Vivimos en un mundo cada vez dependiente de la energía, por lo que constantemente buscamos nuevas formas de producirla y extraer la mayor cantidad de recursos que puedan ayudarnos en la transición energética, sin embargo muchas veces no se miden las consecuencias y se termina provocando una destrucción masiva a nuestro planeta como está sucediendo ahora.
Estamos destruyendo el planeta
Los países constantemente compiten por temas económicos, por quién lidera las industrias y quién produce la mayor cantidad de recursos, sin embargo, en medio de toda esta competencia el cuidado de nuestro planeta ha pasado a segundo plano y las consecuencias pueden ser irreversibles.
Eso es lo que está sucediendo en el corazón de la Amazonía peruana, donde el río Yuyapichis se ha convertido en un trágico símbolo de la minería ilegal y lo que antes era un afluente lleno de vida, hoy es descrito por sus propios habitantes como un «caldo de barro con olor fétido».
Las retroexcavadoras, el petróleo y los desechos químicos han dejado el cauce «prácticamente muerto», en un desastre ecológico que se expande sin control y que demuestra la incapacidad del Estado para frenar esta actividad ilícita.
El precio de oro es la biodiversidad
Sabemos que el oro, tanto como el cobre es un mineral fundamental en la tecnología de hoy, desde los componentes de nuestros teléfonos hasta los circuitos de las baterías eléctricas y los paneles solares, la demanda de oro crece todos los días, tanto como su precio y sin embargo, eso no justifica que contaminemos nuestro planeta.
El problema es que búsqueda ha desatado una crisis ecológica sin precedentes, pues hasta hace poco, el Yuyapichis era un ecosistema próspero, refugio de peces, aves y plantas que nutrían a las comunidades locales.
Pero la presión por la demanda internacional lo ha transformado en un río turbio y sin vida, sobre todo porque a partir de 2023, la minería ilegal intensificó sus operaciones con el uso de maquinaria pesada como las retroexcavadoras, lo que aceleró la destrucción del cauce a un ritmo masivo.
Y eso no es todo, la devastación no se detiene en el río, pues según los datos del proyecto MAAP, más de 500 hectáreas de la zona de amortiguamiento de la Reserva Comunal El Sira ya han sido impactadas por esta actividad.
Incluso el Área de Conservación Privada Panguana, un santuario de biodiversidad, se enfrenta a una amenaza directa, mientras que Huánuco, la segunda región amazónica más afectada, lucha contra una creciente deforestación y una contaminación por mercurio que envenena los ecosistemas.
Una destrucción masiva que nadie detiene
La minería ilegal en la Amazonía es un problema aún más grave que la quema de dinero en el desierto, de hecho, se ha consolidado como la segunda economía ilícita de la región, solo por detrás del narcotráfico, es realmente terrible.
Un reporte de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) reveló que entre 2022 y 2025 se detectaron movimientos sospechosos por más de 2804 millones de dólares, de los cuales el 80% está directamente ligado a la minería ilegal.
Pero seguramente te preguntarás ¿Por qué nadie detiene esto? Pero la realidad es que a pesar de los esfuerzos, la Fiscalía Ambiental de Ucayali no tiene los recursos más básicos, como embarcaciones, para realizar operativos en los ríos
A esto se suma el apoyo que los mineros a veces reciben de las comunidades locales, que se ven atraídas por los beneficios económicos a corto plazo, mientras que las consecuencias a largo plazo son realmente devastadoras.
Mientras unos crean inventos para salvar millones de vidas, la minería ilegal arriesga la vida de miles de personas y especies, sin duda la situación es lamentable, así que el estado deberá actuar rápidamente para que esto se detenga, pues a pesar de lo valioso que pueda ser el oro o cualquier metal extraído a través de la minería, no vale la pena hacer una destrucción masiva.