En el mundo, alrededor de 1.100 millones de personas carecen de un abastecimiento básico de agua.
La falta de acceso a este recurso vital, llevó a que el pasado 28 de abril la Organización de las Naciones Unidas adoptara una resolución que estableció al agua potable como derecho humano.
En forma paralela, también se registra una gran paradoja: el aumento en el consumo de aguas embotelladas por parte de individuos que disponen de un servicio de agua potable adecuado.
Por el año 1903, en la ciudad francesa de Evian, se construyó la primera fuente de agua. En aquel tiempo, era imposible dimensionar que la costumbre de los turistas de llevar como recuerdo un poco del agua de Evian, se convertiría en un negocio de inmensas proporciones; que incluso permitiría su embotellado para exportación. A partir de allí, comenzó la tendencia, moda u obsesión global de tomar agua envasada de manantiales, acuíferos, con minerales o sometida a procesos de purificación.
A nivel nacional el mayor mercado es el estadounidense. En ese país las ventas de agua embotellada superan a las de leche o cerveza. Sin embargo, el crecimiento más dinámico se evidencia en plazas de Sudamérica y Asia. En los próximos años, se proyectan mayores índices de desarrollo en el sector.
Las razones por las cuales un sujeto decide pagar por algo que puede obtener gratuitamente en su casa, son diversas y varían según la región. En el hemisferio norte, los principales justificativos son la búsqueda del bienestar, de lo natural y saludable. Mientras que, en la porción sur donde priman países pobres, los sujetos se ven obligados a consumir agua envasada debido a la ausencia de servicios básicos de agua y saneamiento.
Ante un escenario de marcado ascenso, mayor demanda y miles de etiquetas con paisajes montañosos, bosques o gente ejercitándose, es interesante preguntarse si el agua en botellas de plástico es tan saludable como lo enuncian.
El último informe “Sick Water” (Agua Enferma) del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP/, en sus siglas en inglés) señala que se necesitan 3 litros de agua para obtener un litro de agua embotellada. Mientras que sólo el agua envasada en Estados Unidos insume 17 millones de barriles de petróleo por año y produce más de 2.5 millones de toneladas de dióxido de carbono.
Según un artículo de la CNN , en el país norteamericano se consumen 28.5 galones de agua envasada per capita cada año. La descomunal demanda no se sustenta en deficitarios servicios de agua potable. Al contrario, el líquido que sale del grifo es sometido a rigurosos controles; situación que no sucede con el agua embotellada. La EPA (Environmental Protection Agency), que regula el agua de red, exige pruebas bacteriales diarias. Mientras que la FDA (Food & Drug Administration), encargada del agua envasada, permite examinaciones más laxas en el tiempo.
Además, el agua embotellada está envasada con combustibles no renovables: la mayoría de los dispositivos están hechos de polietilen tereftalato (PET), un plástico derivado del petróleo. El material utilizado es de buena calidad y proclive al reciclado. Sin embargo, en la práctica sólo un 20 % logra ser recuperado. Por lo tanto, el agua envasada genera toneladas de residuos que tardan miles de años en biodegradarse.
Otra consecuencia negativa que supone el consumo de agua embotellada, es que desvía la atención sobre el servicio público de agua. Si la población continúa tomando agua del grifo demandará a las autoridades por su calidad y extracción sustentable. En cambio, si el consumo de agua sólo se da en forma envasada, el agua de red estará en peores condiciones y se verán damnificados aquellos que no puedan afrontar el pago del producto embotellado.