Está ahora en las pantallas y está recorriendo el mundo. El filme se titula “Aguas oscuras” y es del todo recomendable. Es una historia basada en hechos reales. La película narra, con aguda pericia, el calvario de un abogado que se enfrenta a DuPont, el gigante químico.
Es la historia, una vez más, de David contra Goliath… La firma envenenó a miles y miles de personas fabricando el teflón, que le daba pingües beneficios. A sabiendas de los perjuicios sanitarios y ambientales que creaba, la firma continuó produciendo el agente químico que causó cánceres, disrupciones endocrinas, esterilidad, abortos, bebés con malformaciones… Una historia realmente apasionante.
Ya lo hemos dicho muchas veces. Desgraciadamente, la lucha ambientalista no cuenta con demasiados ejemplos de concienciación ciudadana a través de la ficción.
Sí, hay ensayos, jornadas, documentales, revistas, webs… que intentan concienciar a la población sobre lo que está ocurriendo en el planeta. Pero los ejemplos de ficción son muy escasos. En filmografía, concretamente, son muy excepcionales los casos de “Erin Brockovich” o “Acción civil”.
El filme que hoy nos ocupa, “Aguas oscuras”, es otro de los pocos ejemplos con los que un director cuenta, a través de una ficción (en este caso, basada en hechos reales, pero no es un documental), una historia de cómo una empresa gigantesca antepone el afán de lucro a la salud ciudadana y de la Naturaleza.
Y de cómo esa empresa cuenta con un sinfín de “ayudas” de todo tipo, también de la clase científica, para salirse con la suya. Nathaniel Rich escribió un artículo en el «New York Times Magazine» y este fue el inicio de un proyecto que acabaría convirtiéndose en esta magnífica película de Todd Haynes.
El propio Rich ha colaborado en el guión del filme. Es el largo más convencional del director y, al mismo tiempo, aquel con el que ha sido más capaz de transmitir, de forma sólida, la compleja, una larga y enrevesada trama como la que narra.
Porque, detrás del filme, hay muchísimos años de lucha en los tribunales, de investigaciones científicas muy arduas, hay miles de dramas personales y familiares y de desastres ambientales…
Todo empieza en una granja de Virginia. Allí, un granjero ve enfermar y morir a sus vacas y todas sus denuncias caen en saco roto. Nadie le hace caso, hasta que da con un abogado de éxito que es el nieto de una vecina.
Todos los demás abogados del área, las instituciones públicas, los periodistas y los científicos, por temor a las repercusiones de DuPont, hicieron caso omiso de las advertencias del granjero. Una historia que se repite, desgraciadamente, muchas veces.
El asunto es que el abogado no flaqueó en ningún momento, pero la justicia no es justa y, en estos casos, es tan complicado y dilatado en el tiempo el contencioso, que verazmente dan muchas ganas de abandonar la causa en algún momento. Tampoco su propio bufete le pone las cosas fáciles y, al mismo tiempo, su matrimonio, muy sólido y cristiano, se tambalea en no pocos momentos por la envergadura del asunto.
Al final, la ciencia, la justicia y la opinión pública se ponen del lado de la causa, pero, para entonces, el teflón ya había causado un montón de estragos ambientales y sanitarios. La película va más allá y nos anima a plantearnos si realmente la democracia protege a la ciudadanía.
La verdad es que uno tiene pocas dudas al respecto, pero, en cualquier caso, el filme siembra no pocas interrogantes con interpretaciones magistrales de Mark Ruffalo, que da vida a Robert Bilott, el abogado que arriesgó su vida, su trabajo y su familia por defender a los más vulnerables y, por ende, a toda la Humanidad. Sí, el sistema está amañado.
En el mejor de los casos, después de toda una vida, puedes ganar una pequeña batalla contra DuPont. Pero, hasta entonces, protégete tú mismo, hermano.
El asunto es así de triste. En EE.UU, el país más “democrático” del planeta, las instituciones gubernamentales no regulan una sustancia química a menos que las empresas que la producen avisen de su peligrosidad. Lo dicho: protégete, hermano/a.