¿Pirómanos ahora, dónde se esconden el resto del año, y la ‘España Vaciada’?: ¿Qué ha pasado con las 400000 hectáreas calcinadas?

Publicado el: 26 de agosto de 2025 a las 11:22
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Pirómanos ahora ‘España Vaciada 400000 hectáreas calcinadas

Durante este mes de agosto, España ha enfrentado una serie de incendios forestales que han puesto en jaque a diversas comunidades, especialmente en la denominada «España vaciada». Los incendios han sido especialmente graves en regiones como Castilla y León, Extremadura y Galicia, donde las altas temperaturas, la sequía prolongada, el abandono de la ganadería extensiva, las ‘olas de carlor’ provocadas por el cambio climático y los vientos han favorecido la propagación de las llamas.

Estas áreas, caracterizadas por su baja densidad de población y vastos espacios rurales, sufren las consecuencias de la pérdida de biodiversidad, daños en cultivos, y la destrucción de hábitats naturales. Caldo de cultivo, además para la actuación de los pirómanos e incendiarios que, casualmente y muchos se lo preguntan, salen en estos meses de más calor y riesgo en el campo y todos a la vez, es estraño.



¿Por qué ahora los pirómanos?

Lo que está ocurriendo este año es absolutamente excepcional: en apenas quince días del mes de agosto se ha quemado más que todo lo quemado en cinco años (2019, 2020, 2021, 2023 y 2024; el 2022 fue también bastante severo, con casi 300 000 ha). Hay que remontarse hasta fines del pasado siglo para ver años donde se superaran las 400 000 hectáreas (1978, 1985, 1989 y 1994), obviamente con muchos menos medios y conocimiento del problema que ahora.

Algunas de las explicaciones que se han dado hasta ahora tienen que ver con los pirómanos. Pero ¿dónde se esconden esos pirómanos el resto del año? ¿Por qué aparecen algunos años, como el actual, y no en otros? Por ejemplo, en todo el 2024 se quemaron 42 600 ha, apenas el 10% de lo que se ha quemado en lo que llevamos de año.



Otros argumentos tienen que ver con el abandono de la ganadería tradicional, la legislación coercitiva sobre gestión forestal, el escaso aprovechamiento económico de los montes y la falta de medios, entre otros. Factores que, sin duda, han influido en la incidencia del fuego. A estos factores estructurales hay que añadirle los meteorológicos: estamos en un año excepcional, con una abundante precipitación primaveral (por tanto, con alta productividad vegetal), un año de junio anómalamente caluroso y seco, un julio seco pero no muy caluroso y un agosto marcado por continuas y extremas olas de calor.

No hay una cultura del riesgo en cuanto a los incendios forestales

Pero tampoco podemos olvidar un factor estructural fundamental: la cultura del riesgo. Vivimos en un planeta que alberga fenómenos naturales catastróficos para el ser humano, que ha lidiado con ellos según su sabiduría y técnica mejoraba, casi siempre a base de reducir la vulnerabilidad, esto es, de desarrollar la capacidad de resistir al evento y recuperarse del mismo.

Para determinar el riesgo de incendio, como en cualquier otro riesgo, debemos de tener en cuenta tres elementos: peligro, exposición y vulnerabilidad. En pocas palabras, el peligro indica la probabilidad de que algo se queme; la exposición, la cercanía a las personas y bienes susceptibles de quemarse, y la vulnerabilidad, la capacidad de que el evento cause más o menos daños.

¿Tenemos cultura del riesgo en España? ¿Cuántas danas, apagones, erupciones volcánicas e incendios extremos necesitamos para que los niños lo estudien en los colegios, para que los municipios tengan planes de prevención, para que las autoridades con competencias en protección civil, tanto en el ámbito nacional como autonómico, se coordinen?

El pasado marzo se presentaron los resultados de un proyecto sobre riesgo de incendio (FirEUrisk) en el que han participado 36 grupos de investigación de 17 países, con una financiación global de algo más de 10 millones de euros. Desde el inicio del proyecto sus responsables estuvieron en contacto con gestores y administraciones, intentando contar con su apoyo y buscando transferir los resultados que se iban obteniendo al mundo operativo.

En la reunión final, invitaron a los responsables de la extinción y gestión de incendios, tanto autonómicos como nacionales, incluyendo a la directora general de protección civil. Únicamente asistieron responsables técnicos. Ningún gestor de los que toman decisiones y controlan la inversión que se hace en prevención de incendios, con la excepción de los mandos de la Unidad Militar de Emergencias.

Ahora están intentando implantar un módulo sobre estimación de la humedad de la vegetación para mejorar el indicador meteorológico de peligro de incendios que publica la Agencia Estatal de Meteorología. Los técnicos de la Agencia están muy interesados, pero no hay presupuesto.

¿Por qué los incendios se ceban con esta parte de España?

¿Por qué la mayor parte de las 400 000 hectáreas quemadas se sitúan en una región concreta delimitada por las provincias de León, Ourense y Zamora, en la región occidental de España, donde también pueden situarse Cáceres y Ávila (las otras dos provincias más quemadas este verano)? ¿No es cierto que todos los argumentos estructurales que hemos citado arriba (despoblación, legislación, abundancia de combustible, falta de medios de extinción, etc.) afectan exactamente igual a la España oriental (Cuenca, Soria, Albacete, Teruel, Zaragoza, interior de Valencia, Castellón o Alicante) donde apenas ha habido incendios?

Aquí necesitamos analizar la distribución geográfica de los factores de riesgo. En concreto, vamos a fijarnos en el impacto diferencial de la humedad de la vegetación, ya que a menor humedad de la vegetación (mayor sequía) mayor es el riesgo de incendios.

El CSIC calcula para la AEMET un índice estandarizado de sequía (SPEI, por sus siglas inglesas) que tiene en cuenta el déficit de precipitación en un área concreta, la temperatura y la demanda de agua por parte de la atmósfera. Así, cuanto más negativo es el valor, más severa es la sequía meteorológica.

Si extraemos algunas series temporales del índice de sequía, la comparación resulta todavía más evidente: en la zona próxima a Ponferrada, donde se han registrado dos de los más grandes incendios de este verano, el índice de sequía de la segunda quincena de agosto es el más bajo desde que hay datos (1960). En base a estos datos, quizás se tengan que mejorar los indicadores actuales de riesgo de incendio y tener en cuenta otros factores que muestren no sólo la meteorología sino el estado de los combustibles, como la humedad de la vegetación.

La alerta temprana es parte de la prevención, y cuando los medios son escasos resulta imprescindible aprovechar toda la información sustancial que tengamos disponible. Así, la gestión será más eficiente y reduciremos nuestra vulnerabilidad, al optimizar los medios disponibles a cuándo y dónde el riesgo es más alto.

En definitiva, uno de los aspectos preocupantes en estos incendios es la presencia de piromaníacos, personas que sienten un impulso irrefrenable por iniciar fuegos. A esto se suman estas zonas rurales que han experimentado un declive poblacional abandono del campo y sin olvidar las sempiternas ‘olas de calor’ provocadas por el cambio climático. Por ello, la realidad requiere una estrategia integral que combine la protección del medio ambiente, la sensibilización de la población y la identificación y tratamiento de los posibles autores de incendios intencionados. ECOticias.com