22 años después del vertido de 6,5 Hm3 de lodos tóxicos por la rotura de la balsa de Boliden, el corredor verde del Guadiamar, única consecuencia positiva de aquella catástrofe, empieza a padecer la presión de las políticas desarrollistas que se quieren mantener en la comarca.
Las afecciones al corredor ecológico del Guadiamar tienen que ver con la apuesta por el regadío que se hizo en los años 70 y que se viene arrastrando hasta hoy en toda la marisma de Sevilla, punto caliente de sobreexplotación del acuífero de Doñana, junto con la zona fresera de Huelva, en el que las que el nivel freático ha descendido en más de 20 metros.
En este espacio de varios miles de hectáreas se vienen extrayendo, desde el inicio del plan de transformación, desecación y puesta en cultivo de grandes extensiones de marisma natural, aguas subterráneas para regadíos en cantidades muy superiores a las que garantizarían la viabilidad de los ecosistemas vinculados al mantenimiento de niveles freáticos en buen estado. Muchas de estas extracciones son además ilegales.
Ante esta situación, las administraciones, en lugar de acotar la zona regable a las extracciones autorizadas, ofrece aguas del Guadiamar procedentes del embalse del Ágrio, a cambio de cierre de pozos, en un ejercicio que raya la prevaricación y que prima al infractor.
El corredor ecológico pasa así a convertirse en un canal de riego, en el que el régimen fluvial de aguas no se corresponde con el natural sino que obedece a las necesidades de los regantes, perdiendo su carácter de curso natural no regulado, alterándose gravemente su función ecológica como espacio protegido.
Esta situación va a ir a más con el pretendido recrecimiento de la presa del embalse del Agrio para garantizar los regadíos marismeños, a los que se han ido sumando nuevas demandas locales, tanto industriales como las termosolares de Solúcar o como las debidas a cambios de cultivo que pretenden poner en regadío zonas de alto valor ecológico en el entorno de Aznalcóllar, siempre con dinero público para satisfacer lucros privados y siempre con un fortísimo impacto ambiental.
Otro aspecto que va a peor es la proliferación de caballos en el corredor verde que no hace más que intensificarse ante la dejación de la administración, excediendo las zonas acotadas inicialmente para este fin, encontrándonos caballos esparcidos por todo el corredor, con la indudable afección a la arboleda, que no se compensa con su posible efecto beneficioso de control de la vegetación herbácea que pudiera dar lugar a incendios.

Este descontrol incide en el riesgo sanitario que supone tener caballos alimentándose de terrenos con una importante contaminación metálica residual en los suelos y la vegetación que pasarían a la cadena alimentaria humana en caso de que alguno de esos caballos se lleven a matadero para su consumo, altamente probable debido al escaso control que se ha impuesto.
También se vienen padeciendo frecuentes incendios provocados, que afortunadamente han quedado en conatos, pero que cualquier circunstancia adversa podría hacer que se descontrolen ocasionando pérdidas irreparables, muchos de ellos vinculados a operaciones de distracción relacionadas con el tráfico de estupefacientes que viene dándose en la marisma.
En estos tiempos de colapso epidémico, ejemplo menor de lo que nos va a suponer el colapso climático, no se pueden seguir con políticas públicas de sesgo desarrollista e impacto ambiental inasumible como son el monocultivo minero que se quiere reimplantar en Aznalcóllar, ni el mantenimiento a toda costa de cultivos de regadío o prácticas ganaderas de alto riesgo, que han demostrado a todas luces su insosteniblilidad.
Fuente: Ecologistas en Accion



















