Llevo ya unos cuantos años dedicado a las energías renovables, a la sostenibilidad, a los temas ambientales y energéticos en general y, la verdad, creo que nunca serán suficientes para entender en su globalidad este ámbito tan inabarcable. Efectivamente siempre está uno aprendiendo, pero sí que me pregunto (aún sin ser Descartes trato de razonar todo lo que puedo) por qué el tema del cambio climático despierta tantas pasiones como un Real Madrid-Barça. No hay medias tintas. Casi como si se tratase de un dogma de fe, se posiciona uno a favor o en contra en bandos irreconciliables todavía hoy.
Se celebra estos días la COP21 en la que se busca un acuerdo para evitar que el cambio climático nos traiga unas consecuencias desastrosas económicas y medioambientales tal y como la comunidad científica advierte. El IPCC no duda que la actividad humana ha generado ese cambio en el clima y casi todos les países están de acuerdo en que debemos tomar medidas para evitar problemas mayores.
Sin embargo algunos –cada vez menos, -afortunadamente– caen todavía en la tentación de pensar que quizás esos del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) sean unos paniaguados que quieren vivir de meter miedo a la gente con el coco del calentamiento global. ¡Qué buena coartada sería para investigar algo durante años gastando dinero de los distintos gobiernos que son muy dados a gastar en tonterías!, deben pensar.
Pero hoy tenemos las emisiones de CO2, NOX y otros gases que crean el llamado efecto invernadero. ¿Será eso otra falacia? Al fin y al cabo, dirán, las flatulencias de las vacas también generan esos Gases de Efecto Invernadero. ¿Y qué dirán del hecho de que en España mueren todos los años 15.000 personas por enfermedades relacionadas con la contaminación, 1.700.000 millones en China y el coste de la sanidad en relación a las enfermedades provocadas por la contaminación supone al conjunto de la Unión Europea nada más que 485.000 millones de euros?
De record en record
Batimos récords de temperatura anual y máximos históricos en Europa que los científicos vuelven a relacionar con el cambio climático que nuestra actividad está provocando. Más allá de los expertos del IPCC están otros testimonios a los que yo también doy valor. Los que trabajan en este país la tierra o con el ganado cuentan que los refranes que aplicaban sobre el tiempo sus padres, sus abuelos y sus bisabuelos, no son aplicables hoy y recuerdo un viaje a Tanzania en el que los locales me decían que el cambio climático producía alteraciones en el comportamiento migratorio de muchas especies. Es cierto que estos testimonios no son rigurosos, pero también lo es que ninguno de estos interlocutores pertenece a partidos políticos o a organizaciones medioambientales que puedan sesgar sus planteamientos ni su influencia en mí tiene intenciones aviesas. Quizás que alguien que suponen más influyente haga que otros tomen conciencia.
¿Y qué piensan los que lo niegan? Bueno, no vamos a tratarlos como bichos raros (los que yo he conocido no tienen cuernos ni rabo) y podemos escuchar sus razones, aunque no nos convenzan. Competitividad es una palabra muy a mano cuando se quiere justificar la inacción contra el cambio climático. Si cuidamos el medioambiente, perdemos competitividad. ¿Solo cuenta eso? ¿Es realmente cierto? Si atendemos a los costes derivados de la contaminación en China por ejemplo, que ya he mencionado en este mismo artículo, quizás tengamos que sacar la calculadora. Son vidas de personas al fin y al cabo. No simples cifras macroeconómicas.
Dicen también que los lobbies medioambientales son los culpables de haber metido el miedo en el cuerpo a ciudadanos, políticos y comunidad científica para posicionarse a favor de la lucha contra el cambio climático. “Sí que tienen recursos y capacidad estos sandía, verdes por fuera y rojos por dentro...” argumentan, pero me temo que puestos a influir tienen bastantes más medios los de enfrente, los de los intereses convencionales.
El problema no es del planeta, es nuestro
“El clima en la tierra ha cambiado a lo largo de los siglos y lo seguirá haciendo”, es otro argumento muy recurrente. No es falso, pero sí falaz o ingenuo, según se prefiera. El problema del cambio no lo tiene el Planeta, que se ha sobrepuesto a dramáticos cambios, somos las especies que lo habitamos las que nos hemos ido adaptando. El hombre ha sobrevivido a todo porque ha sabido adaptar el entorno a su conveniencia. Cierto en gran medida, pero nunca, jamás esos cambios se habían producido a la velocidad actual, nunca acercándonos a los 7.000 millones de personas habitando la tierra y nunca con semejante calidad de vida y nivel de dependencia energética. Es la velocidad del cambio y no el cambio en sí lo que nos debe alarmar.
En algo tan trascendental que ¿quién puede tener interés en negar el cambio? Supongo que alguien que viva de emitir esos Gases de Efecto Invernadero, alguien con gran poder económico e influencia política para torcer voluntades, para sufragar estudios e informes que les beneficien…
Suena a película ¿verdad? Pero no sería el primer lobby que para defender sus intereses influye en la opinión pública para minimizar el daño contra su actividad. El tabaco fue un buen ejemplo y el petróleo, el gas –o en su día el carbón– podrían serlo hoy. En su momento el gas desplazó al carbón y al fuel en muchas centrales de generación de electricidad. Hoy las renovables están haciendo lo propio con el gas. Cada cual tiene su momento y este parece ser el de la energía limpia, el respeto al medioambiente y el de la eficiencia y negar el cambio climático no lleva más que a retrasar la puesta en marcha de las soluciones que es, sin duda, lo que quieren algunos. No juguemos a eso.
Jorge González Cortés
Director Comercial y Marketing de Gesternova
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