De 210 aves analizadas –colibríes, mieleritos y mirlas– el 21’3% presentó el parásito de la sangre Leucocytozoon, responsable de la malaria aviar. También se halló el insecto que lo transmite.
El hallazgo fue por partida doble, ya que además de reportar el extraño bicho, evidenció que la distribución de parásitos que viven en la sangre de las aves, como Leucocytozoon, en Chingaza es similar a la encontrada en el neártico, una de las ocho zonas ecológicas que dividen la superficie de la Tierra y cubre la mayoría de Norteamérica y Canadá.
Allí, los avicultores consideran a Leucocytozoon como una peste, ya que arrasa galpones enteros de gansos y pavos. Sin embargo, su presencia en el neotrópico (América del Sur, Centroamérica y el Caribe) únicamente había sido reportada en aves migratorias que volaban desde el norte hacia el sur, y, por donde venían, se iban. De hecho, su frecuencia era tan baja que no superaba el 1%. ¡Oh, sorpresa! En colibríes, mieleritos (aves pequeñas aficionadas al néctar de las flores) y sobre todo mirlas, este parásito reportó frecuencias hasta del 21’3%, en el Parque Nacional Natural Chingaza.
¿Cómo lograron los científicos encontrar este curioso microorganismo y su incógnito vector?
¡Con trampas! Así se lo admitieron al equipo periodístico de Matices. Historias detrás de la investigación, que en la edición número 21 relata los detalles del estudio que incrementó el inventario de la biodiversidad colombiana descrita hasta hoy. Se dice que en el planeta la ciencia ha reconocido cerca de un millón de insectos. ¡Bueno, ahora se podrá hablar de un millón uno!