Lo afirma el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, siempre
atento a los temas relacionados con la salvaguardia de la creación, en un
mensaje con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente.
El líder ortodoxo que desde hace quince años organiza en los cinco
continentes simposios multidisciplinares sobre el tema «Religión, ciencia y
ambiente»- no ha querido dejar de hacer oir su voz en esta señalada fecha,
instituida por Naciones Unidas para recordar la conferencia de Estocolmo
sobre el medio ambiente humano en 1972, durante la cual se creó el programa
mediambiental de la ONU, UNEP.
En su mensaje para la jornada del 5 de junio, que ha tenido lugar mientras
en el Golfo de México se consuma un desastre medioambiental de dimensiones
colosales, Bartolomé I mira en profundidad a las causas de la contaminación
del planeta subrayando que estas anidan en el ánimo del hombre y en la
avaricia de las naciones. Y renueva la invitación a una conducta de vida
bajo el signo de la sobriedad. Ninguna ostentación de riqueza y de cosas
superfluas, por tanto.
Para Bartolomé I, los cristianos están llamados a vivir como «buenos
administradores» del planeta en sintonía con lo que pide el apóstol Pedro,
en un conocido pasaje de la sagrada escritura (1 Pedro, 4, 10).
«Los santos padres de nuestra Iglesia subraya el patriarca ortodoxo- han
enseñado y vivido siempre según las palabras de san Pablo, para el cual
‘cuando tengamos con qué comer y cubrirnos, contentémonos con esto’ (I
Timoteo, 6, 8), adhiriéndose al mismo tiempo a la oración de Salomón: «No me
des ni pobreza ni riqueza, sino proporcióname el alimento necesario».
(Proverbios, 30, 8)».
El patriarca concluye con un sencillo mensaje de una historia clásica: «En
los Dichos de los Padres del Desierto de Sinaí, se habla de un monje
conocido como el recto Jorge, al que se acercaron ocho sarracenos
hambrientos en busca de comida, pero él no tenía nada que ofrecerles porque
sobrevivía sólo con alcaparras silvestres crudas, cuya amargura mataría
incluso a un camello».
«Sin embargo, al verles muertos de hambre, le dijo a uno de ellos: ‘Coge tu
arco y cruza esta montaña; allí, encontrarás una manada de cabras salvajes.
Dispara a una de ellas, la que quieras, pero no intentes disparar a otra’.
El sarraceno partió y, como le había dicho el el viejo, disparó y mató a uno
de los animales. Pero cuando trató de disparar a otra, su arco se rompió.
Así que volvió con la carne y contó la historia a sus amigos».
Por Nieves San Martín