En al Cumbre de Copenhague no se discutió sobre cambio climático. Estaba en juego, sobre todo, el modelo energético, et pour cause, el modelo productivo y de consumo. Salvo algunas corrientes marginales, se acepta generalizadamente el proceso del cambio climático. También se admite su origen antrópico, concretamente ligado a las emisiones de gases procedentes de las combustiones. Ese no es ya el tema. En Copenhague era la premisa. El desencuentro vino a la hora de asumir responsabilidades y compromisos que contrariaran las expectativas de crecimiento.
La lucha contra la disfunción climàtica es la lucha contra los desajustes socioambientales y económicos de las sociedades industriales maduras o emergentes. No sabemos funcionar sin energía abundante y barata. Partimos de la base que el objetivo es crecer y disponer de energía para hacerlo. Cuando la energía escasea, o se encarece, o hay que restruingir su consumo porque no podemos soportar los efectos ambientales de su uso, se nos hunde el mundo. De ahí que busquemos coartadas que justifiquen nuestra incapacidad para actuar en la dirección correcta y, en el fondo, por todos admitida.
Demanda
Por décadas y décadas, los poderes públicos han tratado de garantizar la oferta. En los años cincuenta, los ministros de industria de los seis estados fundadores de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, rudimento de la actual Unión Europea, concertaron políticas para asegurar la abundancia y asequibilidad de los recursos energéticos. Ponían en el mercado las materias primas y la energía barata y la iniciativa empresarial hacía el resto.
Medio siglo después, hay demasiados pensando igual. Siguen obsesionados con la gestión de la oferta. Corren ahora tiempos de gestión de la demanda, es época de contención, moderación y ahorro. Ya crecimos, ya nos desarrollamos, ya nos pasó la edad de hacerse mayores. Se trata ahora de desincentivar el consumo de productos o servicios innecesarios y de usar los necesarios de manera adecuada, no derrochona.
Habría que transitar de la tradicional gestión de la oferta (los poderes públicos garantizan el suministro con arreglo a la demanda tendencial) a una más sostenible gestión de la demanda (los poderes públicos modulan las expectativas de acuerdo con el escenario de demanda deseable). Ello contraría, puede, los deseos de los suministradores, que basan su negocio en el continuado crecimeinto cuantitativo de la demanda de productos energéticos, en lugar de ofrecer servicios energéticos finales (calorías, frigorías o luxs, en vez de petróleo, gas o electricidad). Justamente se trata de reorientar esas estrategias. El beneficio no debe llegar por la ineficiencia del consumidor, sino por la eficiencia del transformador. Riqueza no es dilapidación.
Ramon Folch – www.sostenible.cat