Cuando tenía siete años, el momento más esperado de la semana era la llegada de mi padre a casa, bastante tarde, pero con el fascículo de Fauna bajo el brazo. Algunas veces no lo traía y era un día triste. Ese fascículo fue mi asignación semanal mientras duró la colección. Unos años más tarde a través de la serie venezolana de El Hombre y la Tierra soñé con los yanomamos y con conocer algún día la selva tropical americana.
La serie Ibérica, de adolescente, confirmaba lo que yo veía en le campo y decidí que quería dedicarme a conocer la fauna y a contar cómo viven los animales para ayudar a su conservación. Enseguida ADENA se quedó corta para muchos «linces» con ganas de cambiar las cosas y así surgieron grupos conservacionistas y ecologistas como hongos. Todos ellos tenían su origen en Félix; por eso, las reuniones de los viernes acababan a una hora que nos permitiera llegar a algún lugar para ver el episodio correspondiente de El Hombre y la Tierra.
El día que falleció Félix estaba colocando cajas nido con otros chicos del grupo de «linces» proscritos. La mayor parte se marchó a casa llorando a enterarse sobre la verdad del asunto porque no nos lo podíamos creer. Unos pocos nos quedamos, pues pensábamos que a Félix le hubiera gustado que acabáramos la labor de ayudar a los pequeños pájaros a encontrar un hogar. Aquel día perdimos al guía en esto de emocionarse con la naturaleza y empezamos a volar solos. De los chavales cuelgacajas que quedamos, todos sin excepción trabajamos en temas medioambientales desde distintas profesiones y entidades: biólogos, ingenieros de montes, agrónomos, agentes forestales… Por mi parte, soy educador e intérprete ambiental. Esto es, tengo el gran privilegio de trabajar guiando a personas por el campo, diseñando exposiciones, dibujando, fotografiando y escribiendo sobre la Naturaleza con el ánimo de cambiar las cosas y volver a una verdadera relación entre nuestra especie y nuestra Madre, la Tierra.
Los niños de ahora no han tenido la oportunidad de conocer a Félix de una forma tan intensa. Tampoco hay grupos que permitan salir al campo a ver animales en pandilla, como aprendimos siendo «linces». Por mi parte he tenido el gran honor, junto con el ilustrador Suso Cubeiro, de trasladar a un libro las vivencias infantiles de Félix en su pueblo natal de Poza de la Sal (Burgos) y recorrer Los tres cielos que tanto le impresionaron. Y poco a poco los «linces» vuelven, como mi hijo Miguel, que ha participado en el primer campamento Félix Rodríguez de la Fuente y puede seguir el camino que él marcó.