El calor extremo impacta gravemente en las labores humanitarias en regiones afectadas, dificultando las operaciones de ayuda. Los trabajadores de estas ONGs enfrentan riesgos similares, incluyendo problemas de salud, agotamiento y deshidratación, lo que limita su capacidad para brindar asistencia efectiva.
Además, esas altas temperaturas también afectan a la infraestructura, dañando caminos, centros de salud y sistemas de agua, complicando aún más la distribución de recursos esenciales. Aparte, en el caso de las organizaciones de emergencia sanitaria, este calor pone en jaque la conservación de muchos de los tratamientos y medicamentos necesarios.
Poco hay que no escape a las consecuencias del calor extremo
El aumento de las temperaturas con la intensificación de episodios de calor extremo se ha convertido en una amenaza creciente para las poblaciones vulnerables y los equipos de ayuda humanitaria, han advertido desde organizaciones de atención sanitaria en países vulnerables.
Las temperaturas extremas, asevera, «no pueden entenderse de forma aislada, sino como parte de una crisis climática global mucho más compleja que solo el calor» y en zonas inestables o de conflicto como Sudán del Sur, Siria, Nigeria o la República Centroafricana, donde «los sistemas sanitarios son frágiles o sufren crisis prolongadas», se traducen en «una amenaza directa para la vida».
El cuerpo necesita una temperatura regular de alrededor de 37 grados y, en caso de superarla, «nuestro cuerpo empieza a sufrir» y presentará síntomas «como dolor de cabeza, mareos, pérdida de conciencia, fiebre e incluso convulsiones», de manera que el organismo «puede incluso llegar a la muerte si no existe una intervención médica inmediata».
En contextos humanitarios los mecanismos de defensa son mínimos, puesto que se trata de comunidades que no tienen «buen acceso al agua potable o que viven en refugios precarios», señalan. El calor prolongado incrementa los períodos de sequía y el riesgo de incendios que tienen «un comportamiento cada vez más agresivo», sostienen
Aunque no todas las entidades responden siempre directamente a este tipo de emergencias, han constatado los efectos sobre las poblaciones a las que asiste y que «dependen del cultivo autóctono: si se destruye, tiene impactos a largo plazo en el acceso a los alimentos». Uno de los grandes retos es un recurso tan básico como el agua: «En muchas de las zonas donde trabajamos hay escasez» y en situaciones de calor extremo, donde aumenta su necesidad «las personas recurren a fuentes de agua contaminada», con lo que supone para su salud.
Futuros escenarios por el calor extremo
El incremento de temperaturas también ha generado consecuencias logísticas y clínicas en los equipos de estas organizaciones, pues muchos de los medicamentos que utilizan -como vacunas o insulina- son sensibles al calor y requieren mantenerse en cadenas de frío para conservar su eficacia. Estas cadenas precisan electricidad alimentada por generadores u otros equipos que funcionen dentro de un rango térmico específico, pero si los termómetros superan ciertos límites, los sistemas se sobrecalientan y fallan.
Por ello, exploran alternativas sostenibles como la instalación de placas solares, «un cambio de infraestructura bastante importante que no va a la velocidad que nos gustaría», dice, y sistemas de ventilación pasivos que mantengan temperaturas estables en edificios, carpas y clínicas móviles, diseñados con materiales que evitan la acumulación de calor.
El calor extremo «lleva a enfrentar un escenario que convierte en normal lo que antes era excepcional», lamenta, y todo ello en un panorama ya de por sí «muy complejo» debido a «la inestabilidad política y económica, muy acentuadas en las zonas donde trabajamos», concluyen.
En conclusión, el calor extremo motivado y acrecentado por los efectos del cambio climático representa una amenaza creciente que exige acciones inmediatas y coordinadas para salvaguardar la vida y la dignidad humanas; sobre todo en las regiones más empobrecidas del planeta. EFE / ECOticias.com