria (PAC). No obstante, debemos reconocer que una transición a este
modelo productivo ofrece numerosos retos (agronómicos, económicos y educativos), que pasan por un mayor apoyo a
la investigación dedicada a los métodos agroecológicos, un sistema de extensión y difusión eficaz y un compromiso
político. Pero es necesario abandonar el debate de si la agricultura ecológica puede o no alimentar al mundo, debemos
centrarnos ahora a debatir en como vamos a movilizar más recursos para la investigación de métodos agroecológicos y
en ampliar los incentivos para que los productores y consumidores opten por sistemas de producción de alimentos
sostenibles. No hay que olvidar que los métodos de producción son solo un componente de un sistema alimentario
sostenible, que tiene otros factores esenciales (viabilidad económica, propiedad de la tierra de los agricultores, acceso a
los mercados, disponibilidad de agua, preferencias del consumo y alivio de la pobreza.
Resultados similares ha obtenido un grupo de investigadores daneses quienes afirman que la conversión a la
agricultura ecológica de un 50% de la convencional en los principales países exportadores (Norte América y Europa)
tendría un impacto muy limitado sobre la disponibilidad y los precios de los alimentos básicos.
De acuerdo con el informe de FAO2 “World Food Summit Report”, la agricultura ecológica puede doblar la cantidad
de carbono secuestrado en sistemas de base ganadera y disminuir la emisión de Gases de Efecto Invernadero entre un 48
y un 60%. La practicada en Europa ha permitido reducir, según los cultivos, el consumo de combustibles fósiles entre
un 10 y un 70% y entre un 29 y un 37% en USA. Dicho informe de la FAO2 concluye que un cambio a gran escala de la
agricultura convencional hacia la ecológica puede producir suficiente cantidad de alimentos per capita para alimentar a
una población en crecimiento durante los próximos 50 años.
Todo ello está influyendo para que la agricultura ecológica se convierta en una alternativa rentable para los
agricultores con dificultades para competir (bajos rendimientos comparativos, agriculturas de bajo rendimiento, etc.).
Paradójicamente, también es una alternativa viable para el mantenimiento de las cuotas de mercado de la producción
intensiva (o incluso para abrir otros nuevos). Por ejemplo, para que se sigan comercializando productos “tocados por
determinados escándalos alimentarios”, que de no ser por el modelo ecológico productivo podrían haber entrado en una
importante crisis comercial.
Coincidiendo con González de Molina, M., entre otras, algunas de las debilidades actuales de la agricultura
ecológica española frente a la convencional estriban:
a) En relación con la producción: importantes gastos de fuera del sector, excesiva dependencia de las subvenciones,
carencias de formación, escasa inversión en I+D,…
b) En relación con la distribución: falta de estructuras de distribución, precios altos en determinados canales,
predominio de la exportación, poca oferta,…
c) En relación con el consumo: bajo consumo (pocos consumidores y poco gasto), solo seis euros de gasto medio
anual, falta de información,…
Sin embargo, de una manera generalizada, algunas de las fortalezas de este modelo productivo se podrían resumir en
que:
La agricultura ecológica está resultando ser más rentable que la convencional (en Andalucía, la comparación entre
sectores es favorable a la primera en un 32%).
Está consiguiendo un mayor rejuvenecimiento del sector.
Está permitiendo una mayor incorporación de la mujer al medio rural.
Está evitando enfermedades vinculadas al uso de plaguicidas, sobre toda la población en general y también sobre los
productores de forma específica.
Está posibilitando la provisión de agua potable y la descontaminación de aquellas con altos contenidos en nitratos y
herbicidas.
Está alcanzando importantes sinergias con los espacios naturales protegidos.
Está reduciendo de manera significativa agresiones ambientales. Según un estudio realizado para la Dirección
General de la Producción Ecológica de la Consejería de Agricultura y Pesca de la Junta de Andalucía, la superficie
certificada en producción ecológica en junio de 2007 en Andalucía (unas 600.000 hectáreas inscritas y unos 7.000productores) permitía dejar de utilizar:
– 134.259 toneladas de fertilizantes químicos,
– 84.709 toneladas de fertilizantes nitrogenados,
– 4.362 toneladas de plaguicidas químicos,
– 1.125 toneladas de fungicidas,
– 1.039 toneladas de herbicidas,
– 811 toneladas de insecticidas.
En parte, el presente artículo ha surgido ante determinados argumentos, intencionados en ocasiones quizás, de
personas a veces movidas por posibles intereses de grandes empresas, instituciones u otros colectivos relacionados
directa e indirectamente con la actividad agraria (económica generalmente), quienes dicen de la Agroecología, y más
concretamente de la agricultura ecológica, que lleva aparejada cierta falta de “rigor científico”.
Por la influencia que pudiera tener para la práctica totalidad del planeta, incluida su atmósfera y sin olvidar al ser
humano, habría que recordar que, salvo situaciones puntuales, durante siglos se ha ido transmitiendo entre generaciones
y culturas una actividad agraria equilibrada con su entorno; pero, en un corto espacio de tiempo, comparativamente
insignificante, en las últimas décadas algunas personas lo han ido olvidando; entre ellas, posiblemente algunas de las
que argumentaban dicha falta de esa “precisión investigadora”, e incluso asimismo una parte del sistema educativo
moderno agrario.
Desde mi modesto punto de vista, creo que también se debe pensar que quienes han llevado a la práctica esta cultura
artesana, normalmente, han sido personas con escasos conocimientos adquiridos en las Universidades; y aquellas que,
más privilegiadas, han tenido acceso a ellos no lo han podido aplicar, toda vez que las Administraciones Públicas
competentes poco han invertido en investigación, al menos en los últimos años. Sin embargo, grandes multinacionales
ligadas a este sector si han financiado parte de ese “rigor científico”; pero como es obvio, sus investigaciones han ido
enfocadas generalmente a aspectos relacionados con los productos y servicios que ellos mismos venden posteriormente
a las personas y colectivos ligadas con la agricultura y la ganadería; normalmente insumos agrarios, muchos de ellos
con cierto grado de incompatibilidad con la Agroecología (fertilizantes de síntesis, agrotóxicos, semillas híbridas,
transgénicos,…).
Asimismo quisiera recordar una vez más que, el diccionario de la Lengua Española define a la agricultura como “El
arte de cultivar la tierra”; por tanto, tal vez la dilatada, constante y desinteresada sabiduría mostrada por muchas
personas artesanas durante largo tiempo practicando agricultura, la mayoría incluso sin apenas “precisión
investigadora”, pero un “pragmatismo natural sostenible”, también habría que tenerla en consideración. Al menos, así lo
entiende la Agroecología.